Destruccion de las indias-libro-historia, reseña, resumen

Destrucción de las Indias.Estudio Preliminar de Nelson Martínez Díaz[1]
El mundo de la conquista
El nombre de fray Bartolomé de Las Casas despierta todavía ecos polémicos. Si algunos lo consideran, como defensor de los indios, el primer gran español americano, otros le acusan de haber proyectado tonos demasiado sombríos sobre la conquista española y de propiciar, en consecuencia, el nacimiento de la leyenda negra. En verdad, la intransigencia de sus posiciones ha contribuido a conformar su imagen de personaje discutido, lanzado con gran decisión a la lucha por la justicia, tarea que comparte con otros religiosos en territorio americano. La polémica doctrinal acerca de la licitud de las formas adoptadas por la conquista y gobernación de las Indias no fue iniciada, es cierto, por Las Casas, pero a él se debe que cobrara vigor hasta alcanzar manifestaciones institucionales.
Sus primeros alegatos a favor de los indios tienen lugar en 1514, para ganar intensidad cuando la explotación de mano de obra indígena, estimulada por el «ciclo del oro» en las Antillas, comienza a producir bajas alarmantes en la población sometida a las encomiendas y estimula otras prácticas, como las incursiones para capturar esclavos con destino al trabajo en las arenas auríferas, en las estancias o el cultivo de la tierra. La defensa de la libertad y los derechos de los indios se convierte en el núcleo central de su actividad, y testimonio de ello son sus cartas, memoriales, propuestas de reforma, planes de colonización, e intervención en el desarrollo de las Leyes Nuevas de 1542; una vigorosa labor polémica e intelectual continuada hasta su muerte en 1566.
En consecuencia, cualquier ensayo de análisis de una obra escrita en buena medida con fines pragmáticos, e incluyendo textos que amplifican los traumas de una realidad violenta y cambiante, exige tener presente el complejo mundo de la conquista. Durante el siglo XVI, las posturas encontradas, sobre todo en temas como la naturaleza del indígena americano, o los procedimientos evangelizadores, surgieron como resultado de acontecimientos producidos con el avance de la expansión española en el Nuevo Mundo. Porque mientras para los soldados de la conquista el derecho a esclavizar a los prisioneros «infieles» tenía larga tradición, e incluso era de práctica reciente durante la guerra contra los musulmanes en la Península, para muchos religiosos trasladados a las Indias, especialmente los dominicos, este procedimiento no podía hacerse extensivo a los territorios recién descubiertos. Para éstos, los derechos de la Corona de Castilla sobre las Indias estaban estrechamente vinculados, según la bula ínter caetera, al cumplimiento de un designio evangelizador que legitimaba la soberanía temporal. Y esa misión debía cumplirse protegiendo la libertad de los indígenas; así lo había entendido, incluso, la reina Isabel cuando declaró «vasallos libres» a los que, en 1495, fueron conducidos a Sevilla como esclavos. En los decenios siguientes tendrá lugar, entonces, una confrontación doctrinal ante las autoridades metropolitanas. Podrán percibirse en esa instancia los intereses que se oponen a toda reforma de la situación de los indios, así como las posiciones ideológicas conformadas a partir de la inédita realidad del Nuevo Mundo.
La colonización de las islas del Caribe, insinuada en el período de Colón, cobra fuerza, en los hechos, con la llegada de fray Nicolás de Ovando para asumir la gobernación de La Española, en 1502. Se inicia ahora una etapa en que la conquista cobra carácter de empresa privada. También se clausuraba el ensayo de colonizar La Española por medio de labriegos, fracasada porque éstos se sintieron muy pronto atraídos a la búsqueda de rápidas fortunas. Comenzaron a llegar nuevos contingentes; grupos heterogéneos integrados por aventureros, soldados de fortuna, hombres perseguidos por distintas causas, personajes que decidían la aventura de la navegación para participar en la conquista y obtener algún beneficio.
Con la llegada de Colón a La Española se conceden los primeros repartimientos; se instituía el sistema de «recomendar» los naturales a la custodia de un español, una práctica que pervive a través de la Edad Media y llega al nuevo continente. El titular de este beneficio estaba autorizado a exigir de los indios un tributo, o prestaciones en trabajo, utilizadas al descubrirse las zonas auríferas en Cibao. El régimen de la encomienda fue inaugurado oficialmente con Ovando; era un medio de recompensar a ciertos partícipes en la conquista «confiando» un contingente de indios a su servicio, bajo la responsabilidad de su instrucción en la fe cristiana. Era, asimismo, una forma de acordarle derechos de tipo señorial. La encomienda se concedía generalmente por dos vidas —según pautas introducidas en la Península durante la Reconquista—, pero tenía carácter de merced revocable con la finalidad de evitar la formación de enclaves feudales, difíciles de controlar para la Corona, dada la distancia.
El primer ciclo del oro produjo expectativas en estos hombres que llegaban a las Indias para intentar un ascenso en la escala social. Como ha señalado Fierre Chaunu, la economía minera es el núcleo de la América colonial del siglo XVI. La extracción de oro produjo, tan sólo en Santo Domingo, alrededor de 35 toneladas de metal en una primera etapa que llega hasta 1520. La avidez de riquezas no está ausente en los soldados de la conquista: el botín de guerra, los fabulosos tesoros arrancados a las grandes culturas del Nuevo Mundo, las perlas de Cubagua y el oro de La Española, excitaban la imaginación de los peninsulares. Así, en conocida frase, Bernal Díaz del Castillo reconoce que los españoles llegan a las Indias «por servir a Dios y su Majestad, y dar luz a los que estaban en las tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente venimos a buscar». La literatura recogerá, a su vez, esta mentalidad, que imprime una dinámica perceptible incluso en el mundo peninsular. Tanto en la obra de Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, que se burla de quienes soñaban con unas calles de Sevilla empedradas con el oro de las Indias, como en Lope de Vega, cuyo teatro refleja, en algunos de sus textos, el clima de ilusiones creado por América.
Por otra parte, a la frustración generada por la inexistencia de las especias que esperaba encontrar Colón, habrá de sumarse pronto el agotamiento del oro proporcionado directamente por los indígenas, mediante trueque o tributo. De tal manera, la encomienda, al abrir nuevas posibilidades, proporcionando mano de obra gratuita para explotar la minería y la agricultura, se convierte en la vía inmediata para obtener fortuna. En este período comienza, también, una etapa de conquistas que tienen como base de operaciones La Española primero y Cuba más tarde. En 1508, Ponce de León conquista Puerto Rico; Juan de Esquivel desembarca en Jamaica, y Diego de Nicuesa en Castilla del Oro, en 1509; Diego de Velázquez comienza la campaña de Cuba en 1511. En 1513, Vasco Núñez de Balboa atraviesa el istmo de Panamá hasta el Pacifico, y Ponce de León explora la Florida; en 1517 Hernández de Córdoba llega a Yucatán, y en 1519, Hernán Cortés penetra en México. Desde las islas el conquistador español llegaba a Tierra Firme, donde entraría en contacto con los grandes imperios americanos.
Esta etapa de la expansión tiene carácter privado, con licencias otorgadas por la Corona y controladas por un nuevo organismo: la Casa de Contratación, instalada en Sevilla desde 1503 y siguiendo el modelo de las portuguesas Casa de Guinea y Casa da Mina e India. En 1519, la creación del Consejo de Indias estuvo destinada a la administración política del Nuevo Mundo. El jefe expedicionario debía hacerse cargo de los costos de la empresa y dependía de banqueros, o comerciantes, que financiaban los gastos en calidad de asociados en los beneficios, condiciones que por regla general se formulaban en un contrato, o comanda. La operación exigía compra de navíos, provisiones, armamento y pertrechos necesarios para la navegación, puesto que las tripulaciones estaban integradas por marinos, y una hueste que debía proveerse de su armamento, e incluso de caballos.
Por consiguiente, el riesgo económico afectaba tan sólo a los particulares. La Corona intervenía para controlar el quinto real, para dejar constancia de la toma de posesión de los territorios descubiertos, y otros aspectos de la conquista; los funcionarios reales embarcaban a cargo del jefe de la expedición. Estas condiciones tenían que alterar, fatalmente, todas las disposiciones de la monarquía para moderar el comportamiento de sus capitanes. Los conquistadores estimaban que su esfuerzo y su dinero incorporaban nuevos territorios y considerables riquezas al patrimonio de la Corona, a la vez que convertían a su rey en emperador de los reinos sometidos. Este pensamiento de estar ofreciendo un poderoso imperio en las Indias al rey de España se encuentra, insinuado con frecuencia, en las Cartas de relación de Hernán Cortés. Asimismo, consideraban que su empresa beneficiaba a la cristiandad, extendiendo el ámbito de la fe. Ya López de Gómara apuntaba esa apertura de una nueva frontera en la lucha contra el infiel en su Historia General de las Indias, al escribir: «Comenzaron las conquistas de indios acabada la de los moros, para que siempre guerrearan españoles contra infieles».
Si la codicia de los capitanes crecía por la necesidad de cubrir gastos y alcanzar el máximo de beneficios, el aspecto social de la conquista explica los problemas generados por los hombres de armas. El saqueo, el expolio y la violencia eran consecuencia lógica de una empresa que, por su propia dinámica, traslada al Nuevo Mundo los símbolos del prestigio de la sociedad feudal: la posesión de la tierra y el dominio sobre masas de indígenas permitían gozar de la vida señorial vislumbrada en España. Porque si algunos jefes pertenecían a la pequeña nobleza, como Hernán Cortés, Pedro de Alvarado o Pedro Ponce de León, otros eran apenas hidalgos o segundones que aspiraban a obtener riqueza y también prestigio social —tal es el caso de Bernal Díaz del Castillo—, y los más eran plebeyos, como Diego de Almagro y Francisco Pizarro. En verdad, pocos fueron los agraciados con una posesión nobiliaria en las Indias. Un Cortés, nominado Marqués del Valle de Oaxaca, o un Francisco Pizarro, elevado a marqués e investido como caballero de Santiago, son casos excepcionales. Pero las cimas del poder colonial les estuvieron oficialmente vedadas por la Corona, que pronto instauró la figura del virrey. Es que Carlos V, recientemente enfrentado a la revuelta de las Comunidades de Castilla, no ignoraba que América podía convertirse en último refugio de las pretensiones feudales; un Cortés distribuyendo tierras por su cuenta entre sus seguidores y un Gonzalo Pizarro aspirando a reinar en Perú luego de destituir al virrey, en 1544, avivaron esos temores. Pero los más, entre los capitanes de la conquista, gastaron años de su vida en elevar a la Corona memoriales de méritos y servicios para solicitar mercedes compensatorias, o mejorar una situación que consideraban injusta, como demuestra la historia personal de Bernal Díaz del Castillo. Por debajo, una gran diversidad de situaciones sociales, entre quienes hicieron preceder su nombre por el título de «Don» y una enorme mayoría de colonos surgidos de las capas bajas que obtuvieron un pequeño lote de tierra para subsistir. Las grandes propiedades y las encomiendas quedaron concentradas entre un reducido número de conquistadores y de altos funcionarios.

