Poemas de navidad-poesias-versos

Veamos algunos poemas de navidad de mi antologia personal:

NAVIDAD ESCEPTICA

¡Navidad! ¡Navidad! Oigo las campanas en la/ noche, / y, sobre estas hojas, sin fe, he posado mi pluma: / ¡OH recuerdos, cantad! Mi enorme orgullo/ se pierde/ y me siento apresado de nuevo por mi gran amargura.
Ah, esas voces en la noche cantando ¡Navidad! /¡Navidad!
Me traen desde la iglesia que allá a lo lejos se ilumina/ un tan tierno, un tan dulce reproche materno/ que mi corazón demasiado ancho estalla en mi pecho…
Pero escucho largo tiempo las campanas en la noche/ y me siento el paria de la familia humana, / el ser a quien el viento conduce a su sucio reducto/ el punzante dolor de una fiesta lejana.

Notas: En francés: Nöel Sceptique
Poema de Jules Lafarge (1860-1887)

Natividad,Fernando Pessoa

Nace un dios. Otros mueren. La verdad / No viene ni se va. Cambia el error.
Tenemos otra eternidad ahora.
Era siempre mejor la que ha pasado.
Ciega, labra la ciencia estéril gleba.
Loca, la fe en su culto vive un sueño.
Un nuevo Dios es solo una palabra.
No busques, no des fe. Todo esta oculto.[1]

[1] Versión y traducción de Octavio Paz.

Lamentación de María

La poesía más antigua que se conserva es una versión libre del himno en latín de Geoffroi de Breteuil. Fue escrita entre 1280 y 1310 y hallada en 1922, en un códice latino de la biblioteca de la universidad de Lovaina, Bélgica.

Su métrica- rítmica libre, aliteraciones- manifiesta la influencia de la poesía autóctona húngara; « es, pues, una síntesis del “mester de juglaría” y del “mester de clerecía” húngaros.»

Lamentación de María (Ómagyar Mária-siralom):
De quejas inocente, / me hundo en el lamento, / de tristezas me aflijo.
De mi dulce contento, / de mi luz me desunen/ judíos, de mi hijo.
¡Sácame del dolor, /oh mi dulce señor, / mi único hijito! Mira/ a tu madre llorosa.
Ojos de llanto llenos, / cansa el dolor mi seno, / por tu sangre adolece/ mi seno y desfallece.
¡Oh luz del mundo, pura, / flor de flor, hermosura!
¡Qué pena de los clavos / de hierro que te clavan!
¡Ay de mí, hijo mío, / dulce miel en la lengua!
Tu sangre es chorro de agua/ y tu beldad ya mengua.
Mi plegaria y lamento/ afuera se propaga, / la tristeza en mi seno/ no mitiga su llaga.
¡Muerte, tómame, viva/ el hijo sin segundo, / vivo quede el seño/ a quien tema este mundo!
La palabra del recto/ Simeón se cumplió: / siento el puñal/ que antaño prometió.
De ti separaríame, / mi hijo, si no fuera/ que otro mayor martirio/ mortalmente te hiera.
Judío, lo que haces/ está fuera de ley, / pues puro muere mi hijo, / sin pecado mi rey.
Cogiéndole, arrastrándole, / golpeándole, amarrándole, / le matas. ¡A mi hijo/ gracia sea concedida,/ no haya gracia a mi vida,/ o bien hijo inocente/ y madre juntamente/ con tormentos matad![1]

[1] Versión de Francisco de Oraá. Tomado de Kiadó Corvina, Antología de la poesía húngara, desde el siglo XIII hasta nuestros días. Selección, traducción, introducción y notas de Éva Tóth, colección Unesco de obras representativas serie europea, Editorial Arte y Literatura, La Habana, Cuba, 1981.

Navidad, José Saramago

Ni aquí ni ahora. Vana promesa

De otro calor y nuevo descubrimiento
Se deshace bajo la hora que anochece.
¿Brillan las luces en el cielo? Siempre brillaron.
De esa vieja ilusión desengañémonos:
Es día de navidad. No pasa nada.[1]

Versión original en portugués:
Natal.
Nem aquí, mem agora. Vã promesa/ doutro calor e nova descoberta/ se desfaz sob a hora que anoitece.
Brilham lumes no céu? Sempre brilharam.
Dessa velha ilusão desenganemos:
É dia de Natal. Nada acontece.

