Los fósiles

¿Qué son los fósiles?
“Se llaman fósiles los restos de organismos completos o fragmentos de ellos encontrados en las rocas y también todas las huellas de actividad debidas a seres vivientes conservadas en las formaciones geológicas. En este sentido, los sílex tallados debidos a la industria del hombre prehistórico son fósiles, y también las huellas tales como pistas y madrigueras de animales desaparecidos.
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Las huellas fósiles se consideran en una disciplina aparte, la paleoicnología. Su interpretación es en general difícil: conocemos por ejemplo, desde mediados del siglo XIX, impresiones con cinco dedos en las que el pulgar está dirigido hacia el exterior, llamadas Cheirotherium . Al principio se consideraron debidas a la actividad de estegocéfalos o reptiles de marcha lenta; más recientemente se han atribuido a los dinosaurios. Cualquiera que sea su origen, las huellas debidas al paso de reptiles son muy frecuentes y han sido encontradas en Estados Unidos (principalmente en Connecticut), en el Macizo central francés, en Portugal, en Israel, en Spitzberg, en Basutolandia, etc.
Las huellas (o pistas) se clasifican según su aspecto y se les ha dado nombres siguiendo la nomenclatura linneana (ej. Cheirotherium parvum); está claro que no se trata de una sistemática (verdadera taxonomía) sino solamente de una para-taxonomía. Podemos distinguir pistas estegocefaloides, lacertoides, cocodriloides, dinosauroides y teromorfoides.
En el grupo estegocefaloide la huella es grande, la pentadáctila con dedos bien divergentes; las huellas del pie y de la mano son aproximadamente iguales y están también igualmente separadas unas y otras del eje de la pista.
Estas huellas se conocen desde el Carbonífero inferior (ej. Hylopus) y no pasan del Triásico. En el grupo lacertoide los dedos son finos y largos, con predominancia del dedo IV; conocidas desde el Carbonífero inferior (Drornopus), estas huellas no han sido observadas después del Triásico superior.
En el grupo cocodriloide es por el contrario el dedo III el que es alargado; cuando hay un quinto dedo es fuertemente divergente respecto a los demás: ej. Cheirotherium; este tipo de huella es posiblemente la de los dinosaurios; huella cocodriloide significa solamente una huella comparable a la dejada por un cocodrilo actual, sin prejuzgar la naturaleza zoológica del autor de la huella. El grupo dinosauroide comprende huellas tridáctilas, siendo diferentes la del pie y la de da mano (bípedo). En el grupo teromorfoide, las impresiones son largas con los dedos cortos, poco divergentes.
El estudio de las huellas permite saber cuál era el tipo de marcha del animal: paso alterno o paso llano (en éste el desplazamiento de los dos miembros de los dos lados del cuerpo es simultáneo). Gracias a fórmulas bien establecidas, las medidas tomadas sobre las pistas pueden servir para calcular la longitud del tronco del animal del que se han conservado las huellas.
Conocemos también pistas de invertebrados: los bilobites del Sahara parecen bien ser pistas de trilobites; otras pistas son aún enigmáticas, como los helmintoideos del flysch de los Alpes. Pero algunas veces son los tubos en los que vivían ciertos animales, tales como los gusanos, los que se han conservado: se llaman Arenicolites los tubos en U comparables a los de los gusanos arenícolas actuales. Se conocen también madrigueras fosilizadas: en el Mioceno de Nebraska madrigueras en hélice, los «tirabuzones del diablo» (Daimonelix) son considerados como agujeros producidos por un castor que vivía en aquella; época. Y capullos de barro del Pérmico de Texas, que contienen restos de dipneustos, muestran que éstos debían enquistarse durante una fase de su vida, como el protóptero actual.
De todos modos, como es natural, lo más frecuente es que sólo se fosilicen las partes duras de un organismo; la condición fundamental de la conservación de un ser vivo en las rocas es principalmente su enterramiento rápido. Consideremos por ejemplo el caso bastante simple de una concha: después de la consolidación del sedimento que la envuelve, la concha puede o bien subsistir tal cual -caso excepcional-, a conservar su forma, siendo más o menos momificada su composición química (epigénesis) o histológica; pero la concha puede también desaparecer y ser sólo conservados el molde externo o el molde interno; puede ocurrir también que la concha disuelta deje un hueco que secundariamente será rellenado por minerales de naturaleza variada procedentes en su mayoría de las aguas de infiltración: tendremos entonces una réplica del organismo original .
