Es preciso hablar un poco sobre los escritos de James Mill y su muy particular forma de escribir.
Su estilo autóctono es definido por él mismo como “sencillez varonil”, sin mayores subjetividades o emociones respecto a cualquier ítem, buscando juzgar y criticar el tema que le atañe, con mucho racionalismo utilitarista, siguiendo en esto, tal vez, su formación escocesa, donde había aprendido que el hombre es un ser progresivo y la educación es un catalizador del progreso humano.
Y, pese a lo anterior, nos queda claro que para James Mill sus escritos tienen de todo menos un propósito pedagógico; le encanta usar argumentos deductivos y precisos, usando una escritura sencilla y sin adornos. Nadie podrá criticarle su contundencia y claridad al expresarse, algo de lo que carecen no solo muchos teóricos políticos, sino políticos en ejercicio de nuestro presente.
Para él, ser considerado un teórico era todo un orgullo porque podían servir sus aseveraciones para mejorar la práctica. La teoría precedía a la práctica o la experiencia, sin derivar simplemente de la misma.
Ya hablaremos un poco más de sus libros más adelante.
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