Era la víspera de la navidad

Era la víspera de Navidad, y todo en la casa era paz. No se oía ni siquiera un ruido, ni siquiera el chillar de un ratón.

Junto al fuego colgaban los calcetines vacíos, seguros que pronto vendría Santa Claus (San Nicolás). Sobre la cama, acurrucaditos y bien abrigados, los niños dormían, mientras visiones de dulces y bombones danzaban alegres en sus cabecitas. Y mamá con pañoleta, y yo con mi gorro de dormir, nos disponíamos para un largo sueño invernal.

De pronto en el prado surgió un alboroto, salté raudo de la cama y fui a ver qué sucedía. Volé como un rayo hasta la ventana, abrí las persianas y tiré del postigo. La luna sobre la nieve recién caída le daba a los objetos brillo de mediodía. Cuando para mi asombro vi pasar a lo lejos, un diminuto trineo y ocho pequeños renos.

Conducía un viejecito, vivaracho y veloz, Y supe en seguida que debía ser Santa Claus. Más rápido que las águilas, sus corceles volaban. Y silbaba y gritaba y a sus renos ¡por su nombre llamaba!
– ¡Vamos Destello! ¡Vamos Danzarín! ¡Vamos Cabriolero y Brujo! ¡Corre Cometa! ¡Corre Cupido! ¡Corran Trueno y Chispa! ¡A la cima del techo! ¡A la cima del muro! ¡Vamos apúrense! ¡Apúrense! ¡Apúrense todos!

Como las hojas que vuelan antes de un fuerte huracán, que cuando se topan con un obstáculo remontan al cielo, así volaron los corceles hasta posarse en la casa, Con el trineo lleno de juguetes y Santa Claus también. En un parpadear, sobre el techo escuché los pequeños cascos de los renos patear y al volver la cabeza, entre cenizas y troncos, por la chimenea de golpe cayó Santa Claus.

Abrigado con pieles, de la cabeza los pies, Santa Claus se encontraba todo sucio de hollín. Llevaba en sus espaldas un saco de juguetes y parecía un buhonero abriendo su paquete. ¡Cómo brillaban sus ojos! ¡Qué felices sus hoyuelos! Sus mejillas como rosas, ¡su nariz como cereza! Su graciosa boca con una mueca sonriente y la barba de su mentón tan blanca como la nieve.

Sujetaba firme entre los dientes la boquilla de una pipa y el humo rodeaba su cabeza a modo de guirnalda. Tenía una cara amplia y su panza redonda. Temblaba al reirse ¡como un pote de gelatina! Era gordinflón y rollizo, como un duende gracioso y apenas lo ví ¡me eché a reír sin querer! Al ver su modo de parpadear y mover la cabeza, pronto me di cuenta que no había nada que temer.

No dijo una palabra y volvió a su trabajo, Llenó bien los calcetines, luego su cuerpo sacudió. Y colocando su dedo a un costado de la nariz e inclinando la cabeza ¡por la chimenea salió! Saltó a su trineo y a sus ayudantes silbó y arrancaron volando como la pelusa de un cardo. Pero llegué a escucharle mientras desaparecía:

– ¡A todos Feliz Navidad y que pasen una buena noche!

(1) Poema de Clement Moore (1779-1863); también se puede llamar era el día antes de navidad, pues al fin y al cabo su nombre en inglés es Twas the night before Christmas; otra variante del nombre era, una visita de San Nicolás.

Antes de la creación de este texto, San Nicolás, el patrón de los niños, no estaba vinculado a un trineo tirado por renos.Fue publicado el 23 de diciembre de 1824 como anónimo (así lo quiso el autor) en el New York Sentinel; fue solo hasta 1844 cuando Clement Moore lo reclamó y publicó en un libro de poemas.

Campanas de navidad, Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)

Oí las campanas el día de navidad.
Oí las campanas el día de la navidad musitando viejos villancicos y canciones de alegría que repetían:
Paz en la tierra y buena voluntad para los hombres.

Por todas partes,aquí y allá, 
campanas de la cristiandad tocaron con frecuencia:Paz en la tierra y buena voluntad con la humanidad.

Me dije en mi consternación: 
No hay paz aquí en la Tierra, no. 
El odio es tanto que ahoga el canto: Paz en la tierra y buena voluntad para los hombres

Luego las campanas repicaron más fuerte: 
Dios no es sordo, ni ha muerto todavía. 
El bien, no el mal, ha de triunfar. 
Paz en la tierra y buena voluntad para los hombres.

