Universidad en la colonia

El presente artículo, “La universidad en la colonia” nos dará luces sobre el estado de los estudios en Nueva Granada en vísperas de la Independencia, para captar que esta no fue solo un hecho aislado habido por necesidad de cuotas de poder, sino que también tenía algo de revolución cultural y requerimiento apremiante de aprender algo de ciencia o al menos de técnica y tecnología.
En 1550, apenas la Real Audiencia fue instalada, los conventos fueron autorizados para impartir instrucción a clérigos y seglares en cátedras de gramática y lectura; eso hicieron franciscanos, agustinos y dominicos.

Colegios y universidades con autorización para dar títulos de licenciados y doctores solo aparecen alboreando el siglo XVII. En 1605, fray Bartolomé Lobo Guerrero funda el Colegio de San Bartolomé y mediando la centuria, en 1654 surge el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, creado por Fray Cristóbal de Torres. Solo hasta 1623 los jesuitas son autorizados para fundar la Universidad Javeriana, institución que daría los primeros títulos de doctor en jurisprudencia y teología; en 1626 los dominicos fundan la Universidad Tomística que solo funcionaría desde 1636. Por estas mismas fechas se establecen colegios seminarios en Popayán, Tunja y Cartagena.

Tanto colegios como universidades ofrecían tres ciclos de estudio: artes, teología y cánones. El ciclo de las artes correspondía al tradicional Studium Generale de las universidades de la edad media y sería homologable a nuestro bachillerato o secundaria. Durante dos o tres años el estudiante aprendía gramática, retórica, lógica, metafísica y algo de matemáticas y física.

El ciclo de teología duraba cuatro años y en él se estudiaba a Aristóteles, Santo Tomás y a los escolásticos. La enseñanza se impartía en latín. Solo terminando 1791 un estudiante se atrevió a presentar sus exámenes en castellano para revuelo de la comunidad académica del virreinato.

Luego esto nos dice a las claras que este tipo de educación tan solo formaba a sacerdotes y juristas. «Correspondía a una sociedad agraria, comercial y minera, actividades que se desarrollaban con la tecnología y las prácticas más primitivas, transmisibles por tradición, en las cuales para nada entraban las los conocimientos científicos o técnicos que superaran la tecnología del neolítico. La agricultura desconocía la técnica del abono o no la usaba, los arados eran de madera y por excepción de hierro, y la rotación de cultivos y el mejoramiento de semillas eran desconocidos…Para la hilandería y la tejeduría los españoles habían importado el telar vertical…pero aparte de este progreso y de la introducción de la lana y el lino como materias primas, las técnicas de tejeduría siguieron el nivel de lo indígena hispánico.»[1] La minería solo explotaba los aluviones, abundantes en ríos y quebradas; pero casi nunca se explotaban las minas en veta.
Mientras tanto la Hacienda pública a finales del siglo XVIII tenía problemas para instaurar la contabilidad por partida doble para controlar las cuentas de las cajas reales, puesto que los tesoreros y recaudadores no estaban debidamente capacitados para entenderla.

Solo hasta 1774 el virrey Guirior encomienda al fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón la elaboración de un plan para fundar Universidad Pública, echando mano de los bienes expropiados a los Jesuítas; se trataba de elaborar un programa moderno a la usanza europea, incorporando las llamadas ciencias útiles, o, como dijera el arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora[2]: “Todo el objeto del plan de estudios se dirige a sustituir las útiles ciencias exactas en lugar de las meramente especulativas, en que hasta ahora lastimosamente se ha perdido el tiempo…”

Dicho plan de estudios del señor Moreno y Escandón introducía el estudio de las matemáticas de Wolff y el estudio de la física de Newton, entre muchas otras aseveraciones. Tanto el virrey como don José Celestino Mutis y aun el doctor Félix de Restrepo aceptaron dicho plan; no obstante el Consejo de Indias lo reprobó rotundamente, pero en tanto fallaba dicho tribunal logró aplicarse durante dos años.

Uno de los que argüía respecto a la necesidad de estudios científicos y tecnologías aplicadas era don Francisco Antonio Zea, quien bajo el seudónimo de Hebéfilo publicó en un periódico de la época, El Papel Periódico, en 1792, su artículo titulado: Los avisos de Hebéfilo, donde desnudaba las falencias del sistema educativo imperante y convocaba a la juventud a exigir “el estudio de los principios y progresos de las artes, el de la Economía y la Industria, el de la Agricultura, el de la Política…”; Zea encadenaba estas ideas a las palabras “patria”, “ciudadanos” y “libertad” en una prosa sin tacha que convocaba a la evolución social. [3]

[1] Jaramillo Uribe Jaime. El Proceso de educación en el virreinato. En Nueva Historia de Colombia: Colombia Indígena-conquista y colonia/ director Jaime Jaramillo Uribe-Bogotá Planeta Colombiana Editorial 1989.
[2] Sucesor de Guirior.
[3] Bibliografía consultada:
Botero Saldarriaga Roberto. Francisco Antonio Zea, Tomo I. biblioteca banco popular volumen 2, Editorial Kelly, Bogotá 1969.

Leer también: el carnero

This post is also available in: Español