Sociedad homérica

Este es un texto que hemos dado en llamar sociedad homérica: «En la Iliada y la Odisea, si se toma en cuenta no las reminiscencias micénicas, claro está, sino su contenido fundamental, Grecia aparece más desmembrada y aislada que en épocas posteriores. Toda pequeña comunidad, formada por grupos consanguíneos, vive su propia vida, aislada; cada una tiene sus órganos de gobierno y administración, su gobernante (basileus), un consejo de ancianos, una asamblea popular; cada una posee su territorio compuesto de campos de labranza, praderas y viñedos, su polis, no con la acepción de ciudad-Estado, que tuvo más adelante este término, sino sólo como villorrio, al parecer ni siquiera siempre amurallada.

Sólo de tanto en tanto las comunidades autónomas aúnan sus fuerzas para acometer empresas bélicas conjuntas: tal es el caso que sirvió de base al relato de la Iliada.

Mas también bajo los muros de Troya, los jefes de los destacamentos que integran la milicia unificada continúan guardando celosamente su independencia y autonomía.

El poder de Agamenón, quien había recibido el mando sobre todo el ejército aqueo, no se distingue ni por su plenipotencia ni por una especial autoridad. Todas las cuestiones de importancia vinculadas con la conducción de la guerra son resueltas no por él personalmente, sino en reunión de «los rizados hijos aqueos», y esto solamente después de haber consultado con los «nobles ancianos, poseedores de cetros», basileus como el mismo Agamenón.

Es característico que, en una de esas reuniones, Aquiles considere posible dirigirse a Agamenón, en presencia de los guerreros, de la siguiente manera: «¡Oh, saco de vino, con mirada de perro, pero con alma de cervatillo!» «Oh, rey sin honor, devorador de tu pueblo!»

El aislamiento de cada destacamento guerrero repercute en la organización general de la unificada milicia aquea. El botín de guerra se reparte de inmediato entre los jefes de destacamentos, o cae directamente en manos del que los ha arrebatado al enemigo.

Entre los guerreros comunes se conservan las subdivisiones tribales. Néstor, que para Homero representa el ejemplo de la sabiduría, le dice a Agamenón: «… separa a los hombres por tribus y por fratrías, para que las fratrías ayuden a las fratrías y las tribus a las tribus …».

De esta manera, incluso en un conflicto bélico común, perdura la autonomía propia de las comunidades en tiempo de paz, y las distintas partes de la milicia aquea no se fusionan para formar una verdadera unidad.

Inclusive cuando en la vida social y económica de las comunidades del período homérico comienzan a apuntarse los primeros pasos que llevarían a la formación de uniones territorial y políticamente más amplias, en dichas uniones «gens, fratrías y tribus siguen conservando por completo su independencia».

Así, las fratrías (hermandades), como unión de varias fratrías —ordenamiento del que restan supervivencias en muchas polis griegas de tiempos posteriores—, constituyen todavía durante la era de Hornero la subdivisión social fundamental.

El papel de la organización en forma de «gens»

El carácter gentilicio de la sociedad homérica se manifiesta en todos los ámbitos de la vida. Así, por ejemplo, un hombre que, por una u otra causa, había perdido los vínculos con su gens y se veía en la necesidad de buscar refugio en una región extraña, era tratado como un métanastes, una refugiado errante y sin familia, despreciado por todos.

Ofendido por Agamenón, Aquiles le dice: «Se enciende en cólera mi corazón cuando me acuerdo de la manera infame con que me ha tratado ante el pueblo aqueo el rey Agamenón, como si yo fuera un miserable refugiado, un vil advenedizo!»

Por otra parte, la aparición misma de tales refugiados emigrantes, excluidos de la gens, testimonian el comienzo de las diferencias sociales, la aparición al lado de las relaciones gentilicias, de relaciones sociales nuevas.

Era la fratría la que asumía la defensa de sus integrantes frente al «mundo exterior». La Grecia homérica no conoce órgano alguno capaz de llenar dicha función dentro de un ámbito cuya amplitud sobrepasa los límites de la organización de gens.