La muerte de los organismos puede sobrevenir por causas diversas desigualmente favorables a la fosilización; la muerte por hundimiento condiciona un enterramiento inmediato de los organismos y es el origen de diversos depósitos: así, por ejemplo, numerosos mamíferos, entre ellos más de tres mil Smilodon, han perecido en el lago asfáltico de Rancho La Brea, localidad situada en un parque del centro de Los Angeles. En la actualidad los peces marinos mueren a menudo ahogados en gran número, asfixiados por un plancton demasiado, rico en diatomeas. Los bancos de ostras desaparecen a veces bajo la abundancia de mejillones. La sequedad brusca puede ser la causa de la muerte de los peces: peces del Triásico alemán deben haber muerto de esta manera. Por el contrario, los cadáveres de los animales muertos en los desiertos desaparecen muy rápidamente al aire, incluso sus esqueletos. La muerte puede haber sido también la consecuencia de combates: sobre los huesos de ciertos dinosaurios (brontosaurios) se observan a veces señales de mordeduras hechas por los dientes salientes de los dinosaurios carnívoros: un grupo particularmente sobrecogedor del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York representa los esqueletos de Allosaurus sobre osamentas de brontosaurios que pudieron haber matado. No obstante, por lo general el estudio de los fósiles no permite saber en qué condiciones los organismos han podido perecer. Excepcionalmente la fosilización ha conservado incluso la escena de la agonía: así, un pequeño reptil del Jurásico de Baviera (Homeosaurus brevipes) ha sido encontrado fosilizado, con el cuerpo desviado respecto a su huella en el momento de su muerte.
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Muy a menudo, después de la muerte, el organismo ha sido deformado o fragmentado: muchos de los peces fósiles tienen el cuerpo arqueado debido a la rigidez cadavérica. Los pájaros fósiles completos son muy raros ya que, en el transcurso de la putrefacción de estos animales, las patas se separan muy fácilmente del cuerpo.
Los organismos pueden también ser destruidos por depredadores saprófagos, como las hienas y los puercoespines; además, muchos huesos fósiles cuaternarios están rotos y adquieren una engañosa apariencia de utensilios.
Los fósiles pueden estar afectados en las rocas mismas que los contienen par deformaciones que alteran su forma. Así, ciertos lamelibranquios del género Anisocardia presentan aspectos bastante variados que son debidos únicamente a modificaciones ulteriores a su muerte (pelomorfosis); los huesos largos de los vertebrados están también sujetos a tales deformaciones. Los fósiles sufren también transformaciones químicas, por lo que se conocen, además de fósiles calcáreos, quitinosos, silíceos, etc., también fósiles piritosos, yesosos, en smithsonita, en hematita, etc.
La fosilización conserva esencialmente partes duras de los fósiles tales como las conchas o los huesos, pero, no obstante, también organismos blandos han sido a veces fosilizados: por ejemplo, las medusas del Precámbrico de Ediacara. Las estructuras de los huesos y de las conchas están a veces tan perfectamente fosilizadas que los menores detalles de su histología pueden ser observados en láminas delgadas: los principales grupos de agnatos y peces fósiles pueden así ser reconocidos gracias a fragmentos de huesos (paleohistología). El empleo del microscopio electrónico de exploración (aumento alcanzado, en general 100 000; se trata de un microscopio electrónico en el que el flujo de los electrones barre sucesivamente toda la superficie de la muestra a estudiar) permite descubrir detalles morfológicos importantes (sobre todo en micropaleontología); también posibilita el estudio de la ultraestructura de las conchas y de los huesos; éstas parecen en general más homogéneas que las estructuras.
Los huesos pueden damos información sobre las partes blandas de los organismos; presentan frecuentemente marcas de inserción musculares; en otros casos los huesos del cráneo muestran los orificios de los nervios y vasos craneales, cuyo trazado puede ser así reconstruido: el método fue aplicado por extensión a los agnatos y artródiros del Downtoniense y del Devónico. Finalmente, los moldes endocraneanos naturales son a veces conservados; estos moldes, llamados «core» en inglés, «Steinkern » en alemán, reflejan muy exactamente las disposiciones anatómicas de los encéfalos correspondientes, a condición de que se trate de animales bien osificados y en general de pequeñas dimensiones. Si la naturaleza por sí misma no da más que raros moldes, se pueden hacer moldes artificiales de la cavidad craneana, los cuales nos dan también informaciones preciosas. Gracias a estos métodos ha podido ser establecida toda una paleontologia del sistema nervioso de los vertebrados: es la paleoneurología.” [1]

Ver: origen de la tierra y el hombre
[1] Aubouin Jean, Brousse Robert, Lehman Jean Pierre. Tratado de Geología. Tomo II. Paleontología, estratigrafía. Ediciones Omega S.A., Barcelona. S/f.
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