Fray Bartolomé de Las Casas
Pese a la inexistencia de documentos que confirmen la fecha, hasta hace poco se aceptaba sin discusión que Bartolomé de Las Casas había nacido en Sevilla, en 1474. Actualmente, las investigaciones de H. R. Parish y H. E. Weidman han dado como probable una fecha bastante posterior: 1484. Siguiendo la monumental biografía del dominico emprendida por Manuel Giménez Fernández —lamentablemente incompleta—, sabemos que el defensor de los indios estudió en Sevilla, donde cursó latinidad y humanidades, al parecer en la escuela hispalense del Colegio de San Miguel, para luego proseguir en Córdoba otras disciplinas de una formación que preparaba su acceso a la vida eclesiástica.
Embarcado en la misma Sevilla como integrante de la expedición de Nicolás de Ovando en 1502, llega a La Española como un poblador más, con la idea de hacer fortuna y explotar ventajosamente una encomienda, aunque su buen trato a los indígenas lo diferencia de los demás colonos. Es en el Nuevo Mundo donde recibe su ordenación como presbítero el año de 1512, y más de una vez afirmará, en lo sucesivo, que fue el primer sacerdote consagrado como tal en América. Durante la conquista de Cuba participa como capellán, cuando Pánfilo de Narváez acude a la isla para reforzar los efectivos de Diego Velázquez enfrentado a una campaña que se prolongaba más de lo previsto.
Durante este período, dos hechos gravitaron de modo dramático en su visión de la conquista y colonización española en las Antillas. Uno, la sublevación de los indios en el Higüey, reprimida con sangre y culminada en la captura de esclavos para trabajar en las minas de oro, donde muchos de ellos dejarían sus vidas. El otro, la masacre de los pacíficos indios de Caonao, ejecutada por las tropas de Narváez y que Las Casas, testigo del suceso, relata así en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias:

«Súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos, y meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) mas de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres y niños.»

En la Historia de las Indias vuelve sobre esta escena, aunque reduciendo los muertos a la cifra de dos mil indígenas. El acto encuentra similitud con el que llevó a cabo más tarde Hernán Cortés en Cholula, durante la conquista de México, sin duda destinados ambos a sembrar el terror entre quienes aún resistían fuertemente el avance de los conquistadores.
En Cuba, Las Casas obtiene nuevas encomiendas como recompensa por su participación en las filas de Pánfilo de Narváez; esta vez, en beneficio compartido con su amigo Pedro de Rentería, explotadas por ambos con tanto éxito que deciden traer animales de cría desde la isla de Jamaica. Pero las devastadoras consecuencias de la encomienda sobre la población indígena, demasiado visibles en las islas del Caribe, levantaron resistencias en muchos religiosos, y pronto los dominicos elevarían sus voces de protesta. El primero en lanzar públicamente duras críticas contra los encomenderos fue, precisamente, un miembro de esa orden: fray Antonio de Montesinos. El ya famoso sermón de 1511 fue una inquietante señal de alarma para los beneficiarios de la explotación del indio. Ha sido Las Casas quien ha rescatado una versión de este alegato en su Historia de las Indias:

« ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos?
»Éstos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos?»