Y por ello, el métanastes que acabamos de citar (así se llamaba en los poemas a los hombres que habían roto con su gens y con su fratría), resultaba privado de defensa social y cualquiera podía atentar impunemente contra su vida, su honor y sus bienes.

Mas también la vida del hombre que había conservado sus vínculos con su gens era defendida en primer lugar no por los órganos sociales, sino por sus parientes más cercanos, que tomaban venganza del asesino de acuerdo con el principio de «sangre por sangre».

En el último canto de la Odisea, los parientes de los pretendientes de Penélope muertos por Ulises, «tan pronto como tuvieron sus pechos revestidos por fuertes corazas de brillante cobre», se reunieron fuera de la ciudad, con el propósito de dar cuenta del asesino mediante la unificación de sus fuerzas.

Uno de ellos, Eupites, se había dirigido a los habitantes de Itaca, conmovidos por el acontecimiento, y les había dicho llamándolos a tomar venganza en Ulises: «Hermanos, os suplico, salid conmigo en su busca, antes que fugue de Itaca a Pilos, o se salve en la divina Elida, la tierra donde reinan los epeos: salid conmigo contra el asesino y castiguémosle, pues, si no, nos cubrirá el oprobio y la vergüenza que caerá sobre nuestra memoria no podrá borrarse jamás».

De este modo, la iniciativa de la venganza pertenecía a los parientes consanguíneos directos, y sólo después, a requerimiento de estos últimos, intervenían los otros congéneres del asesinado.

Era natural que el asesino, temiendo la venganza por parte de los miembros de la gens o de la fratría, optara por abandonar su patria: «… el que mata a un hombre cualquiera, aunque su víctima no deje a muchos para vengarle, huye de su patria abandonando a sus deudos…»

Además de la venganza por sangre, Homero menciona el rescate pagado por el asesino como medio de compensar a los parientes de la víctima:

«Hasta por la muerte de un hermano, incluso por la de un hijo, se acepta del asesino una compensación; de esta manera, uno permanece en su aldea, una vez satisfecho el pago, y el otro apacigua su alma y su soberbio corazón con la indemnización recibida.»

Una disputa en torno del rescate es descrita en una de las escenas grabadas en el escudo de Aquiles. Las menciones, tanto del rescate como de la venganza familiar, permiten suponer la coexistencia de ambas instituciones, lo cual pone al descubierto uno de los rasgos típicos del período homérico: su carácter de período de transición.

Desde luego, en muchos casos las descripciones de relaciones sociales muy primitivas, junto a otras más complejas y desarrolladas, deben considerarse como consecuencia de la estratificación de ambos poemas, debida, como ya señalamos, a su prolongada formación; mas en otros casos estamos indudablemente frente a los reflejos de la realidad histórica de las épocas que se describen.

Diferenciación económico-social. Aparición de la aristocracia

Aunque en la época homérica los lazos de parentesco de la gens constituían los cimientos de la estructura social, y en la vida de la sociedad continuaban en vigor y uso muchas antiguas instituciones, el período homérico en su integridad constituía ya, sin lugar a dudas, una época de intensa descomposición de las primitivas relaciones comunales.

Al comparar la gens iroquesa con la griega, Engels anota que entre ambas «… se extiende cerca de dos períodos de desarrollo que los griegos de la época heroica llevan de delantera respecto a los iroqueses».

La igualdad social y la libertad de los miembros de la primitiva sociedad gentilicia se habían transformado considerablemente. Se había destacado y separado la aristocracia gentilicia, poseedora «de honroso lugar y cebadas ovejas y ánforas llenas de vino dulce y selecto…».

Engels define ese proceso de la siguiente manera: «La cifra de la población aumentó con la extensión de la ganadería, de la agricultura y hasta de los oficios manuales; al mismo tiempo crecieron las diferencias sociales, y con éstas el elemento aristocrático en el seno de la antigua democracia primitiva.»