Ediciones 2012, 2013-21

Ver también: poemas de familia, poemas de amor

Poemas de Alvaro Mutis

Esta es mi pequeña antología personal de poemas de Alvaro Mutis, este escritor colombiano tan interesante:

EL HOMBRE

De su torpeza, de sus gestos vanos y gastados, de sus deseos equívocos y tenaces, de su «a ninguna parte», de su clausurado anhelo de comunicarse, de sus continuos y risibles viajes, de su levantar los hombros como un simio hambriento, de su risa convencional y temerosa, de su paupérrima letanía de pasiones, de sus saltos preparados y sin riesgo, de sus entrañas tibias y estériles, de toda esta pequeña armonía de entre-casa, debe hacer el canto su motivo principal.
No temáis el esfuerzo. A través de los siglos hay quienes lo han logrado hermosamente. No importa perderse en el camino y sentarse a mirar pasar la tropa con un espeso alcohol en la mirada. No importa.

LA MUERTE

No inventemos sus aguas. Ni intentemos adivinar torpemente sus cauces deliciosos, sus escondidos remansos. De nada vale hacerse familiar con ella. Volvámosla a su antigua y verdadera presencia. Venerémosla con las oraciones de antaño y volverán a conocerse sus rutas complicadas, tornará a encantarnos su espesa maraña de ciudades ciegas en donde el silencio desarrolla su líquida especia. Las grandes aves harán de nuevo presencia sobre nuestras cabezas y sus sombras fugaces apagarán suavemente nuestros ojos. Desnudo el rostro, ceñida la piel a los huesos elementales que sostuvieron las facciones, la confianza en la muerte volverá para alegrar nuestros días.

EL ODIO

De todas las vendas con las cuales hemos tratado de curar sus heridas hagamos un sucio montón a nuestro lado. Que vibren los labios desnudos de la llaga al sol purificador del mediodía. Que los vientos desgarren la piel y se lleven pedazos de nuestro ser en su desordenado viaje por las extensiones. Sembremos la alta flor palpitante del odio. Arrojemos a los cuatro vientos su semilla. Con la cosecha en los brazos entraremos por las primeras puertas de blancos soportales.
No más falsificación del odio: el odio a la injusticia, el odio a los hombres, el odio a las formas, el odio a la libertad, no nos han dejado ver la gran máscara purificadora del odio verdadero, del odio que sella los dientes y deja los ojos fijos en la nada, a donde iremos a perdernos algún día. Él dará las mejores voces para el canto, las palabras que servirán para sostener en lo alto su arquitectura permanente.

LAS BESTIAS

¡Cread las bestias! Inventad su historia. Afilad sus grandes garras. Acerad sus picos curvados y tenaces. Dadles itinerario calculado y seguro.
¡Ay de quienes no guardan un bestiario para enriquecer determinados momentos y para que nos sirvan de compañía en el futuro!
Extendamos el dominio de las bestias. Que comiencen a entrar en las ciudades, que hagan su refugio en los edificios bombardeados, en las alcantarillas reventadas, en las torres inútiles que conmemoran fechas olvidadas. Entremos al reino de las bestias. De su prestigio depende nuestra vida. Ellas abrirán nuestras mejores heridas.

LOS VIAJES

Es menester lanzarnos al descubrimiento de nuevas ciudades. Generosas razas nos esperan. Los pigmeos meticulosos. Los grasientos y lampiños indios de la selva, asexuados y blandos como las serpientes de los pantanos. Los habitantes de las más altas mesetas del mundo, asombrados ante el temblor de la nieve. Los débiles habitantes de heladas extensiones. Los conductores de rebaños. Los que viven en mitad del mar desde hace siglos y que nadie conoce porque siempre viajan en dirección contraria a la nuestra. De ellos depende la última gota de esplendor.
Faltan aun por descubrir importantes sitios de la tierra: los grandes tubos por donde respira el océano, las playas en donde mueren los ríos que van a ninguna parte, los bosques en donde nace la madera de que está hecha la garganta de los grillos, el sitio en donde van a morir las mariposas oscuras de grandes alas lanudas con color acre de la hierba seca del pecado.
Buscar e inventar de nuevo. Aún queda tiempo. Bien poco, es cierto, pero es menester aprovecharlo.

SOLEDAD

En la mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes. Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser, su naufragio en las girantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.

