Novia de los quince años

Este relato sobre la novia de los quince años, es una testimonio del reencuentro de un ser soñador que pretende escapársele al paso del tiempo, que sabe a conciencia que los afectos en su vida son eternos, que no tienen mácula ni deterioro.

De las cosas que agradezco a los blogs es la posibilidad de leer y ser leído, de traspasar las barreras y permitirnos acercarnos a quienes amamos y a gente interesante y nueva que pude aportar mucho a nuestra existencia.
La novia de los quince años. ¿Quién no se enamoró por vez primera en su idílica infancia? ¿Quién no intentó ser correspondido llegada su adolescencia? Pues bien, tuve mi primer gran, loco y dulce amor (así rezaba un estribillo de una canción de Lukas) a los quince años. Se llamaba Luz Nidia y encerraba en su blanco cuerpecito todos los sueños y quimeras de alguien optimista y romántico. Como buen habitante de pueblo, era ingenuo, confiado y sencillo (aún lo sigo siendo solo que en otra medida); veía en sus ojos verdes el bosque rutilante donde ansiaba florecer, miraba en sus labios palo de rosa la tibieza de, llegada la hora, conformar un hogar. ¿Suena traído de los cabellos? Eso era lo hechizante. Que no por difícil de creer era menos real ni bello.
Hijo de un hogar desbaratado, cuyos cónyuges vivían en municipios diferentes…pues las circunstancias habían hecho que yo viviera junto a mi padre, en Cunday mientras ella vivía en Villarrica, en el pueblo de mi madre y de mi especial abuela. Mi novia de los quince años. Ella, ella fue la responsable de mis primeros paratextos, de esos remedos de poesía, de esas canciones improvisadas… ¿cómo la conocí? Mis abuelos y en general mi familia materna eran feligreses de la Iglesia presbiteriana de la localidad, Luz Nidia asistía allí. La iglesia, el pequeño mundo del abuelo Angel y de la abuela Berta…Cultos los domingos, los miércoles y los sábados. Era un ritual exquisito donde teníamos cierta libertad para relacionarnos, jugar y socializar, en el seno de la estrecha comunidad religiosa.
De las cosas que amo de mis primeros años es que aprendí que es posible la bondad, que es posible la dulzura y que contra la capacidad de cree no hay imposibles y barreras infranqueables.
Mi novia de los quince años. La conocía desde niños, cuando asistíamos a la escuela dominical, un espacio donde los niños tratábamos de asimilar los conceptos religiosos, al son de juego y aventura, memorizar versículos, hacer dramatizaciones y asumir que el mundo comenzaba y terminaba en la Iglesia.