El poema trata de subrayar a cada paso la diferencia entre la nobleza gentilicia y el resto de la población. En las batallas que describe, los guerreros nobles, en carros tirados «por corceles de espesas crines», o bien a pie, combaten contra los enemigos al frente de sus hombres.

Tienen el cuerpo protegido por coraza de cobre «adornada con oro», la cabeza con un yelmo con crin de caballo y blancos colmillos de jabalí. Las vainas de sus espadas son de plata pura.

Y también en tiempo de paz un hombre noble difiere notablemente de los demás por su modo de vivir: lleva túnica de un tejido tan fino como la seca envoltura de la cebolla y sobre la misma una capa de alto costo hecha de lana púrpura, con una hebilla de oro exquisitamente trabajado.

El poeta no escatima colores al describir las mansiones de los nobles: «Paredes de bronce la rodeaban, coronadas por una brillante cornisa de acero azulado. Cerraban la entrada al soberbio palacio puertas de oro cuyas jambas, que arrancaban del broncíneo umbral, eran de plata, como de plata también era el dintel que en ellas se apoyaba, y de oro macizo una aldaba.

A ambos lados, perros, áureo uno, argénteo el otro, fabricados sabiamente por Hefaistos… Detrás de la casa se hallaba el jardín «rodeado de tupido seto», y en él «crecían magníficos árboles frutales: perales, granados, manzanos de espléndidas formas, dulces higueras y verdes olivos…».

Le seguían el viñedo y la huerta, en la cual «hortalizas y verduras de todas clases se cosechaban en abundancia todo el año» (ibíd., 128). Desde luego, la época homérica no conocía mansiones tan lujosas. En el caso dado, al igual que en la descripción de las armas, con el deseo de subrayar el lujo, fabuloso desde el punto de vista de sus contemporáneos, que caracterizaba la vida de sus héroes, el poeta había aprovechado, al parecer, los ejemplos de la época pretérita conservados en la memoria popular.

Es lógico que el rapsoda subraye las diferentes situaciones sociales de los personajes y las peculiares relaciones entre ellos. Acerca de Ulises, por ejemplo, se narra en la Ilíada: «Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, golpeábale con el cetro y le increpaba con palabras severas:

—¡Detente, desdichado, y no alborotes, escucha a los que te aventajan en valor; tú, débil y cobarde, jamás tuviste importancia en el combate, ni en el Consejo!» (Ilíada, II, 198 y sig.). Pero, al encontrarse con nobles guerreros, Ulises se acerca a cada uno de ellos y les dice: «—Ilustre varón: ¿eres acaso presa del temor cual un cobarde? Detente, tranquilízate y tranquiliza a los otros».

Podríamos traer a colación muchas otras citas análogas, dispersas en el texto de ambos poemas, y que dan testimonio de la tendencia, propia del epos homérico, a idealizar la aristocracia de abolengo y promoverla al primer plano a todo lo largo del relato. Tal tendencia tiene su explicación en la vida económica de ese período.

La ganadería y la agricultura

La economía de la sociedad homérica se basaba fundamentalmente en la agricultura y en la ganadería.

En los poemas se encuentran frecuentes menciones de «gruesas» ovejas y cabras, de bueyes «de altos cuernos», de cerdas «brillosas de grasa», de potros y «gruesas yegüitas jóvenes orgullosas de sus potrillos juguetones». Son mencionados también los asnos y mulas que se usaban para tirar de los arados.

Del importante papel de la ganadería en la economía de esta época da testimonio también el hecho de que el ganado era utilizado como medida de valor, sustituyendo el aún inexistente dinero. Así, una enorme caldera de cobre, junto con su trébode, valía doce bueyes; una «doncella prisionera» era apreciada en cuatro bueyes, una armadura de oro se valuaba en cien terneros y una de bronce en nueve.

