A priori a posteriori

A priori a posteriori, dos palabras que me golpearon fuerte cuando estudié filosofía (y aun hoy en día los colegas emplean frecuentemente las mismas); por eso decidí investigar al respecto y estos fueron los apuntes que tomé tratando de entenderlas de mejor manera. ¿Me acompañan?

A priori, a posteriori[1]: (Del latín «anteriormente» y «posteriormente») Desde el s. XVII, se aplica a dos clases distintas de enunciados, cuando se considera la manera como llegamos a saber su verdad. Son a priori aquellos enunciados cuya verdad se origina en la misma razón, mientras que son a posteriori aquellos cuya verdad procede de su concordancia con la experiencia.

A priori significa, por tanto, con anterioridad a la experiencia, o independientemente de ella, no en sentido psicológico, sino en sentido lógico: no es necesario recurrir a la experiencia para conocer que un enunciado es verdadero. A posteriori significa con posterioridad a la experiencia. Los enunciados cuya verdad se conoce independientemente de la experiencia, por sólo la razón, son al mismo tiempo enunciados necesariamente verdaderos (no pueden ser falsos y su opuesto es una autocontradicción), mientras que los enunciados cuya verdad se conoce mediante el recurso a la experiencia son enunciados contingentemente verdaderos (pueden ser falsos y su opuesto es igualmente posible).

Así pues, lo necesario puede conocerse a priori, mientras que lo contingente sólo se conoce a posteriori. No es necesario recurrir a la experiencia para saber con certeza que «si alguien es soltero, entonces no está casado», basta con conocer sólo el significado de los términos, mientras que para saber si hay «solteros infelices» es necesario recurrir a los hechos. Kant relacionó esta distinción con la suya propia entre analítico/sintético, admitiendo que los analíticos son a priori y los a posteriori son sintéticos, pero que, además, existen los juicios sintéticos a priori. Con la excepción de Kant, suele mantenerse que los enunciados analíticos son a priori y los sintéticos a posteriori. No obstante, M. Bunge sostiene la posibilidad de enunciados analíticos y a posteriori y S. Kripke afirma que no coincide la distinción a priori / a posteriori con la de necesario / contingente. [2]