El mundo es cruel. Y uno comienza a cuestionarse conceptos que anteriormente eran inamovibles. No se trataba de ser ateo, solo de no tragar entero. Crecimos. Cuando me escapé de la casa materna para buscar a mi papá[1], la que sería mi novia de los quince años era tan solo una hermosa niña, imposible de alcanzar que me espetaba un “hola” formal y distante.
Por supuesto que cada vez que iba de visita donde mis mayores, debía volver a las reuniones religiosas que constituía el epicentro de su existencia. Ella, seguía asistiendo, solo que ahora era toda una mujer, atractiva e irresistible. No sabía cómo llamar su atención. La poesía, esa gran cómplice nos acercó un tanto y nos envolvió en sus dulces redes. Fuimos novios, castos, puros, de esos que tal vez ya no existan o sean extraños en estos tiempos del afán y de lo desechable.
Mi novia de los quince años. La luz de la luna era nuestra cómplice. De la cosas que extraño es la nitidez y transparencia del cielo nocturno en Villarrica, el poder ver el cielo cuajado de estrellas, fugaces y estables, de sentir la orquestación de las cigarras o chicharras, el aire frío que invita a abrazar…Al terminar los cultos iba a acompañarla hasta su casa…De pronto un día me atreví a sugerirle que porqué no intentábamos querernos, que los dos éramos buenos y juiciosos y que de pronto…sonrió complaciente y lo pensó brevemente; asintió. Al siguiente día debía marcharme para Cunday de nuevo (¿no se han preguntado la razón de ser del nombre del dominio de este blog?). El corazón se ponía a perfumar enloquecido, como decía don Vicente Huidobro. Tenía novia. Y aun a pesar de no regalarme aun ni tan solo un beso me sentía el rey de la selva, el protagonista de la novela…un ser feliz. Quince días después, volvía a su municipio de residencia. Ah…El destino me llevó a Cali (Ver Colegio San Luis Gonzaga, Días de radio e infancia). Mi novia de los quince años. Cortamos. No por falta de amor, por falta de espacio, por circunstancias atenuantes que forzaban nuestro rompimiento. Tres años después me instalé donde mis abuelos. Ella ya no estaba. Se había marchado con su familia a la capital del país en busca de mejores condiciones. Se había vuelto en el referente. Ninguna muchacha la igualaba. Otros tres años de soledad, sin pareja; sin atreverme a dudar de mi masculinidad pensaba que mi formación y carácter me inclinaban al celibato o no se a la misantropía. Seis años luego de nuestro rompimiento vino de visita donde una amiga. Supe de ella, la volví a mirar, no hubo tiempo, no hubo espacio; nosotros estábamos más allá de eso. La vida por supuesto nos había endurecido; yo, ya independiente pagaba renta en un apartamento pequeño, ella me visitó. Una persona con la crianza que recibí alguna vez evitaba esta clase de encuentros con alguien del sexo opuesto porque el cuerpo empezaba a experimentar ese cúmulo de sensaciones que confirman la existencia y le transmiten su energía. El deseo, las palpitaciones, la necesidad de estar en contacto…Huí, por temor a no ser correspondido; huí porque como en la novela como agua para chocolate (obra que conocería años después) temí que la urgencia sexual que nos llevaba hipnotizados el uno flotando hacia el otro, incendiara el vecindario.
Me escondí literalmente los otros días de su visita. Y si bien no me arrepiento puesto que aprendí que esto no arregla nada de lo vivido…volví a dejarla ir. No quería marchitarla ni mancillar su honor. Sentía que ella se merecía otra vida, otras oportunidades….se fue….

La existencia me llevó a decidir radicarme en Ibagué….rompí con quien fuera mi esposa 11 años y si bien mantenía una unión fortísima con mi único hijo, en general, vivía solo. Escribía, como quien a igual que Kundera, lucha por la inmortalidad para ganarle al olvido …De repente un día, recibo un mail (en una de mis primeras páginas Web lo puse, luego lo retiré por la cantidad de spam que atiborraba mi correo)…era ella: mi novia de los quince años. Casi veinte años después. Alguna vez un hermano suyo buscando calmar sus nostalgias buscaba en la red algo sobre el pueblo que lo vio nacer y pues halló mi blog y la alusión a Luz Nidia. Al parecer, llegó donde mi novia de los quince años, molestándola (haciendo una burla inquisitiva pero de buen gusto) sobre que ya sabía que pasaba con el dinero del negocio de su padre (ver por favor “Puros cuentos, canciones de amor)…Mi novia de los quince años, tres hijos de por medio, muchos largos kilómetros prolongando la agonía de una explicación que debí dar años atrás…intercambio de báculos y especias….mensajes apresurados y torpes…yo no podía fingir la ansiedad por cerrar un eslabón de una larga cadena; mi alma pedía paz y solo unas disculpas sinceras podían darla. Hablamos por chat, le expliqué porque me fui, porque la deje marchar, porque habíamos tomado rumbos paralelos tal vez o hasta perpendiculares. La vida sigue; ella tiene su existencia marcada y yo la mía. La novia de los quince años vive su vida en la frontera con Venezuela mientras yo pululo y acicalo mis alitas de almíbar y hierbabuena en el centro del país.

Ahora vivo más tranquilo porque ella, la novia de los quince años entendió que tan solo, no quise hacerle daño, solo favorecerla y conservarla en mi imaginario, pura.
[1] Véase poema para mi padre

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