No menor era la importancia de la agricultura. Como cultivos gramíneos básicos aparecen el trigo, la cebada y el mijo. Los trabajos de labranza en el campo se llevaban a cabo mediante la ayuda de bueyes y mulos. El arado, como siguió siéndolo en tiempos muy posteriores, era de madera, sumamente primitivo; levantaba apenas una delgada capa del suelo, en virtud de lo cual debía efectuarse una labranza triple. Se practicaba el abono con estiércol.

La cosecha, en la escena estampada en el escudo de Aquiles, es descrita en la Ilíada de la siguiente manera:

«Un campo de altas espigas iban cortando los segadores, relucientes en sus manos las afiladas hoces; a lo largo del surco quedaban los manojos, y con ellos iban formando gavillas tres hombres, que los recibían de manos de niños que se los alcanzaban sin cesar…»

La trilla se hacía en una era, usando bueyes para esta tarea. Luego se aventaba el grano y se molía en molinillos manuales.

Además del cultivo de cereales, estaban desarrolladas la vitivinicultura, la horticultura y la fruticultura. De la existencia de varias clases de uva hablan las denominaciones «blanco» y «tinto», aplicadas a la caracterización de diferentes vinos.

Estos se conservaban en enormes toneles de barro y transportaba en botas o ánforas. En los jardines se cultivaba manzanos, perales, granados, higueras y olivos. La población estaba también familiarizada con la caza y la pesca.

El conocimiento y la utilización, en cierta medida, por parte de la sociedad homérica, del hierro facultaba el posterior desarrollo de las fuerzas productivas. Como ya señalamos, el poeta era fiel a la modalidad de «arcaizar» la realidad que estaba describiendo y, al parecer, evitaba muy conscientemente mencionar ese metal, prefiriendo nombrar en su lugar el bronce.

Así y todo, en el texto de la Ilíada se encuentran hasta veintitrés y en el de la Odisea veinticinco menciones del hierro, y, como hemos mencionado antes, en forma de imágenes («alma férrea», «paciencia de hierro», «cielo férreo».)

La presencia permanente de tales imágenes testimonia, indudablemente, una difusión ya bastante amplia de ese metal. Esto se ha visto confirmado en la actualidad por las investigaciones arqueológicas que permitieron hallar armas y varios instrumentos de trabajo de hierro en las sepulturas del período que estamos considerando.

El más antiguo de los hallazgos era, según todos los indicios arqueológicos, un sable de hierro del siglo XI a. C., pero en la actualidad ya se han producido muchos otros hallazgos de objetos de hierro del siglo X, y más aún del IX, todos, sin lugar a dudas, obra de la artesanía local.

Así, pues, la economía del período homérico distaba mucho de mantenerse en el nivel característico del régimen del comunismo primitivo. El desarrollo de las fuerzas productivas había alcanzado un nivel que posibilitaba ya la acumulación de considerables riquezas en manos de unos pocos.

Las denominaciones «noble» y «rico» aparecen en los poemas por lo general una junto a la otra.

La dimensión de las riquezas es medida principalmente por las cantidades de cabezas de ganado, por las amplias despensas colmadas de toda clase de vituallas y de otros bienes, por el arreglo y mobiliario de las viviendas, por el número de sirvientes, por la calidad de las armas y de los vestidos, etc.; es interesante observar que en los poemas sólo rara vez se menciona la concentración de tierras en manos de una persona acaudalada.

Así, por ejemplo, el porquero Eumeo, que habla a Ulises, tras su regreso, acerca de los ricos de Itaca, no hace referencia ninguna a los bienes raíces, limitándose a enumerar los rebaños que les pertenecen.

Aunque en los poemas homéricos se menciona repetidas veces la tendencia de tierras y se presentan escenas de la vida agrícola, su carácter no resulta completamente aclarado. Por una parte, las tierras que pertenecían a los basileus homéricos eran conocidas como temenos, es decir, el mismo término con que nos encontramos en las inscripciones de Pilos, en las que, como se recordará, se da esa denominación a las tierras recibidas de manos del pueblo por el rey (wanax) y por el jefe del ejército (lawgetas).

