Mitologia Azteca

La mitología más barroca de América del Norte es la azteca, dada la detallada descripción de los grandes dioses de su panteón (es claro que eran politeístas) o la gran variedad de divinidades menores, incluídas las importadas de otras culturas que fueron asimilando a la par que sus victorias territoriales.

Una muchedumbre de dioses, desde los etéreos o invisibles a los de forma material, humana o animal, explica la existencia del mundo, su creación y la naturaleza de sus distintas manifestaciones.Los dioses aparecen entre los hombres; hombres vivos personifican a los dioses en la tierra, y los muertos se suman a uno u otro de los mundos sobrenaturales. el hombre mesoamericano no creía únicamente en sus dioes; sino que los esculpía y pintaba, los personificaba en sus ritos, los mantenía dándoles de comer con sus ofrendas, y los mataba en el sacrificio de sus representantes en la tierra, al mismo tiempo que los recreaba y reforzaba enviándoles los sacrificios destinados a sumarse al mundo de lo sobrenatural. En fin, los aztecas desarrollaron muchas ceremonias para relacionar al hombre con los dioses.

Creación y origen del mundo

En principio, según el mito general de Mesoamerica, y en particular el azteca, la creación del Universo se origina en una pareja de dioses creadores que residían en un cielo superior o treceno cielo; uno se llamaba Tonacateuctli o señor de nuestra carne y, el otro Tonacacihuatl (mujer de nuestra carne) – o por Ometeuctli o señor dos-. Esta pareja tuvo cuatro hijos. (Recordemos que hay muchas fuentes dispersas desde las que reconstruimos la mitología azteca, así que pueden no concordar).El mayor se llamó Tlatlauhqui Tezcatlipoca, «humo de espejo colorado»; el segundo fue Yayauhqui Tezcatlipoca, «humo de espejo negro»; el tercero Quetzalcoatl «Serpiente Quetzal»; e cuarto o menor era Huitzilopochtli «Colibrí zurdo». A Tezcatlipoca el negro se le conoce como el patrón de los jovenes guerreros ( en otros lados se le llamaba Moyocoyani, todopoderoso, el que hace su voluntad sin pedir el consentimiento de nadie).

Pues bien, se dice que el origen del mundo se debe al sacrificio de un dios, ya sea Ometeotl, «dios doble», o Nanahuatzin, quien, en esa constante sacralización del sacrificio, se transforma, en concreto, se arroja al fuego, para dar el mundo a los mortales. Un mundo que también se construye, por voluntad de Ometeotl, a partir de su sacrificio, engendrando en su desaparición a los cuatro Tezcatlipocas. Con ellos se van sucediendo las cuatro edades. La primera, cuando el primer Tezcatlipoca se convierte en el Sol y hace nacer a la humanidad; pero ese mundo termina, por el enfrentamiento entre los cuatro Tezcatlipoca, con la destrucción del Universo por Quetzalcóatl, a través del diluvio, con una humanidad transformada en los peces que habitaron las aguas venidas del cielo. Luego se establece la edad de los gigantes, pero esta era termina con la caída del cielo. En la tercera edad, el fuego celestial arrasó la superficie del mundo; en la cuarta y última edad, el viento asola la superficie terrestre de nuevo y los humanos se transforman en simios. Tras esa cuarta edad, nacen de nuevo los hombres en una tierra renovada también, al tiempo que los dioses salen de nuestro mundo para irse al de los muertos y dejarnos que vivamos sin el peligro de sus rivalidades enfrentadas. Naturalmente, hay diversas versiones del mito de la creación, alguna de ellas con tres edades, en las que los hombres son de arcilla, de madera y de maíz y otra con cinco edades. Pero todas ellas coinciden en señalar que nuestro mundo ha conocido muchas mutaciones y que otras nos esperan en cada final del tiempo, bajo la mirada atenta del dios principal,Huitzilopochtl.

El mito Azteca, como todos los mitos de la America Central, giraba alrededor de la muerte; su religión exigía sacrificios de sangre y se movía alrededor de una pléyade de divinidades de la muerte y de otras muchas entidades menores y terribles. Sobre todas esas criaturas del tenebroso mito infernal regían, desde el círculo noveno, el más recóndito del universo oscuro de Chicnaujmichtla, los esposos Mictlantecuhli y Mictecacihualtl.

