Básicamente la influencia francesa en el interior de Canada, se debió a la labor de los comerciantes de Quebec, los «corredores de los bosques», que buscaban pieles de castor y otros animales con los que obtenían inmensos beneficios. Uno de ellos, Étienne Brûlé, llegó al lago Ontario en 1615.
El aguardiente facilitó la relación con los indios, pero su uso fue vivamente condenado por los misioneros.
Los primeros recoletos llegaron al Canada en 1615, y diez años después lo hicieron los jesuitas. En una de estas oleadas místicas se fundó (1642) Ville Marie (Montreal). Sin embargo, los resultados globales de la evangelización fueron decepcionantes: menos de un centenar de conversos en 1635 y varios misioneros martirizados por los indios, en especial los iroqueses.
La confederación iroquesa (mohawks, oneidas, onandegas, cayugas y senecas) dominaba el territorio comprendido entre los establecimientos ingleses de Nueva Inglaterra y el San Lorenzo. Sus objetivos eran controlar el gran valle, rescatar el comercio de pieles y aniquilar a los hurones. Por ello, sus ataques fueron constantes. En 1657, amenazaron Quebec y en 1660, Montreal. La intervención de la milicia de Nueva Francia, creada en 1653, fue decisiva.
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