Cabe pensar que también los basileus homéricos gozaban, respecto a la propiedad de la tierra, de derechos mucho mayores que los hombres del común. Las tierras labradas por estos últimos se designaban con la palabra cleros, cuya traducción literal es «suerte»; el cleros era una parcela que, como lo señala el propio término, se otorgaba por sorteo.

En el texto de la Odisea, por ejemplo, se presenta un caso de tal división de la tierra: el jefe de los feacios, Nausítoo, «repartió los campos subdividiéndolos en parcelas». En la Ilíada se mencionan casos en que diferentes personas obtienen campos de labranza y viñedos, es decir, tierras que habían sido puestas con anterioridad en cultivo.

Todos estos datos nos permiten suponer la existencia de comunidades rurales en las que se llevaba a cabo sistemáticamente nuevos repartos de la tierra. Mas, por otro lado, tal tipo de comunidad comienza ya a poner de manifiesto síntomas de descomposición.

Al parecer, las parcelas van tornándose desiguales, lo cual provoca altercados y riñas. En la Ilíada, por ejemplo, se lee: «… Como dos hombres altercan, con la medida en la mano, sobre las lindes de campos contiguos, y por un pequeño espacio luchan, cada uno por su derecho…».

Aparecen, por una parte, hombres que se han apropiado de varias parcelas y, por otra, hombres que no tienen ninguna (acleros). Al mismo tiempo, al tornarse hereditario el poder de los reyes, los basileus reciben los terrenos que les corresponden como propiedad privada y disponen, en consecuencia, libremente de los mismos.

Esto permite llegar a la conclusión de que, si bien en la sociedad homérica aún no se había afianzado en forma definitiva la institución de la propiedad privada sobre la tierra, sí se hallaban ya presentes las distintas posiciones a su respecto y la desigualdad de su distribución, y al llegar a finales de este período es posible hablar ya de la propiedad privada sobre la tierra.

En este sentido interesa la descripción de la escena representada en el escudo de Aquiles, en la que la tierra labrantía comunal contrasta con el temenos.

En el primer caso «… los labradores yendo y viniendo guían las yuntas de bueyes, y siempre al llegar a un extremo del campo, les sale al encuentro un hombre que les ofrece a cada uno una copa de dulce vino…». En el segundo caso, se describe la cosecha: los trabajadores siegan el cereal bajo la mirada del propio «amo» (basileus), quien está «en silencio parado entre los surcos, con el cetro en la mano y alegre el corazón».

Los hombres libres que por diversas circunstancias se veían privados de sus parcelas y, en consecuencia, obligados a abandonar las mismas, son conocidos en los poemas como eritos y tetes. Este último término abarca en su significado, no sólo al trabajador libre, sino, en general, a todo el que ha sido desposeído de su parcela.

Las condiciones de paga por el trabajo de tales mercenarios aparecen claras en el trecho de La Odisea, en que Ulises, quien había regresado a su casa disfrazado de mendigo, dialoga con uno de los pretendientes de Penélope: «¿No te agradaría acaso, peregrino, entrar a mi servicio? Te enviaría a trabajar, con gusto, al último rincón de mis campos enderezando setos y plantando árboles. A cambio recibirías de mí alimento abundante, la vestimenta necesaria y calzado para los pies».

Se ve así que en las grandes propiedades rurales era aplicado ya el trabajo asalariado. La paga por el trabajo se hacía con efectos naturales y se componía, en primer lugar, de la alimentación y de la provisión de vestido y calzado.

