En la siguiente lectura trataremos de llegar al origen de los cordados, que posteriormente darán nacimiento a nuestros actuales vertebrados:
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“El planeta se condensó a partir de los escombros del incipiente sistema solar hace cuatro mil seiscientos millones de años como una hirviente acumulación de piedra líquida radiactiva, totalmente hostil a cualquier forma de vida. Lentamente se redujo el calor de aquel parto infernal y hace poco menos de cuatro mil millones de años la vida fue teóricamente posible; es decir, las frágiles moléculas orgánicas ya no se rompían en cuanto se formaban y los ambientes acuosos persistían en vez de convertirse violentamente en vapor. Las dos condiciones eran imprescindibles para la aparición de la vida. A la posibilidad teórica siguió rápidamente la realidad cuando hace unos tres mil setecientos cincuenta millones de años despuntó la vida primigenia en forma de sencillos organismos unicelulares, cuyos fantasmas se han encontrado en la roca continental más antigua que se conoce. Aprovechando la energía del sol y explotando el entorno químico, estos sencillísimos organismos, células sin núcleo (conocidas con el nombre de procariotas), proliferaron y su tipo se diversificó. Colectivamente construyeron las alfombras estratificadas de microorganismos que, con el tiempo, crearon la característica forma de los estromatolitos.
Dado un comienzo tan temprano, cabría esperar que la vida emprendiera inmediatamente una progresión gradual y uniforme hacia formas de complejidad creciente; primero acabaron por cuajar células más complejas, eucariotas, cuyo material genético está almacenado en un núcleo; aparecieron orgánulos especializados (mitocondrias y cloroplastos) que realizan funciones concretas; luego progresó hacia los organismos pluricelulares, sencillos al principio, avanzando desde los invertebrados hasta los vertebrados, desde los anfibios y reptiles hasta los mamíferos, y finalmente hasta nosotros, el Homo sapiens. Desde la privilegiada posición del presente vemos que esas etapas de la vida a las que acabo de aludir se produjeron efectivamente, aunque de un modo que sólo puede calificarse de irregular e imprevisible. Si algo aprendemos de la vida al analizar su historia en la Tierra es lo poco que hay en ella de gradual y uniforme. (Esto es válido para todas las escalas, desde lo global hasta lo local, como los modelos fractales.)
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Tras fundar la primera y apremiante base, la forma de vida más compleja durante la friolera de dos mil millones de años fue la célula procariótica, y su organización más compleja la micro ecología de las colonias de estromatolitos. La vida, por lo visto, no tenía prisa por ir a ninguna parte. Cuando finalmente, hace unos mil ochocientos millones de años, aparecieron las células eucarióticas, se habría dicho que la escena estaba preparada para entrar en la etapa siguiente, la de los organismos pluricelulares. Pues no; tuvieron que pasar otros mil millones de años, y más, para que se desarrollaran tales organismos. Incluso cuando se materializaron, permanecieron ocultos en el mejor de los casos y no se comportaron como los abanderados de la complejidad de organización e interacción que entendemos cuando hablamos de la vida pluricelular. La aparición de organismos pluricelulares complejos (y me refiero a los más bien modestos aunque singulares invertebrados marinos) tuvo que esperar hasta hace unos 530 millones de años, cuando había transcurrido ya el 85 por ciento de la historia de la Tierra hasta el presente. Pero cuando aparecieron, el fenómeno fue tan espectacular que los paleontólogos lo conocen como explosión cámbrica.
En unos cuantos millones de años, en un brote de innovación evolutiva, se inventaron los principales planes estructurales, o tipos, que representan la vida planetaria actual. Entre ellos había un organismo diminuto, parecido a una criatura marina vermiforme denominada anfioxo y que, bautizado con el nombre científico de Pikaia, probablemente fue el fundador del tipo o fílum de los cordados, que comprende todos los vertebrados posteriores, incluido el Homo sapiens. Desde la atalaya de nuestro presente, fue un comienzo extremadamente humilde”.[1]
Véase también: origen de la vida y del hombre
[1] Leakey Richard & Lewin Roger. La sexta extinción. El futuro de la vida y de la humanidad. Tusquets Editores, S.A. Barcelona, 1997.
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