Varios memoriales e informes elevados por los religiosos a las autoridades peninsulares trazan, lentamente, el camino que conduce a la discusión sobre la naturaleza del indio, su derecho a la libertad y, por fin, a la polémica de los justos títulos. La Junta de Burgos, convocada por el rey Fernando en 1512, examina los derechos de la Corona a someter a los indígenas para su evangelización. Las leyes de Burgos constituyen un primer paso, todavía tímido. Se reconoce en ellas el derecho a la libertad y al trato humanitario, pero se insiste en un necesario sometimiento para su educación, dada la «natural pereza y tendencia al vicio». Esto implicaba un triunfo de los colonos y la supervivencia de la encomienda.
Pero en 1513 el rey Fernando vuelve sobre el problema. Reúne una comisión de teólogos para el estudio de un documento destinado a demandar de los indios la aceptación de la fe cristiana, acatamiento al papa y a la monarquía española. Los escritos de fray Matías Paz discurren, al igual que los del doctor Juan López Palacios Rubios, según las tesis desarrolladas por el tomismo. Ambos coinciden en señalar la donación pontifical como título de España sobre las Indias; por consiguiente, la conquista no puede estar fundada en la adquisición de poder o riquezas, sino en difundir la verdadera religión. Pero los indios no son infieles —de acuerdo con Santo Tomás— como los sarracenos, turcos, o judíos, que han rechazado la fe verdadera; puesto que no la conocen aún, pueden ser instruidos en ella y, por lo tanto, deben ser requeridos para aceptar la doctrina. La comisión no acepta el concepto de esclavitud según Aristóteles; los indígenas no deberán ser sometidos, salvo que rechazaran la fe cristiana o la obediencia debida al rey. Los culpables de opresión o maltrato a los indios convertidos deberán ofrecer una justa reparación.
Estos argumentos serán recogidos por Las Casas y llevados, más tarde, hasta sus últimas consecuencias. En esa instancia, la comisión de teólogos produjo un documento, redactado con la participación de Palacios Rubios: el Requerimiento, de obligatoria lectura ante los naturales y que sería utilizado por los conquistadores como perfecto instrumento jurídico para tranquilizar las conciencias. La primera expedición que parte provista del nuevo texto es la de Pedro Arias de Ávila (Pedrarias Dávila), donde viaja un grupo de futuros capitanes: Hernando de Soto, Sebastián Benalcázar, Diego de Almagro, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco de Montejo y Martín Fernández de Enciso, autor de la Suma de Geografía.
En esta coyuntura histórica, fray Bartolomé de Las Casas decide hacer renuncia de sus encomiendas e inicia, en 1514, su campaña en favor de los indios; una decisión al parecer repentina, que algunos han denominado su «camino de Damasco». Sus sermones condenaron el reparto de los naturales que se realizaba entre los españoles como «injusto y tiránico», y no tardó en verse duramente enfrentado a los intereses que regían la sociedad colonial. Comienza entonces su denuncia ante las autoridades metropolitanas. En 1516 redacta su Memorial de agravios hechos a los indios, dirigido al cardenal Cisneros; no sólo contiene críticas, sino que incluye propuestas para corregir una situación a sus ojos perjudicial para la propia Corona. No era fácil, por supuesto, enfrentarse a intereses cuya influencia en la Casa de Contratación, e incluso en el Consejo de Indias, es fuerte y cuentan con el respaldo del cardenal Rodríguez de Fonseca, por mucho tiempo decisivo. Pero la muerte del rey Fernando y la regencia de Cisneros debilitan temporalmente a los fonsequistas abriendo cauce a las reformas.
El plan Cisneros-Las Casas intenta dar forma al proyecto de consolidar pueblos de indios para instruirlos en la agricultura, convertirlos en tributarios directos de la Corona y alejarlos de la explotación por los colonos. El desarrollo estuvo a cargo de un grupo de monjes Jerónimos con el apoyo del regente; pero las presiones de los encomenderos sobre los religiosos convirtieron la propuesta en un fracaso. Durante la regencia de Cisneros se otorgaron permisos para la entrada de esclavos negros, siguiendo los propósitos de Las Casas de utilizarlos para sustituir el trabajo indígena e impedir, así, la continuidad de su exterminio. No obstante, pronto comprendió el clérigo que esta práctica tan sólo había trasladado la caza de esclavos al continente africano, creaba nuevas posibilidades de explotación y no mitigaba el padecimiento de los indios.

Caminos de utopía
En 1516, el Protector de los Indios eleva su primer Memorial de remedios, en el que desarrolla un modelo utópico, ya analizado por José Antonio Maravall; es que el Nuevo Mundo había reavivado, tempranamente, antiguas leyendas en el hombre europeo. Debemos recordar el nacimiento del mito del «buen salvaje», implícito en las descripciones que hace Colón del hombre americano o en las Décadas de Orbe Novo de Pedro Mártir de Anglería. A su vez, la Utopía de Tomás Moro, impresa en 1516, hace clara referencia a las noticias que provienen de América.
En 1518, Las Casas presenta un nuevo Memorial de remedios, defendido ante Carlos I con el apoyo del ministro Gattinara, donde persigue el mismo orden de ideas: los indios deben ser tratados como hombres libres e iguales a los españoles; debe ser abolida la encomienda y todo tipo de prestaciones; sólo así podrán abrazar libremente la verdadera fe, al tiempo que adquieren los adelantos de la civilización. En 1521, Las Casas intenta hacer realidad su utopía cristiano-social en las costas de Cumaná mediante una colonización planificada. La Tierra Firme parecía una zona propicia para ensayar el proyecto, y el clérigo asumió el compromiso de poblar y cristianizar una extensión de 300 leguas a lo largo de la costa, formando una compañía con cincuenta agricultores castellanos. Se fundarían allí tres poblaciones donde habrían de convivir españoles e indios libres; éstos harían suyos los hábitos de trabajo de los peninsulares, aceptarían sus formas políticas, aprenderían a administrarse, e incluso podrían pagar tributo a la Corona a partir del tercer año. Para inclinar a sus asociados a un mayor compromiso cristiano, propone fundar la orden de los «Caballeros de la espuela dorada»; tres fortalezas, una cada cien leguas, custodiarían el territorio, y se prohibía la entrada en la región a todo español ajeno al cuerpo de colonizadores.
No pocos escollos encontró la empresa una vez en práctica desde 1521, puesto que como él mismo afirmaba en su Memorial al rey, la Tierra Firme había demostrado ser «la más rica tierra de oro y perlas y otras cosas preciosas». Hecho bien conocido por quienes utilizaban la mano de obra indígena para la pesca de perlas y la minería. Si en el plano político el clérigo triunfa gracias a su habilidad para procurarse alianzas, la expedición integrada por unos setenta campesinos chocó con la dura realidad colonial. A su llegada a Puerto Rico le esperaba una noticia desalentadora: los indios, atacados por un grupo de expedicionarios, se habían vuelto contra los misioneros que predicaban en la zona y dado muerte a varios de ellos. En consecuencia, desde Santo Domingo había zarpado una fuerza en misión punitiva y todo el proyecto se desmorona con rapidez. No fue suficiente para detener el desastre que el clérigo aceptase compartir ganancias con los ávidos funcionarios de La Española. Las factorías instaladas en Cumaná habían sido arrasadas por unos indios de características muy distintas a los pacíficos que Las Casas describía en sus informes; en tanto, sus labradores ya no le aguardaban en Puerto Rico, se habían alistado en expediciones que les prometían fáciles fortunas.
En 1522, el clérigo entra en la orden de los dominicos, donde es recibido con gran entusiasmo, y sus próximos diez años de vida estarán dedicados al estudio en el recogimiento monástico, donde dará comienzo a su obra histórica. Pero este retiro no significaba abandono de la causa de los indios, como pudo saberse en 1529, cuando recomienza su lucha contra la encomienda y prepara su segundo proyecto utópico.
La experiencia evangelizadora en Tuzutlán, territorio de Guatemala, se realizaría sobre un área denominada por los españoles «Tierra de guerra». Se trataba de una región tropical defendida por indios belicosos al extremo de haber forzado a retroceder las incursiones destinadas a controlar la zona. Ése fue, precisamente, un factor que facilitó el acuerdo entre los dominicos y el gobernador Alonso de Maldonado para llevar a la práctica una tarea evangelizadora y comunitaria prolongada, al fin, desde 1537 hasta 1550.
Las ideas a desarrollar han sido volcadas por el Protector de los Indios en un texto de 1537: Del único modo de atraer todas las gentes a la religión verdadera, donde expone su convicción en la eficacia del adoctrinamiento por medios pacíficos. Los misioneros obtuvieron un contrato que excluía del territorio a toda persona no integrante de la orden y prohibía la presencia de hombres armados durante un plazo de cinco años. No existe casi información sobre el desarrollo de este plan evangelizador, pero los dominicos de Las Casas obtuvieron la confianza de los caciques, y durante más de un decenio convirtieron a los indios, al tiempo que transformaban sus costumbres. Así, la región recibió un nombre que coronaba la utopía: Vera Paz.
El autor del proyecto no permaneció en la misión demasiado tiempo. Sabe que su presencia en España tiene mayor incidencia sobre las propuestas reformistas, y pronto intervendrá en la preparación de las Leyes Nuevas, sobre la base del prestigio que le otorgaba el éxito del proyecto en Guatemala, admitido por el mismo Pedro de Alvarado. Poco más tarde también se frustrará esta utopía, pese a todo. El antagonismo de los colonos hacia una experiencia poco favorable a la permanencia de su tutela sobre los indios pronto originó choques. Una revuelta de los caciques, no muy alejados de sus divinidades tradicionales pese al celo de los sacerdotes, culminó en una masacre de misioneros en 1550. Era el fin de la segunda experiencia lascasiana.