Habiendo abandonado su patria en busca de trabajo, el asalariado se encontraba totalmente indefenso, lo cual era aprovechado con amplitud por quien lo tomaba a su servicio. En la Ilíada, en la disputa entre Poseidón y Apolo, se describe la arbitrariedad del amo que se ha apropiado del salario del trabajador, al que ha arrojado de su casa:

«… A las órdenes del altanero Laomedonte, por el salario estipulado, todo un año trabajamos, y nos trataba muy duramente… … Más, cuando las deseadas Horas trajeron el día señalado para recibir la paga convenida, Laomedonte, por la fuerza, se apropió de ella y nos despidió con amenazas e injurias. Cruel y terrible, amenazó con atarte de pies y manos para venderte como esclavo en una isla lejana y se vanagloriaba jurando cortarnos las orejas».

Las condiciones efectivas de vida y trabajo del asalariado lo colocaban en una situación en la cual carecía de defensa y en la cual a veces en poco difería de la situación de un esclavo.

Tal como dice el ejemplo que acabamos de citar, el amo podía aherrojarle impunemente manos y pies y, por medio de la venta como esclavo, privarlo para siempre de la libertad. En la Odisea, los esclavos y los tetes (trabajadores libres) son comparados con los hombres libres.

Tal confrontación da testimonio no sólo de la situación social de los tetes, sino también de la ausencia de una estricta delimitación entre esclavos y hombres libres, como ocurrirá en períodos posteriores.

La esclavitud

La esclavitud del período homérico difiere esencialmente de la de los tiempos posteriores. A este respecto son sumamente significativos los términos que sirven para señalar a los esclavos.

En los poemas, éstos se designan comúnmente con la palabra dmóes, frecuentemente con la voz oíkies (gente de la casa), y muy raramente con la palabra doulos, mientras que en la época clásica, con la esclavitud desarrollada, el término doulos adquiere mayor difusión.

La denominación oíkies no es de ninguna manera casual, puesto que en el tiempo homérico los esclavos, de hecho, formaban parte de la familia de su amo y, al lado de los demás miembros de la misma, participaban en la actividad económica común. En otras palabras, la esclavitud mantenía aún un carácter patriarcal.

Por lo demás, tal caracterización sería unilateral si no señalásemos los casos, mencionados en el epos homérico, en que se observan otras actitudes para con los esclavos. En la Odisea, por ejemplo, se describe detalladamente el feroz castigo infligido a las esclavas sorprendidas cuando favorecían a los pretendientes de Penélope: todas ellas fueron ahorcadas con una cuerda de navío.

Un castigo no menos feroz le cupo al cabrero Melantios: «Con cobre cruel le cortaron las narices y las orejas; le amputaron pies y manos, y luego le arrancaron las partes pudendas y las arrojaron a los ávidos canes para que las devorasen».

En el mismo poema hay otra referencia interesante sobre la evaluación general del trabajo de los esclavos: «Indolente es el esclavo: si con severidad el amo no lo fuerza a cumplir su mandato, por sí solo no se pondría con gusto a trabajar. En cuanto el destino cruel marca a alguien con la amarga esclavitud, Zeus destruye en él la mejor mitad de las virtudes del hombre».

Esta referencia, más que con la primitiva esclavitud patriarcal, hay que relacionarla con la esclavitud de la Época Clásica, en la que la cruel explotación de la fuerza de trabajo del esclavo es dominante en el sistema económico.

De esta manera, las referencias de los poemas homéricos a la situación de los esclavos descubren los rasgos característicos de las épocas de transición. En su conjunto, el siglo de Homero ha de ser reconocido sólo como etapa inicial en aquel complicado proceso que habría de llevar a la antigua Grecia hasta su desarrollado sistema de explotación de la esclavitud.

La fuente principal de la esclavitud en la época homérica no residió en la diferenciación interna de la sociedad, sino en la guerra y el cautiverio. En este sentido, es muy característico el término mencionado ya, dmóes, derivado del verbo damadzo, que significa someter, domar.

Las tiendas de campaña de Aquiles y otros jefes aqueos bajo las murallas de Troya estaban repletas de botín de guerra y, sobre todo, de mujeres cautivas, capturadas durante la marcha de las acciones bélicas. En las guerras, la conversión en esclavos de los enemigos sobrevivientes era una regla que, al parecer, no admitía excepciones.