Ver también: Argumento, argumentación
[1] “Aunque las expresiones a priori y a posteriori han sido empleadas abundantemente sólo en la filosofía moderna y, con menor insistencia, en la medieval, el problema a que ellas se refieren fue tratado desde la Antigüedad. Cierto que en ésta la diferencia entre lo que es primero y lo posterior se refería más bien a la naturaleza misma de la cosa y, por derivación, a la del conocimiento.
Pero la cuestión de la forma de conocimiento no quedaba de ninguna manera excluida. Se distinguió, así, entre el conocer por causas y el conocer por efectos, el conocer según la cosa en sí, y el conocer, para nosotros.
Distinciones emparentadas casi siempre con las relativas a la diferencia entre el conocimiento conceptual y el empírico, el independiente y el dependiente, etc. Así pasó el problema a la filosofía medieval, dentro de la cual comenzó a tratarse la distinción entre a priori y a posteriori en un sentido a veces muy parecido al moderno. Las fórmulas mismas solamente fueron empleadas por vez primera por Alberto de Sajonia (Prantl, IV, 78), el cual, siguiendo algunos precedentes ya entonces consagrados, expresaba con ellas dos formas de razonamiento en las que se iba respectivamente del principio a la consecuencia y de ésta al principio.
Habría aquí, pues, una significación análoga a la que tenía en la Antigüedad la distinción entre la demostración por la causa y por el efecto, la cual correspondía, por lo demás, al primado ontológico de la causa, en tanto que ésta sea, efectivamente, como la tradición antigua generalmente suponía, lo que es primero por naturaleza. Sin romperse el vínculo con la tradición, antes bien reapareciendo ésta en la medida en que se atacó el problema a fondo, la cuestión del a priori, en el sentido actual, comienza, sin embargo, a plantearse sólo con toda amplitud cuando en la época moderna prima sobre el problema del ser la cuestión del conocimiento.
Tal ocurre ya en Descartes. No hay en éste ninguna doctrina formal de lo a priori, pero su noción de «idea innata» (Med. de prima phil, II; Princ. phil., I, 10) se aproxima a la concepción moderna de «idea a priori». Los motivos ontológicos priman todavía, sin embargo, en la filosofía cartesiana, sobre los epistemológicos; por eso las ideas innatas no son solamente lo primero para nosotros, sino también la expresión de la realidad en cuanto es vista (directa e intuitivamente) en su verdad. Las ideas claras y distintas de una cosa son la cosa misma en cuanto que vista o aprehendida mediante una intuición. Locke, en cambio, desarrolla una crítica del innatismo que puede equipararse a una crítica de todo elemento a priori en el conocimiento.
Mas puede preguntarse si no hay en la noción lockiana de ideas de reflexión elementos que no puedan derivarse directa o indirectamente de las sensaciones. Si la derivación fuera indirecta, todavía lo a priori se hallaría ausente de la epistemología de Locke. Pero si se postulara simplemente que hay derivación indirecta y no fuese posible mostrar cómo se lleva a cabo, ni siquiera en principio, habría algo de aprioridad en las ideas de reflexión, cuando menos en algunas de ellas. Supongamos, sin embargo, que no hay aprioridad alguna en este sentido; todavía puede preguntarse si no hay en Locke la noción de ciertas verdades generales distintas de las ideas obtenidas mediante percepción o mediante demostración. Locke habla de estas verdades o ideas generales y declara que son «meras construcciones mentales» (Essay, IV, cap. vii, 9). La cuestión se plantea entonces del siguiente modo: ¿son tales construcciones meras expresiones lingüísticas? Si lo son, entonces no pueden ser llamadas propiamente «ideas».
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Si no lo son, debe de haber en ellas algo a priori.
Ahora bien, una distinción entre tipos de conocimiento que lleva a la concepción de un a priori (acéptese o no como necesario para el conocimiento de lo real) se encuentra por vez primera solamente en Hume y en Leibniz. La distinción propuesta por Hume (Enquiry, sec. II, parte 1) de «todos los objetos de la razón o investigación humana» en relaciones de ideas (Relations of Ideas) y hechos contantes y sonantes (Matters of Fact) equivale a una distinción entre enunciados analíticos y sintéticos respectivamente. Los enunciados analíticos son completamente a priori; no proceden de la experiencia, pero no pueden decir nada sobre la experiencia o sobre «los hechos». Se limitan a constituir la base de razonamientos puramente formales y son descubiertos mediante la «mera operación del pensamiento» (loc. cit.), pudiendo compararse con reglas — reglas de lenguaje. A su vez, Leibniz distingue entre verdades de razón y verdades de hecho (véase artículo correspondiente y las pertinentes citas de Leibniz). Las verdades de razón son eternas, innatas y a priori, a diferencia de las verdades de hecho, que son empíricas, actuales y contingentes. «La razón —escribe Leibniz— es la verdad conocida cuyo enlace con otra verdad menos conocida hace que demos nuestro asentimiento a la última. Pero de modo particular, y por excelencia, se la llama razón si es la causa no solamente de nuestro juicio, sino también de la propia verdad, la cual se llama también razón a priori, y la causa en las cosas responde a la razón en las verdades.»
(Théodicée, IV, xvii, 1). Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la aprioridad (lo mismo que el carácter innatoinnato) de las verdades de razón no significa que éstas se hallen siempre presentes a la mente; las verdades de razón y a priori son, en rigor, aquellas que hay que reconocer como evidentes cuando se presentan, como diría Descartes, a «un espíritu atento».
No obstante las fundamentales diferencias que hay entre la filosofía de Hume y la de Leibniz, estos autores coinciden en un punto: en que los enunciados a priori son analíticos y no sintéticos. Pero mientras para Hume ello es consecuencia de su carácter puramente lingüístico-formal, para Leibniz es resultado de su preeminencia sobre la experiencia.
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Distinta de Leibniz y de Hume es la concepción de lo a priori defendida por Kant. Los conceptos y las proposiciones a priori tienen que ser pensados con carácter de necesidad absoluta.
Pero no simplemente porque sean todos puramente formales. Si lo fuesen, habría que desistir de formular proposiciones universales y necesarias relativas a la Naturaleza; la universalidad y necesidad de tales proposiciones sería entonces sólo la consecuencia de su carácter analítico. Por otro lado, los conceptos de la razón no pueden aplicarse a la realidad en sí y menos aun servir de ejemplos o paradigmas de esa realidad; toda metafísica basada en puros conceptos de razón trasciende de la experiencia posible y es resultado de una pura imaginación racional (por tanto, no sintética).
Kant considera que el conocimiento a priori es independiente de la experiencia, a diferencia del conocimiento a posteriori, que tiene su origen en la experiencia (K. r. V. Β 2).
La independencia de la experiencia debe entenderse de un modo absoluto, no respecto a tales o cuales partes de la experiencia. Los modos de conocimiento a priori son pufos cuando no hay en ellos ninguna mezcla de elementos empíricos (op. cit., B 3).
«Todo cambio tiene una causa» no es para Kant una proposición absolutamente a priori, porque la noción de cambio procede de la experiencia. La independencia de la experiencia no debe entenderse en sentido psicológico, sino epistemológico; el problema de que se ocupa Kant en la Crítica de la razón pura no es el del origen del conocimiento (como en Locke y en Hume), sino el de su validez.”
Ferrater Mora José. Diccionario de Filosofía. Editorial suramericana Buenos Aires. Quinta Edición 1964.
[2] Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona.  Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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