Las Leyes Nuevas
El momento parecía favorable para abogar por la causa de los indios, pues las protestas llegaban hasta Carlos V desde altas investiduras, como el obispo de México Juan de Zumárraga, o Marroquín, el obispo de Guatemala. Paulo III hacía conocer su opinión sobre la naturaleza humana y libre del indígena americano en la bula Sublimis Deus, de 9 de junio de 1537; en tanto, Francisco de Vitoria abordaba desde Salamanca, en 1539, el tema de la legitimidad de la conquista. Por otra parte, no sólo Bartolomé de Las Casas y los dominicos elevaron sus propuestas para suprimir la encomienda; también los franciscanos enviaron a la corte al sacerdote francés Jacques Testera con idénticos planteamientos.
Las ideas de Vitoria sobre el problema de la evangelización y la justicia en el Nuevo Mundo, esbozadas en De Indis y en De Jure, se aproximaban a las tesis lascasianas. Siguiendo la posición tomista, los indios no podían considerarse infieles antes de conocer la verdadera fe; no se trata de una ignorancia culpable, y no puede, por tanto, ser perseguida por la guerra. Los señoríos indígenas son dignos de respeto y el rey de España tiene el papel, en las Indias, de emperador sobre esos reyes y señores naturales, que deben conservar su poder.
En esta etapa histórica de transición, cuando la conquista española se ha extendido sobre las grandes culturas americanas —México y Perú— y, por consiguiente, se inicia una mutación de las iniciales estructuras políticas y económicas de la dominación, se ha de resolver el enfrentamiento de dos partidos imperiales: eclesiásticos y conquistadores proponen la doctrina que consolidaría uno u otro predominio.
La encomienda había recibido, en 1536, una cierta ratificación que alentó las aspiraciones de convertirla en un sistema a perpetuidad. De tal modo, pronto se anudaron intrigas entre algunos capitanes de la conquista —Lewis Hanke nos menciona a Cortés, Pizarro y Almagro— y ciertos miembros del Consejo de Indias, para impedir la derogación de la encomienda. Carlos I, sin embargo, demostró su firmeza ante estos hechos removiendo algunos de los integrantes del organismo, y se dispuso a escuchar las demandas de los religiosos reformistas. En parte, esto obedecía a sus compromisos en la cristianización de las Indias, pero no debe olvidarse que América se estaba convirtiendo en el último reducto de un feudalismo cuyos rebrotes la Corona esperaba impedir. Las Casas denuncia esta situación en su Octavo remedio, el año 1542, apuntando las dificultades que tendría el rey para mantenerlos bajo su control:

«Y a nadie haga Vuestra Majestad merced de hoy en adelante de título de conde ni de marqués ni duque, ni sobre indios ni sobre españoles, más de los que hasta aquí ha hecho (…) puesto que los hombres aun siendo pobres se hacen de grandes corazones e tienen pensamientos altos e desproporcionados, e siempre anhelan subir; y de aquí se engendran los atrevidos; cuanto más dándoles de golpe señoríos y jurisdicción sobre indios ni sobre españoles. Y en verdad que creemos que en breves años hombres hubiese que les pasase por pensamiento ser reyes.»

En consecuencia, los informes de dominicos y franciscanos, denunciando los abusos sobre la población indígena, permitían actuar debilitando los privilegios amenazadores. Durante este período, el Protector de los Indios redacta dos textos que destina a las autoridades. Uno de ellos, el Memorial de remedios; el otro, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, cuya influencia sobre los integrantes del Consejo de Indias y el propio rey tiene gran importancia en las resoluciones. Las Leyes Nuevas, que surgen de las discusiones propiciadas por Carlos V, serán promulgadas en noviembre de 1542. Prohíben toda concesión de indios en beneficio, y reducen a una vida las encomiendas vigentes, por lo cual no son transmisibles y, una vez muerto el titular, los naturales revierten a la tutela de la Corona. No se atacaba la propiedad vigente, sin duda en un gesto apaciguador para con los protagonistas de la empresa americana; pero se decretaba la progresiva desaparición de un instrumento jurídico que permitía a los colonos explotar la fuerza de trabajo de los indígenas. Esta decisión despertó la resistencia de quienes anhelaban no sólo disfrutar de una vida señorial, sino también transmitirla a sus descendientes.
Los reductos coloniales donde la minería cobraba importancia se prepararon a librar batalla. En Perú se produjo una revuelta que no logró apaciguar el virrey, destituido finalmente por los sublevados. Desde España llegó entonces el licenciado La Gasea con la misión de poner término a los conflictos. Incluso en México, donde la administración era más estable, los conatos de protesta no dejaron de insinuarse. Justamente, eran las regiones donde Las Casas había previsto que podrían surgir dificultades como consecuencia de la aplicación de las Leyes Nuevas. Escribía, en 1542, en su Representación al emperador Carlos V:

«…decimos que en dos partes o reinos no más en estos tiempos de agora podría haber peligro en todas las Indias de inobediencia, o motín o rebelión: el uno es la Nueva España y el otro en las provincias o reinos del Perú…»

Demasiados problemas para una monarquía que se enfrentaba a una ampliación de los frentes de conflicto, dada la coyuntura internacional. El contenido de las Leyes Nuevas no había alcanzado aún resultados importantes en la práctica, cuando Carlos V, atendiendo a sus consejeros y ante la presión ejercida por los acontecimientos del Nuevo Mundo, decidió revocar en 1545 las cláusulas que impedían la transmisión de la encomienda.
Las Casas, investido por la Corona como obispo de Chiapas en México y con jurisdicción sobre la Vera Paz, se enfrentó muy pronto a unos colonos que, por lo demás, no le ocultaron su hostilidad. Las exigencias de restituir la libertad a los indios bajo pena de no conceder los sacramentos a los encomenderos, y la difusión de su Confesionario, que contenía reglas destinadas a los clérigos en el mismo sentido, le obligaron a buscar refugio en Nicaragua durante algún tiempo. En 1547 embarca hacia España para no regresar a territorio americano, pero no claudicará en su empeño por liberar a los indios de la explotación colonial.