Andrómaca, al deplorar la muerte de Héctor, exclama apesadumbrada: «… Ha perecido el que era su defensor [de la ciudad], tú, que la salvabas, y amparabas a las fieles mujeres y a sus hijos. Pronto serán conducidas al cautiverio en cóncavas naves, y yo con ellas. ¡Y tú, hijo mío, acaso vengas conmigo y hayas de sufrir en trabajos oprobiosos, en provecho de un amo cruel; o quizá un aqueo te haga girar en torno de su cabeza cogido de las manos, para arrojarte desde lo alto de una torre…».

Evidentemente, el apoderarse de esclavos constituía uno de los objetivos principales de la guerra. Con el mismo fin se emprendían incursiones por mar contra los habitantes del litoral, corno, por ejemplo, en el caso de Ulises, cuando el mismo, con sus compañeros de viaje, arribó a las costas de Egipto, y «… de pronto, dejándose llevar por sus instintos de violencia y pillaje, empezaron a saquear los fértiles campos de los pacíficos egipcios, a raptar a sus mujeres e hijos y a asesinar brutalmente a los varones que se oponían a su furia».

El prisionero de guerra era propiedad del vencedor, y en consecuencia podía ser regalado, cambiado o convertido en un trofeo para el vencedor de los torneos.

Según los datos contenidos en los poemas, la explotación de los esclavos se realiza, en primer lugar, mediante la utilización de su fuerza de trabajo en las tareas domésticas. Por ejemplo, en la casa de Alcinoo: «Había en el espléndido palacio cincuenta esclavas: unas molían el dorado centeno en los morteros, otras hilaban y tejían, sentadas, junto a los husos…».

Otras tantas esclavas trabajaban en la casa de Ulises. Una parte de las mismas estaba ocupada en la molienda del cereal, otras traían agua de los manantiales y se ocupaban en diversos quehaceres domésticos. Durante los festines, los esclavos servían a sus amos y a los convidados.

Entraba en las costumbres poner a disposición del huésped varias esclavas, para el lavado y para impregnar al cuerpo con aceites perfumados y otras sustancias aromáticas. Por lo demás, tampoco las mujeres libres consideraban humillante tal trabajo.

En más de una ocasión se menciona en los poemas casos en que las esclavas sirven de concubinas. Los hijos nacidos de estas uniones podían ser libres: «… Y yo nací de una extranjera que mi padre había comprado para hacerla su concubina», cuenta Ulises en un relato por él inventado, «pero mi noble padre me miraba y amaba igual que a sus demás hijos legítimos».

Los esclavos eran utilizados en la agricultura y en la ganadería. En la Odisea se les menciona con mayor frecuencia como pastores y porqueros, que en tareas propiamente agrícolas, debido a que en esta última eran empleados fundamentalmente trabajadores libres.

El establecimiento claro del peso específico del trabajo de los esclavos en la actividad social tropieza con insalvables dificultades. Nada definido se dice al respecto en los poemas, y cuando se cita una cantidad figura invariablemente la cifra de 50, y la misma se refiere tan sólo a los esclavos aprovechados en la propia mansión del amo.

Tanto en la Ilíada como en la Odisea, los esclavos se mencionan relativamente poco. Sobre estos datos no es arriesgado pensar que en la Grecia homérica la esclavitud no había alcanzado un amplio desarrollo.

Este escaso desarrollo viene confirmado por el carácter fundamentalmente natural de la economía homérica. Cada Oikos es casi íntegramente autárquico y, en consecuencia, sin necesidad sistemática de intercambios. La producción en la época homérica no estaba dirigida hacia la fabricación de mercancías, sino que estaba orientada primordialmente a satisfacer las necesidades de cada unidad económica.

En el Oikos de un basileus, que utiliza el trabajo de esclavos y trabajadores libres, los productos obtenidos en el campo se utilizan, en primer lugar, para satisfacer las propias necesidades del amo, de sus huéspedes, de los miembros de la familia, de sus trabajadores y de la servidumbre de su casa.

