Sobrevivir en nuestra infancia

Sobrevivir en un nuestra infancia, una reflexión en torno a nuestras difíciles condiciones cuando pibes y, cómo nuestra subvalorada capacidad de adaptación nos ayudó a crecer y a estar aquí. Respuesta a Rayajos.

Debo decir en primera instancia que sobrevivir no fue tenso ni mucho menos, puesto que la ingenuidad y candidez con que mirábamos el mundo nosotros los niños de entonces (generación de los 60-70-80) no encerraba malicia, mucho menos la actitud de nuestros aprendices de padres. Creo que a los mayores les debió dar más duro eso de nuestra infancia pues nuestras actitudes y visión frente a la vida discrepaba de frente con las concepciones de ellos. Pero bueno.

Tiene razón en cuanto a que nuestros automóviles (jajajaj mi papá tenía un Zastava, un topolino del que debíamos hasta los neumáticos, pero nos sentíamos como el rey de Abisinia en Abisinia andando en el carrito): nada de airbag ni de cinturones de seguridad. Añado que en mi pueblo ni carreteras pavimentadas cuando eso y pocos tenían carro propio.

Coincido en eso de que andar en la parte de atrás de una camioneta era muy emocionante e inolvidable pero añado: irse de paseo en volqueta con los compañeros de colegio aguantando los baches de la carretera destapada, eso era emoción (el que llegaramos adoloridos de los riñones era otra cosa), muy semejante a cuando salíamos de picnic y los camiones (diferente de los buses, aclaro por si las moscas), esos vehículos de carga que casi siempre eran Ford o Dodgge modelos de hacía veinte o treinta años, nos recogían y no nos cobraban pasaje.

Usted habla de nuestras cunas pintadas con pigmentos a base de plomo. Tiene razón, pero solo en parte. Hoy sabemos que eso es tóxico. Solo que entones lo ignorábamos, como ignorábamos que el ddt era tan mortal o que eso de comernos la nata (grasa) de la leche nos aumentaría el colesterol. El grueso de mis amigos no tuvo ni siquiera Cuna, era suertudo si lo acostaban en una cama con baranda.

Jijijijiji. Es verdad eso de tener acceso a cuanto frasco o jarabe llegara a la casa, de probarlos a ver a qué sabían, si su contenido era capaz de matar a las hormigas o de limpiar el mugre. Y por supuesto que coincido en que montar en cicla era un pasatiempo bárbaro para el que no contaban los cascos.

Tomábamos agua de la llave. Y que conste que en mi pueblo aún en la actualidad no existe planta de tratamiento para el agua y no sabían para qué servía el cloro. En los descansos comprábamos limonada natural hecha con agua cruda y, cada cierto tiempo nos daban rebotes de amebas pero aprendimos a vivir con ello.

Salíamos a jugar efectivamente a la calle o al jardín del vecino o de la vecina (y casi de medio vecindario eramos amigos, porque sabíamos de dónde venían o hacia dónde iban, qué hacían sus padres, etc); mi papá me decía que regresara antes de las 9 de la noche porque a esa hora debíamos bañarnos, cenar y acostarnos. Pasábamos horas y horas jugando «congelado», escondite, golosa, «la lleva», trompo, bola (canicas) y hasta dramatizando propagandas de la televisión.

No nos daban dinero para las onces pero nos empacaban en una bolsa de plástico un pedazo de pan untado de mantequilla; en un frasco de vidrio donde venían las mermeladas o las conservas de brevas nos empacaban jugo de guayaba o de mango e inclusive un huevo tibio…

Si papá quería saber de nosotros le preguntaba a un transeúnte desprevenido si nos había visto por ahí, a lo que el respetuoso vecino contestaba generalmente: andan correteando más arriba. No me imagino mi infancia con celular. Eso tal vez nos dió mayor autonomía y capacidad de decisión.

Los accidentes efectivamente sucedían y nadie pagaba por ellos sino nosotros mismos. Como cuando mi primo me cortó con un hacha y por poco me vuela un dedo; o como cuando el dueño de la casa donde vivíamos me pegó y yo le dí con una piedra en la cabeza hasta escalabrarle y me dieron una golpiza de raca mandaca en la casa pero nadie nos demandó ni nada de eso, los mayores pidieron disculpas y listo.

Comíamos como sabañones, en cantidades alarmantes, alimentos muy dulces, grasosos y condimentados, pero estar gordito era estar saludable; además, con tanta actividad física, pues efectivamente ninguno era como «ñoño» o el Sr barriga.

Compartir nuestra lonchera era toda una bendición, porque se granjeaba uno amigos y los buenos amigos sacaban de nuestro «mecato» con las manos sucias, tomaban a pico de botella de nuestros jugos (lo mismo hacíamos nosotros con los de ellos) y no había ni asco ni temor a contagios bobos.

A ratos, mirando de las cosas que murieron y solo subsisten en nuestras memorias, creo que efectivamente el desarrollo tecnológico nos priva de tener amigos, buenos amigos, sin restricciones de tiempo o de confianza. Que nadie me meta los dedos a la boca diciéndome que porque tiene 800 o 5.000 amigos en facebook es que en verdad cuenta con alguno de ellos. Eso no es sino un remedo del mundo, una mala imitación. Amigos era lo que teníamos; de esos que nos poníamos citas para ir a pescar al río, hacer una comitiva con las compañeras de colegio, practicar «rompe tapa» y creernos los mejores futbolistas del planeta, hacer tareas, consultando en un pequeño Larousse desbaratado y amarillo o elaborando carteleras en cartulina, empleando marcadores y reglas para su hechura.

En mi pueblo, siendo niños, gritábamos desde la entrada «Bueeeennnass» y entrábamos, no habían timbres sino en las casas de los ricos; generalmente las puertas estaban abiertas, menos a medio día cuando casi todos se acostaban a dormir la siesta y el pueblo entero se quedaba como muerto.

Jugábamos futbol con pelotas de trapo o de caucho (éramos afortunados si alguna vez podíamos hacerlo con un balón de fútbol lleno de chichones); a veces nos tocaba armar un tercer equipo para poder jugar pero no pasaba nada, Todo se hacía con gratitud por la oportunidad de jugar y compartir.

Perder el año era mucho más frecuente que ahora. Y si bien nos daban «leñeras» en la casa por hacerlo, no nos generaba trauma ni consultas con el psicólogo (un médico caro que solo había en la ciudad y que nosotros asociábamos a los locos). Simplemente repita, con la vergüenza que eso suponía y listo.

¿Cómo sobrevivimos en nuestra infancia? Con entrega al momento, como si esa etapa de la vida nunca fuera a repetirse, como si nos diéramos al instante para fabricar los mejores recuerdos de nuestra existencia. Sobrevivir en nuestra infancia fue algo medio instintivo, natural…de antología.

Leer tambien: dias de radio e infancia ;relato

This post is also available in: Español