Un libro militante
En La España del siglo XVI, que proyecta sobre la conquista el formalismo jurídico, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias configura un alegato a modo de inventario notarial, incluso por su estilo descriptivo, que recoge datos de todo el territorio del Nuevo Mundo. Pero no sólo eso; deja a la vez constancia del estado de cada zona antes de la llegada de los españoles, de la población y de las cualidades de sus gentes. Afirmaciones exageradas, sin duda, que harán más dramático el cuadro de destrucción y despoblamiento esbozado a continuación. Pero aun careciendo de la indignada vehemencia del dominico, no son menos acusatorias las denuncias en informes, relaciones y memoriales de otros religiosos, e incluso en las crónicas de Motolinia, Cieza de León y Fernández de Oviedo. El propio Hernán Cortés no deja de apuntar la cuota de atropellos que comporta la conquista; así lo hace en su cuarta Carta de relación a Carlos V, al informar de la resistencia que oponen los colonos a trabajar sus propiedades:

«…Porque todos, o los más, tienen pensamientos de hacerse con estas tierras como se han habido con las islas que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas y después dejarlas.»

La Brevísima relación coloca en entredicho la empresa colonial, donde Las Casas percibe una sistemática violación de lo que juzga un principio básico de la presencia española en las Indias: colonizar por medios pacíficos para llevar el bienestar a los nuevos súbditos del imperio. Toda la obra del Protector de los Indios gira alrededor de esta tesis, desarrollada en numerosos escritos. El libro se presenta como una crónica de hechos contemporáneos, que el autor:

«…como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los ha visto cometer.»

Afirmación que se encuentra en el prólogo de la obra, sin duda redactado en 1552, fecha de su edición. El tono fuertemente negativo que preside la redacción del texto no resiste, por cierto, un análisis objetivo; tan sólo se salva la generosa intención de revelar iniquidades y proteger a los indígenas. Pero, al colocar en primer plano los problemas que avivan la polémica doctrinal suscitada por la conquista del Nuevo Mundo, se ha convertido en lectura excepcional para interpretar un período clave.
La estructura narrativa de la Brevísima relación sirve fielmente a los objetivos perseguidos por Las Casas en la instancia de su redacción. Presenta una versión amplificada de la realidad, organizada sobre la base de imágenes fuertemente contrapuestas, un discurso que opera en función de hacer más efectista la denuncia. Desarrolla entonces una serie de temas implícitos en el título de la obra:
a) La destrucción de las Indias es el tema central, y objeto de un análisis pormenorizado. Aun pasando por el cernidor de la critica sus datos cuantitativos y su valoración cualitativa, el libro conserva su vigencia, no sólo como exponente de la lucha por la justicia, librada sin desfallecimientos por fray Bartolomé de Las Casas, sino también porque es el primer documento que aborda como hecho total el problema de la conquista, la consecuencia del choque de culturas. Se describen los efectos de la guerra y la esclavitud sobre los naturales, la degradación de las comunidades autóctonas y la ruina de sus formas productivas, el hundimiento demográfico y la vulnerabilidad de los indios ante las nuevas condiciones vitales implantadas por los vencedores. Desde el comienzo de la obra afirma:

«Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en extirpar y raer de la haz de la tierra aquellas miserandas naciones. La una por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no deja las guerras a vida sino los mozos y mujeres) oprimiéndoles con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen y se resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias maneras de asolar aquellas gentes, que son infinitas.»

Estas diversas maneras nos las describe el dominico. Ofrece el ejemplo de Cuba, donde el traslado de los naturales, para trabajar en la extracción del oro, produce drenajes en poblaciones que dependen de formas de subsistencia extremadamente precarias:

«En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños.»

Las cifras se presentan, sin duda, considerablemente abultadas, pero la realidad que denuncia ha quedado suficientemente probada por otros testigos. Las expediciones para capturar esclavos tienen, también, graves consecuencias demográficas:

«Porque es averiguado, experimentado millares de veces, que sacando los indios de sus tierras naturales luego mueren mas fácilmente…»

Las formas de vida, sobre todo en La Española, el punto de referencia más vivo del autor, comportan una alimentación a bajos niveles y, por consiguiente, una débil resistencia para los duros trabajos exigidos por el encomendero:

«Su comida es tal, que la de los Santos Padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre.»

Todo lo anterior explica las fulminantes consecuencias de la agresión biológica inconscientemente trasladada por el conquistador. Al actuar sobre una población no inmunizada ante las nuevas enfermedades, debilitada por las alteraciones en la alimentación y los ritmos de trabajo impuestos por los encomenderos, se puso en marcha un proceso ya conocido por las sociedades rurales de la Edad Media europea. En aquellos casos el encadenamiento era: prolongadas sequías — grandes hambrunas – mortalidad elevada por agresión microbiana. En el Nuevo Mundo, la agresión biológica tuvo efectos más graves, porque se trataba de sociedades que hasta entonces habían vivido en «circuito cerrado», según los antropólogos. La viruela devastó la isla Española, y Gonzalo Fernández de Oviedo escribe que fue «universal en todas las Indias», ya que desde las islas pasó a México. En 1529, el sarampión provocó mortalidad en el Caribe y siguió su marcha hacia Centroamérica; el tifus parece estar identificado en el matlazahuatl que asoló Nueva España en 1545, para reaparecer más tarde en Perú. Las Casas menciona en la Brevísima relación la vulnerabilidad de unos indios «que más fácilmente mueren ante cualquier enfermedad».
La incidencia de los ritmos de explotación de la mano de obra en el descenso de la demografía indígena no es igual en todas las áreas. De acuerdo con las actuales investigaciones, la despoblación por estas causas es más fuerte en las islas; incluso provoca en 1514 una caída en la producción del oro y generaliza la captura de esclavos en las zonas vecinas para reponer mano de obra, procedimiento denunciado por Las Casas y otros testimonios. Pero es menor en regiones próximas a los grandes imperios precolombinos, como México y Perú, donde los habitantes estaban habituados a trabajos más duros y el conquistador superpuso su dominio al que ya ejercían los poderes locales. Con todo, el traslado de trabajadores hacia territorios alejados de las comunidades destruye sus formas de vida, y el trabajo en las minas produce elevada mortalidad. Un rápido hundimiento de la demografía en la América conquistada que testimonian varios cronistas, asombrados ante el fenómeno, y atribuido a designios divinos por algunos religiosos.
Las cifras proporcionadas por Las Casas constituyen, por consiguiente, una nueva evidencia, ofrecida por un contemporáneo que aspira a provocar una reacción positiva en favor de los naturales exagerando los datos. Así, nos habla de un descenso de la población que oscila entre los doce millones (doce cuentos) y los quince millones de indios en cuarenta años de dominación colonial. En La Española, el exterminio desde la llegada de los españoles ascendería a tres millones de personas; en Honduras, once años de conquista habrían ocasionado unos dos millones de muertes; y en los territorios del Perú eleva a cuatro millones los indígenas aniquilados en diez años.
En verdad, hay que tomar los datos de Las Casas como lo que él mismo pretendía que fueran: un intento de sacudir la conciencia de sus contemporáneos peninsulares. Hoy día, pese a los modernos métodos de investigación, los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre las cifras. Las estimaciones sobre la despoblación indígena varían en consecuencia del volumen demográfico propuesto para la América española antes del descubrimiento. Entre los 100 millones de habitantes estimados por los estudiosos de la llamada Escuela de Berkeley, y los modestos 13 millones sugeridos por Ángel Rosenblat, están los 70 millones de P. Rivet y los 35 de Magnus Mörner. Se han obtenido, pese a todo, resultados más elaborados sobre diversas áreas utilizando fuentes de la administración colonial española y de los aztecas. Éstos confirman, para Perú y Nueva Granada, impresionantes descensos de población en algunas zonas, y los datos acumulados por los historiadores norteamericanos para Nueva España y las Antillas registran también severos desplomes demográficos.
b) La estrategia narrativa recurre a la frecuencia de imágenes antitéticas. Un procedimiento expositivo que conduce a comunicar dramatismo a la imagen de dos mundos que se encuentran: uno destinado a imponerse y otro condenado a desaparecer. Esta visión del choque de dos culturas se puede encontrar asimismo, con otros matices, en varios cronistas del período; pero en el Protector de los Indios esta constatación despierta alarma cuando se percata de los procesos destructivos que desencadena. En la Brevísima relación desarrolla entonces una serie de imágenes destinadas a dibujar un cuadro desolador: la presencia destructora de los soldados y colonos españoles en un territorio que describe como el paraíso terrenal. Después de todo, esa visión estaba en la mente de muchos europeos; una idea de la naturaleza y el indio americanos creada tempranamente por otros autores, pero utilizada por Las Casas con convicción cuando nos habla de «la grande y felicísima isla Española»; o en su pintura de «aquellas tierras tan felices y tan ricas, y las gentes tan humildes y pacientes»; y de las islas de San Juan y de Jamaica, «que eran unas huertas y unas colmenas». El reino de Yucatán, que estaba lleno de infinitas gentes: «…y donde se pudieran hacer grandes ciudades de españoles y vivieran como en un paraíso terrenal».
A esta pintura se enfrenta otra dantesca. La destrucción y la muerte:

«De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueles y nefandas obras han despoblado y asolado y que hoy están desiertas…»

En Guatemala:
«…han destruido y asolado un reino de cien leguas en cuadra y más, de los más felices en fertilidad y población que puede ser en el mundo…».

Otros elementos narrativos aumentan la fuerza del cuadro general como instrumento de denuncia. La imagen bíblica de lobos y corderos, recurso frecuente en la literatura religiosa sobre el Nuevo Mundo, y ya utilizada por Las Casas en otros textos, como la Carta al Consejo de Indias, de enero de 1531, donde sentencia sobre la evangelización:

«Pues si ésta es la puerta, señores, y el camino de convertir estas gentes que tenéis a vuestro cargo, ¿por qué en lugar de enviar ovejas que conviertan los lobos, enviáis lobos hambrientos, tiranos, crueles, que despedacen, destruyan, escandalicen e avienten las ovejas?»

La incorporación de estas imágenes a la estructura de la Brevísima relación ha sido analizada por André Saint-Lu en un excelente trabajo. En la obra se bosqueja un cuadro que presenta la inocencia natural del indio enfrentada a la violenta irrupción del conquistador:

«En estas mansas ovejas, y de las cualidades susodichas por su Hacedor e Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que les conocieron, como tigres e leones crudelísimos y de muchos días hambrientos.»

c) Las pérdidas de la Corona son cuantiosas —subraya Las Casas—, como resultado de esas depredaciones. Afirmación que lleva implícita la denuncia contra la corrupción de unos funcionarios omisos en su cometido de informar a las autoridades metropolitanas, y contra unos religiosos que se hacen cómplices de la explotación de los indios. «A Carlos V —escribe— hasta agora se le ha encubierto siempre la verdad industriosamente.» La práctica tan extendida de extraer riqueza sobre la base de agotar «las tierras más ricas» y destruir sus poblaciones despoja de bienes considerables al rey. Lo explicita en varios pasajes de la Brevísima relación, y también en el texto paralelo: el Octavo remedio, un prolijo alegato contra la encomienda. Su terrible descripción del comportamiento de las expediciones alemanas en Venezuela, provincias que «han estragado, asolado y despoblado», ilustra una vez más su denuncia. Por otra parte, el exterminio de los indígenas priva a la Corona española de futuros súbditos que, ganados por la evangelización —afirma en el Octavo remedio—, estarían dispuestos a defender las posesiones de Castilla contra un enemigo exterior.

El legado
En 1550 se libra una de las batallas más importantes del Protector de los Indios: su polémica con el humanista Juan Ginés de Sepúlveda, que oficiaba de capellán del emperador y desempeñaba el cargo de cronista. Venía precedida de un enfrentamiento intelectual entre ambos, en el que debe mencionarse la difusión de un texto de Sepúlveda: Democrates alter (1545), al que pronto opuso Las Casas su Apología. En el primero se ratifica la legitimidad de la guerra de conquista contra los indios, siguiendo la doctrina aristotélica; en el segundo se afirma que esas conquistas «eran tiránicas, injustas e inicuas», defendiendo la libertad de los naturales y también sus estructuras sociales. La Apología se conoce en sus principales argumentos por el resumen de la polémica realizado por fray Domingo de Soto. La confrontación, comenzada ante Carlos V en Valladolid, se agotó en interminables sesiones sin llegar a una decisión; no obstante, la Corona mantuvo su actitud favorable a provocar algunos cambios en América.
Fray Bartolomé de Las Casas dio a las prensas, en 1552, una serie de tratados de su autoría en la imprenta sevillana de Sebastián Trujillo; entre éstos, como ya se ha dicho, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Pero las dos obras más importantes que nos ha dejado su producción intelectual, la Historia de las Indias y la Apologética historia de las Indias, han esperado más de trescientos años para su primera edición. El propio Las Casas, al legar el manuscrito de su Historia de las Indias a sus hermanos de orden, estipulaba que no debía ser publicada hasta cuarenta años después de su muerte, «si vieren que es para bien de los indios y de España». En la obra se narra un período histórico que se extiende desde 1492 hasta 1520, pero el autor comienza su redacción dando cuenta de las ideas que imperaban antes del descubrimiento acerca de la geografía, así como de los mitos y leyendas que presagiaban la existencia de nuevas tierras más allá del océano. Narra los acontecimientos del Nuevo Mundo desde la llegada de Colón —cuyos Diarios de viaje salva, en buena parte, al incluirlos en las páginas de su obra—, y relata la conquista y el establecimiento de los españoles, describiendo la naturaleza y los pueblos americanos. Por lo demás, en el texto mantiene los mismos principios que ha defendido a lo largo de su trayectoria comprometida en la defensa de los indios. La Apologética historia de las Indias conforma un inmenso fresco antropológico, donde la presentación de las culturas indígenas, sus costumbres sociales, sus religiones, está sustentada en un inmenso esfuerzo por comprender pueblos situados en otros estadios de civilización, cuya integridad reclama respetar.
Parece tarea innecesaria, en verdad, defender a Bartolomé de Las Casas de las acusaciones de cierta historiografía muy distorsionada como consecuencia de un nacionalismo irritado por la leyenda negra. Estas posiciones han sido desplazadas, en la actualidad, por una investigación histórica española que indaga en las luces y las sombras que todo proceso colonial encierra. Los que analizan en la producción intelectual del dominico «algo más que sus demasías numéricas», como reclamaba Lewis Hanke en 1959, son muy numerosos en España y, por supuesto, en América Latina.
La crítica de Las Casas, fuertemente acerada, no estuvo dirigida contra los derechos de la Corona española sobre el Nuevo Mundo, como se ha pretendido por algunos autores. Estos derechos constituían, después de todo, condición previa para cumplir el designio evangelizador y fundar esa «Iglesia indiana» que soñaron muchos predicadores. Más de una vez se extiende sobre el tema, y lo hace, entre otros documentos, en el Memorial de remedios de 1542:

«La población y vivienda de los españoles en Indias era muy necesaria, así como la conversión y policía de los indios, para sustentar el Estado y señorío de Su Majestad y de los Reyes de Castilla en las Indias.»