UN BEL MORIR

De pie en una barca detenida en medio del rio
Cuyas aguas pasan en lento remolino
De lodos y raíces,
El misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales de la selva,
Reciben los breves signos de la bienaventuranza.
Cuando descienda la mano
Habré muerto en mi alcoba
Cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
Y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
Algunos retratos en desorden,
Unas cartas guardadas no sé donde,
Lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo ira desvaneciéndose en el olvido
Y el grito de un mono,
El manar blancuzco de la savia
Por la herida corteza del caucho,
El chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
Serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.

Bibliografía consultada
MUTIS Álvaro. Summa de Maqroll El Gaviero. Poesía 1948-1970. E. Oveja Negra Ltda. Bogotá Colombia 1982

Ver también: poemas de mujeres; Poemas de familia

Agua en los mitos de creación

El agua en los mitos de creación, un tema absorbente para quienes buceamos en los temas religiosos y míticos.

Ya sea periférica a la tierra o bajo ella, el agua es el primer elemento significativo del orden universal. A veces se la imagina como una característica geográfica, bien sea un río o un mar que dan forma a un país  En algunas leyendas el agua es pasiva; en otras está ligada misteriosamente al origen del mundo y de los seres humanos, o al destino de un dios que, después de desaparecer en las profundidades, sigue estando ligado a las tormentas y a la lluvia.

Usando esta simbología líquida, podemos afirmar que hay tres principales sistemas para explicar el origen de todo:

1- ) El mundo es creado por un dios que sigue siendo parte trascendente del mismo, como sucede con los indios Tukano en el Vaupés (Colombia) o con ciertas religiones africanas

2- ) La cosmogonía adquiere un aspecto de genealogía. El primer antepasado es una entidad cuyos atributos cósmicos y divinos aparecen en su abundante descendencia. Las aguas aparecen como consecuencia de alguno de estas divinidades o descendientes.

En el sistema griego la tierra ancestral da a luz el cielo al cielo y al Pontos (reino del mar, es decir, compuesto de agua salada). Ambos son principios masculinos con los que se acoplará la tierra. De la unión de la tierra y el cielo, nace el Okeanos (Océano), un río de agua dulce, con remolinos profundos, que a su vez se convertirá en el padre de todas las fuentes y los ríos.

3- ) Finalmente el espíritu puede presentarse como uno de los principales agentes de la formación del mundo. Por ejemplo, en ciertas cosmogonías el agua simboliza lo que existía antes del estado primigenio del mundo. En su fluidez y carácter esquivo el agua puede sugerir la ausencia de forma, la insustancialidad y la confusión (e inclusive la nada) pre-existente a la formación del mundo. Inerte, el agua no tiene poder, precisa la acción de un ente divino exterior quien será el agente creativo. La cosmogonía bíblica es rica en este tipo de simbolismos, que incluye palabras como desierto, vacío, oscuridad y abismo; será el espíritu divino quien imponga orden. Esto mismo suele suceder en las cosmogonías vedas.

En otros mitos el río tiene lecho y el mar tiene fondo; de esta superficie sólida o fangosa sumergida se saca el fundamento del universo. Pudiéramos citar como referente a la cosmogonía órfica griega, donde algo pasa en las aguas originales, sin intervención de fuentes externas.

En la cosmogonía hindú, el agua es receptáculo del huevo o semilla divina, que crecerá en este ambiente, cumpliendo el papel de fluido amniótico.

En la mitología egipcia, el agua primordial es divina, no tiene un rol secundario, es más, tiene nombre propio, Nun y tomará atributos humanos inclusive, formando pareja con su doble femenino, Naunet. En la tradición heliopolitana, Nun es un dios solar autógeno que nace y descansa después. Allí empieza su actividad creativa o regenerativa, trayendo a la existencia a los dioses primitivos.

El agua vivificante también puede favorecer el nacimiento de un dios o de un embrión, siendo el líquido vital un medio vital y fecundador. Ver la mitología babilonia, las figuras de Apsu y Tianmat.

Grecia pudo haber tenido un sistema semejante, recordado por Homero, donde dos deidades antropomorfas y acuáticas (Tetis y Okeanos) se juntan y procrean varios dioses que serán protagonistas del desarrollo del universo.

Leer también: cosmología en la biblia, mitologia en Menfis , cosmología en Hermópolis, sumerios y acadios ,cosmología budista , Tebas Mitologia

Texto original de enero 2013, revisado en Octubre del mismo año.Otras versiones 2018