El Universo estaba compuesto por una serie de planos paralelos, que iban desde los nueve, o trece, exteriores, en donde tenían su morada los dioses, hasta los de planetas y astros que se ven en el firmamento, pasando por los cielos de colores. Bajo el plano de nuestro mundo, debajo de ese disco que está en el centro mismo del Universo, rodeado de agua en toda su periferia, se sucedían los planos paralelos, que aquí sumaban nueve, terminando en ese infierno al que iban las almas de los seres anónimos. Allí llegaban tras un camino de cuatro años a través de muchas y duras pruebas aquellas ánimas que no habían sido elegidas por Huitzilopochtl, el gran dios supremo y divinidad del Sol, quien se preocupaba sólo de la muerte de sus elegidos, los guerreros, o por Tlaloc, el dios de las lluvias y el agua, a quien correspondían los que habían muerto por las aguas exteriores del cielo y de la tierra, por las tormentas y los rayos, y por causa de enfermedades relacionadas con las «aguas» interiores del cuerpo humano.

Nuestro mundo, como los cielos situados bajo los dioses, tiene cuatro colores que sitúan sus cuatro partes componentes: frente al negro del país de la muerte, situado al Norte, está el azul, que corresponde al país del Sur; y frente al Levante de color blanco, está el Poniente de color rojo.

Como es natural, el dios más importante del panteón azteca, Huitzilopochtl, era también el dios de la guerra, ya que éste era el oficio por excelencia de la casta superior, fuera de la pareja y rival actividad sacerdotal que le rendía culto a él, sin descuidar la rígida y completa administración de la vida pública y la ordenación de la privada. Huitzilopochtl, hijo de la virgen Coatlicue, y hermano de una única mujer y de los cuatrocientos del Sur, era la divinidad primera, a quien se atribuía la guía del pueblo azteca desde Aztlán, en el norte en el territorio conocido como la tierra de las grullas, hasta la orilla del lago Texcoco, en donde asentaron la capitalidad de su imperio. El dios supremo era, naturalmente, hijo de una virgen, como suele hacerse en todas las mitología con los dioses primeros, y se dice, para centrar la razón de esa virginidad, que Coatlicue viajó embarazada por obra del cielo, ya que puso en su seno una guirnalda de plumas de colibrí, de la que nacería la divinidad suma. Pero no se creyó que fuera posible tal embarazo, y los cuatrocientos del Sur, guiados por una de las hijas, trataron de evitarse la pretendida deshonra de su madre, asesinándola antes de que pudiera dar a luz a aquella criatura. Coatlicue logró evadirse del ataque de sus anteriores hijos, dando a luz a su hijo en forma de un hombre adulto y completamente armado, como corresponde al dios que ha de personificar la guerra y que ha de vérselas con sus cuatrocientos hermanos,todos aquellos que dudaron de la virginidad de su madre y quisieron darle muerte.

Pero también Huitzilopochtl es quien, además, sería más tarde el mismo Sol y nada menos que el águila, el astro por excelencia y el animal más poderoso de la heráldica azteca. Huitzilopochtl, señor de Sol y del Sur, con su vestido de plumas y armado con el escudo en la siniestra y la lanza en la diestra, recibía el sacrificio ritual de los corazones, aún palpitantes, arrancados del pecho de sus víctimas.

Tezcatlipoca era otra divinidad solar y lunar, el sol cálido del estío y la divinidad nocturna invisible. Es dios singular, uno de los rivales Tezcatlipoca, puesto que cuatro fueron los hijos de Ometeotl, cada uno con uno de los cuatro colores simbólicos: blanco, rojo, negro y azul. Para mayor complicación de la figura divina de Tezcatlipoca, muchas veces aparece su oponente Quetzalcóatl con la misma caracterización que él.

Tezcatlipoca andaba en la noche, aterrando a los infelices, o contribuyendo a cimentar la fama de los valerosos que sostenían su coraje ante la terrible presencia del dios, que era tan temido como respetado, ya que a él también se le ofrendaban sacrificios abundantes, sacrificios humanos. Una de esas festividades dedicadas a Tezcatlipoca era la del Toxcatl, para la que se preparaba a un prisionero, siempre un hombre joven y apuesto, durante todo un año. Tres semanas antes de su sacrificio ritual, el engalanado prisionero, considerado como la personificación misma del dios, era unido en matrimonio a cuatro vírgenes elegidas, y con ellas estaba hasta que llegaba el día de la ceremonia. Entonces, acompañado por la nobleza en pleno, era llevado hasta el templo del sacrificio; allí, ya en solitario, ascendía la larga escalinata con toda la majestuosidad del dios encarnado. En la cumbre, le esperaban los sacerdotes y el cuchillo de obsidiana que habría de abrirle el pecho de un solo golpe, para que su corazón pudiera ser levantado al cielo y arrojado luego, con el cuerpo, gradas abajo, de manera similar a como se hacía para complacer a Quetzalcóatl y al gran Huitzilopoctl.