Lo que se rechazaba eran los métodos para establecer ese dominio. En cierto modo, la controvertida figura del dominico era la punta de un iceberg; anunciaba la presencia, menos ostensible pero nada desdeñable, de una amplia base de espíritus discrepantes que reclamaba mejorar la situación de los indios. Por esta razón, Las Casas se rebela contra la utilización de la palabra conquista, que lleva implícita justificar la agresión armada contra los naturales pacíficos: «Ninguno puede ser proclamado rebelde si primero no es súbdito», exclama en la Brevísima relación.
Sin duda, la acción apasionada del Protector de los Indios confirma la existencia de un problema singular en el seno del proceso de conquista y colonización española en las Indias: era la lucha por la justicia, no sólo en el plano teórico, sino también en la concreta dimensión cotidiana. El indigenismo de Las Casas, la interpretación del mundo de las comunidades americanas como culturas diferentes, que deben ser respetadas, es uno de los legados más importantes del siglo XVI en la historia de España y América.

Ediciones
Sería imposible incluir en este trabajo la extensísima lista de ediciones de la Brevísima relación. Como se ha dicho ya, la primera impresión de la obra fue realizada en 1552. Llevaba el siguiente título: Breuíssima relación de la destruyción de las Indias: Colegida por el Obispo dō fray Bartolomé de Las Casas / o Casaus de la Orden de Sācto Domingo. Su colofón rezaba: Fue impressa la presente obra en la muy noble e muy leal ciudad de Sevilla en casa de Sebastián Trujillo impressor de libros. A nuestra señora de Gracia. Año de M.D.LII.
Rápidamente se hicieron traducciones de esta obra al francés, inglés, holandés, alemán e italiano. La más conocida de ellas fue la de De Bry, que incluía grabados ilustrando las atrocidades atribuidas a los españoles en las Indias, y que sirvieron para difundir la leyenda negra con mayor rapidez.
Anotaremos tan sólo la existencia de dos cuidadas ediciones facsimilares. Una en Biblioteca Argentina de libros raros americanos, tomo III, Buenos Aires, 1924, precedida de una Advertencia de Emilio Ravignani; la otra en Fundación Universitaria Española, Madrid, 1977, con Introducción y notas de Manuel Ballesteros Gaibrois.

BIBLIOGRAFÍA
LAS CASAS, Bartolomé de, Obras, Biblioteca de Autores Españoles, tomos XCV, XCVI, CV, CVI y CX, Madrid, 1957-1958.
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BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel, En el centenario del P. Las Casas: revisión de una polémica, Madrid, 1974.
BATAILLON, Marcel, y SAINT-LU, André, Las Casas et la déjense des Indiens, París, 1968.
CARBIA, Rómulo D., Historia de la leyenda negra hispanoamericana, Buenos Aires, 1943.
COOK, S. F., y BORAH, W. Essays in population history. 1. México and the Caribbean, Berkeley, 1971.
CHAUNU, Pierre, Les Amériques 16e – 17e – 18e siécles, París, 1976.
Estudios sobre fray Bartolomé de Las Casas, Sevilla, 1974.
GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Manuel, Bartolomé de Las Casas (2 vols.), Sevilla, 1953-1960.
HANKE, Lewis, Colonisation et conscience chrétienne au XVIe siécle, París, 1957.
HANKE, Lewis, Estudios sobre fray Bartolomé de Las Casas y sobre la lucha por la justicia en la conquista española de América, Caracas, 1968.
LAFAYE, Jacques, Les conquistadores, París, 1964.
MARAVALL, José Antonio, «Utopía y primitivismo en Las Casas», en: Revista de Occidente, Madrid, 1974.
MÖRNER, Magnus, El mestizaje en la historia de Iberoamérica, 1961.
PÉREZ DE TUDELA, Juan, Estudio crítico preliminar en: Fray Bartolomé de Las Casas, Historia de las Indias, B.A.E., tomo XCV, Madrid, 1957.
PUPO WALKER, Enrique, La vocación literaria del pensamiento histórico en América, Madrid, 1982.
ROSENBLAT, Ángel, La población indígena de América desde 1492 hasta la actualidad, Buenos Aires, 1945.
SAINT-LU, André, Las Casas indigéniste. Études sur la vie et l’oeuvre du Défenseur des Indiens, París, 1982.
ZABALA, Silvio A., La «Utopía» de Tomás Moro en la Nueva España, México, 1937.
[1] Tomado de De las Casas Bartolomé,BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS INDIAS, Ediciones Orbis S.A., Barcelona 1986.
Ediciones 2011-14-18

Castilla 1143, historia de España, cómo era

Trataremos de hacer una breve historia de Castilla en España, desde sus orígenes hasta el año de 1143.

Consta que en siglo VII se usó ya el nombre de Castilla, aunque no se extendió hasta la siguiente centuria, aplicándose al territorio que antes habitaban los murbogos o turmódigos y otros pueblos entre el río Duero y la cordillera Cantábrica. El Primer documento en que se cita el nombre Castilla es árabe y data del año 759; luego se ve en algunos escritos latinos, siendo el más antiguo de éstos del año 801. Habiéndose extendido este nombre a la región habitada por los turmódigos, vacceos y arévacos, fue necesario dar un nombre a la región de de los autrigones y cántabros, que lo diferenciara de aquella, y llamóse a esta última Castella Vellegia, de la ciudad Vellica o Vellegia. Luego se convirtió en el nombre en Castella Vetula.

Los documentos de los siglos VIII a IX citan castella, Castella Barduliae, Castella Vellegia, Castella Vetula y Castella Veteri. Entonces se llamaba Castella Nova la región de Burgos, Palencia y Osma, pero cuando Alonso VI en el siglo XI se apoderó del reino de Toledo, pasó a éste el nombre de Castilla la Nueva.
…Créese que algunos principales señores hicieron armas contra los moros y fueron gobernando el terreno que conquistaban con permiso de los reyes de Oviedo y con el título de condes

[1]Primitivamente los condes sólo gobernaban un cierto tiempo, pasado el cual eran substituidos por otro que nombraba el rey. Más adelante, por los servicios prestados a los reyes, los condados fueron vitalicios y después hereditarios. Castilla estuvo dividida en pequeños Estados pertenecientes a distintos condes, todos los cuales estaban regidos por el de Burgos. Se cree que el que fundó el condado de Castilla, quitando aquel terreno a los moros, fue un tal Rodrigo, quien tuvo un hijo llamado Diego Porcellos que le sucedió en el Título. El referido Diego Porcellos tuvo una hija llamada Sullabella que se casó con Belchudes, príncipe alemán, quienes siguieron en el condado a Porcellos, éstos tuvieron dos hijos: Nuño Rasura y Gustavo González, el primero tuvo a Gonzalo Fernández[2], padre del gran conde Fernán González, y Giustios González tuvo a Gonzalo Giustios, padre de los siete infantes de Lara. El condado de Castilla permaneció algún tiempo subordinado a los reyes de León, haciéndose por fin independiente en tiempo de Sancho I el Craso, gracias a la política y valor de Fernán González. Los condes que hubo en Castilla desde que ésta se declaró independiente, fueron: el célebre Fernán Gonzalez[3], a quien siguió su hijo Garci Fernández[4], que asistió a la batalla de Calañetazor; a éste sucedió su hijo Sancho García[5], y a Sancho García su hijo García[6], asesinado por los Velas en león, por lo cual tomó posesión del condado su hermana doña Mayor, casada con Sancho, rey de Navarra. El condado de Castilla se erigió en reino, uniéndose al de León, de esta manera: Sancho, conde de Castilla, tenía dos hijas y un hijo, llamados Mayor, Jimena y García; Mayor se casó con Sancho, rey de Navarra; Jimena con Bermudo III[7], rey de León, y García[8] con Sancha, hermana del citado Bermudo, uniéndose de este modo las tres casas gobernantes de los tres principales Estados de España.

Cuando murieron los reyes de Navarra Sancho II y Mayor, quedaron: rey de Navarra García, hijo mayor de Sancho y Mayor; rey de Castilla Fernando, hijo segundo de los referidos reyes a quien su madre Mayor cedió aquel Estado con el título de rey y no con el de conde, que hasta entonces había llevado; y como Bermudo III murió sin sucesión, heredó el reino de León su hermana Sancha, casada con Fernando, rey de Castilla, uniéndose así por vez primera en Fernando I y Sancha las coronas de Castilla y León.»[9]

Según otra versión[10], Sancho II El fuerte. Su padre Fernando I le había heredado Castilla, mientras que a su hermano Alfonso VI le había asignado Galicia y León. Esto originó permanentes enfrentamientos que solo acabaron con la muerte de Sancho II y la anexión del reino castellano por Alfonso VI. A este monarca le tocó enfrentarse de nuevo al ataque de un nuevo poder musulmán, los almorávides, llegados a la península por la alarma que causó entre los reyes musulmanes hispánicos la conquista de la ciudad de Toledo y de todo el reino que la circundaba (Talavera, Madrid, Guadalajara, Hita, Consuegra, Atienza y Oreja), en 1805, lo que hizo avanzar la frontera castellano-musulmana del Duero al Tajo. A pesar de sus derrotas, especialmente las de Sagrajas (1086) y Uclés (108), Alfonso Vi conservó lo esencial de sus conquistas.

El reinado de Alfonso VI[11] fue el escenario de la actividad de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, infanzón castellano que había accedido a puestos de responsabilidad con Fernando I y Sancho II y fue postergado por la oposición de los nobles bajo Alfonso VI. Ello le llevó a ponerse sucesivamente al servicio de diversos poderes peninsulares, ya cristianos, ya musulmanes, como la taifa zaragozana, el reino aragonés o el castellano, para culminar, él mismo como señor de Valencia (1094-1099) al servicio del rey Alfonso VI, que logró mantener su dominio sobre la ciudad hasta el año 1102.

Al morir Alfonso VI sin sucesión masculina, heredó sus reinos su hija Urraca, que al casar con Alfonso «EL Batallador» de Aragón, unificaría mediante pacto (1109) los dos reinos. No obstante, hubo una fuerte oposición de sectores de la nobleza y del clero y disensiones entre ambos cónyuges. Dado que el matrimonio fue disuelto por parentesco-ambos eran bisnietos de Sancho III el Mayor-fracasó la idea fusionista e imperial de Alfonso VI, transmitido al «Batallador». Pese a que el titulo de emperador lo heredó Alfonso VII (1126-1157), coronado solemnemente emperador en la catedral de León (1135), su reinado prolongó las tensiones incubadas en el periodo anterior. En 1143 se acabó reconociendo la independencia portuguesa, instigada por la Iglesia, que igualmente actuó para lograr el ascenso de los obispos de Santiago.

Ver también: SEO en ESpaña; Isabel I la católica
Ediciones 2011-18

Inflacion y descubrimiento de America

Luego del descubrimiento de America, la inflación en España y Europa se disparó; estas notas académicas resumen muy bien porqué.

En inflación y descubrimiento de América veremos las consecuencias económicas en España y Europa al recibir todo nuestro oro, plata y piedras preciosas. Pues obviamente aparte de enriquecer las arcas hispánicas y de los comerciantes que extraían nuestros metales o se los quitaban a los indígenas, ocasionó una impresionante elevación de los precios, una inflación ocasionada por un aumento en el aprovisionamiento de la más dura de las monedas duras.
Los aumentos de precios ocurrieron primeramente en España; luego siguiendo el cauce normal de los negocios, los ibéricos salían a comprar a Francia, los Países Bajos e Inglaterra y llevaban a estos destinos la inflación portada.
Se dice que Andalucía, entre 1500 y 1600 los precios subieron unas cinco veces más (es decir que se multiplicaron por 5). En Inglaterra, tomando como punto de partida la última mitad del siglo XV (antes de la gesta de Cristóbal Colón) y siendo esta la base 100, para la última década del siglo XVI estaban los precios en 250 y, ochenta años más tarde, en la década de 1673 a 1682, llegaba a 350. Después de 1680 los precios se nivelaron y aun descendieron, luego de hacerlo en España, por supuesto. Un comentario pertinente: fueron las alzas de los precios las que dieron publicidad al Descubrimiento de América, no fueron los relatos de los conquistadores; fue sentir en carne y bolsillo propio que la carne estaba más costosa, que unos cuantos derrochaban metal dorado mientras ellos ganaban, proporcionalmente menos. Se empezaba a demostrar que el dinero tiene relación sobre los precios, lo que se ha dado en llamar la teoría de la cantidad del dinero. ¿Qué es la teoría de la cantidad de dinero? Dicha teoría afirma básicamente que estando todas las otras variables igual, los precios varían directamente con la cantidad de dinero en circulación.

Pero hubo otra consecuencia medible de la labor colonizadora de España en América. Los salarios subieron, quedando en dicho país relativamente a la par con los precios; pero en el resto de Europa no sucedió así, los salarios quedaron rezagados mientras los precios subían, influyendo en tal fenómeno las diferencias en el crecimiento de la población. Luego la inflación tuvo un profundo efecto en la distribución de los ingresos, perjudicando en primera instancia a los que tenían menos.
«La pérdida de los que recibieron retrasado el aumento de salarios fue a su vez la ganancia de los que tenían que pagarlos y que recibieron los precios aumentados y en alza. El resultado fue utilidades mayores.»
Luego la plata y el oro americano (y sus consecuencias) financiaron y estimularon el capitalismo europeo, dado que a precios y salarios altos las utilidades también eran elevadas. Habiendo excedentes importantes los capitalistas se sentían motivados a reinvertir sus utilidades y a crear o a ensanchar mercados.
¿Y que otra cosa podemos decir del oro americano? Aseverar que solo una fracción ínfima de este metal fue robado a los templos o a los indígenas directamente y que la mayor parte provenía de las minas. Además de esto, que no todo fue oro, es más, luego de los primeros años casi todo era plata (por lo menos el 85%).El recorrido de estos metales preciosos concluía su primera estación en las casas de moneda españolas donde eran acuñados, luego pasaban a los centro comerciales del norte de Europa, donde también llegaban de contrabando metales; otra porción de dichas monedas iba para pagar las tropas españolas en todos sus frentes de batalla.[1]

[1] Bibliografia consultada: Galbrait John Kenneth. El Dinero, de donde viene y adonde va. Editorial Diana Colombiana Ltda., Bogotá, 1983, páginas 21-27.