La figura de Quetzalcóatl aparece también muy destacada en el mito Azteca, porque se trata del dios que se sacrifica por los humanos para devolverles la tierra, entregándose él y su doble, su nahual, al reino de los muertos. Quetzalcóatl gozaba de la simpatía de sus fieles, puesto que él era el creador de las artes y las industrias, la divinidad encargada de hacer llegar todo lo que el ser humano tenía a su favor, aunque también se le trataba como a una divinidad temible, puesto que se le debía sacrificar un hermoso esclavo, comprado cuarenta días antes de la fiesta del dios; de su cuerpo se apoderaban los más ricos comerciantes, puesto que esa carne santificada también era manjar ritual.
…Pero, aparte de los sacrificios de sangre, tan íntimamente unidos a la religión azteca, el buen dios Quetzalcóatl enfrentado a Tezcatlipoca, quien había introducido entre los habitantes de la ciudad de Tula la maldad y el vicio, termina por tener que abandonar su propia tierra, para salir al mar. No sin antes prometer regresar algún día glorioso, día que se esperaba activamente, con una centinela constante de las costas por las que se sabía que, en ese día grande, Quetzalcóatl regresaría a traer sólo el bien a su pueblo. Tal era el mito y Hernán Cortés, enterado de su existencia, aprovechó la firme creencia del pueblo azteca para presentarse, en su esplendor de caballero conquistador, armado y engalanado, como el navegante mitológico que regresaba a sus dominios, venciendo con astucia toda la posible resistencia que el imponente imperio podía haberle presentado.

Tlaloc, continuador de una de las divinidades preclásicas de la lluvia, el dios de la serpiente y, muy especialmente, del dios Chac de los mayas, es una de las divinidades más antiguas del panteón azteca. Tlaloc, como antes habían hecho Cocijo o Tzahui, es el ser que se ocupa de la tutela del agua, el dios que puede hacer que los campos florezcan y la vida pueda continuar eternamente. A Tlaloc, como antes Chac, se le asociaba con los cuatro puntos cardinales y con los cuatro colores que los representaban, moraba en las alturas de las montañas, velando por las nubes que en ellas se formaban y, en los templos, estaba al mismo nivel que el gran Huitzilopochtl. Como es natural, el ritual religioso de Tlaloc exigía el sacrificio de víctimas humanas, pero, tal vez por la tremenda necesidad que el pueblo tenía de acceder a esa agua tan necesaria, la exigencia se multiplicaba, ya que eran los niños recién nacidos los que debían servir de vehículo de satisfacción para el dios de la lluvia.

Al lado de Tlaloc estaba Chalchihuitlicue, la diosa del jade y la turquesa, colores que toma el agua que los humanos ven sobre la tierra. Era generalmente considerada su esposa, y ella velaba por los ríos y arroyos, por los pozos y las lagunas. De forma que era otra divinidad agrícola de la fertilidad.

Chicomecoalt, la hermana de Tlaloc, otra divinidad de los campos, amparaba el maíz, teniendo una especial personificación como diosa del maiz que florece, bajo la denominación de Xílonen. Pero no era la única divinidad del maiz, el más importante alimento de los aztecas, ya que junto a ella está el matrimonio formado por Cinteotl y su esposa Xochiquetzal, con los cuales velaba, por extensión, por el buen fin de todos los cultivos.

Finalmente,la diosa Tlazolteotl, por haber sido esposa de Tlaloc en un principio, y luego del temible Tezcatlipoca, era la compleja divinidad que presidía el amor entre los humanos, la diosa del amor carnal, por una parte, y quien luego se encargaba de escuchar las confesiones que los fieles hacían de sus faltas, para después vigilar el cumplimiento de las correspondientes expiaciones marcadas para esas faltas.

Ver también: Mexico 1867-1910

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