Del trabajo que posteriormente sería considerado como el destino de los esclavos y de la plebe se ocupaban en la época de Homero todas las capas de la sociedad, comenzando por las más elevadas. Aquiles y Patroclo preparan ellos mismos la comida y bebida para sus huéspedes, aun cuando en otras oportunidades se ocupen de ello los esclavos y esclavas.

Los jóvenes, hermanos de la princesa Nausícaa, «semejantes a los dioses inmortales», desenganchaban de su carruaje los mulos, que antes habían sido enganchados al mismo por los esclavos».

«Parecida ella misma a una diosa», Nausícaa lava la ropa junto con sus esclavas, luego se baña y juega con ellas a la pelota. En las casas ricas, las que se ocupaban de hilar y tejer eran las esclavas, pero sorprendemos ocupada en esta misma labor a Penélope, esposa del rey Ulises. No es menos conocido el arte de tejer por la esposa de Héctor, Andrómaca.

Dueño de una lujosa mansión, Laertes trabaja junto a sus esclavos en el jardín y en la huerta, y Ulises en persona va tras el arado. También son conocidas por este último otras clases de trabajo: él mismo construye una cama y expone su habilidad y experiencia en el armado de balsas.

Participando en el trabajo en común, hombro a hombro, con los libres, el esclavo del período homérico no podía ser, según la definición de Aristóteles, un ser «sólo con las condiciones para comprender lo racional, pero no para ser él mismo un ser racional».

De tal concepto no hay en el epos homérico ni el menor rastro. Por el contrario: en la persona de un esclavo, el porquero Eumeo se halla representado en el poema un sabio consejero y amigo de Ulises.

Goza de la confianza ilimitada de su amo; a su cuidado están confiados los rebaños y los bienes, de los cuales dispone hasta cierto punto con independencia. Así, por ejemplo, «sin preguntar ni a la reina ni al anciano Laertes», Eumeo edifica una casa y, también sin la anuencia de sus amos, adquiere un esclavo.

Y cuando se le acerca un peregrino —disfraz bajo el cual se oculta Ulises— no tiene reparos en sacrificar para su visitante el mejor cerdo de la piara de su amo y comerlo deleitosamente en su compañía. Al reconocer a Ulises, Eumeo lo besa en la frente. De la misma manera proceden los otros esclavos al encontrar al amo junto al portón de la casa.

El papel del intercambio

La producción de mercancía está escasamente desarrollada en la época homérica. Aunque en los poemas se mencionan casos aislados de intercambio, por ejemplo, de esclavos por bueyes, armas o vino, el Oikos se proveía de objetos que necesitaba primordialmente a través del botín de guerra.

En tales circunstancias, el intercambio es episódico. Es significativa en este sentido la inexistencia del dinero en la sociedad homérica como medida universal de valor de cambio.

Era igualmente muy débil el desarrollo del comercio exterior. Esto se ha visto confirmado por los datos obtenidos en las investigaciones arqueológicas, que hacen constar la ausencia casi total en el territorio de Grecia de objetos importados, hasta el mismo siglo VIII a. C.

Y si algunos objetos provenían del exterior, los mismos eran preferentemente de lujo, destinados a la satisfacción de las necesidades de un estrecho círculo de la nobleza. En un trecho de la Odisea se describe la llegada de unos mercaderes de allende el mar:

«Un día llegaron astutos visitantes del mar, unos varones fenicios, que traían en sus naves infinidad de cosas curiosas y raras». Entre esas cosas figuraban, por ejemplo, objetos tales como «un collar de oro engastado en ámbar».

En la Ilíada se indican como objetos de importación «vestimentas de lujosos dibujos, trabajo de las mujeres de Sidón», «una bella ánfora de plata… obra espléndida de los hábiles sidonios», los que, «navegando por el brumoso mar, la trajeron a Lemnos para la venta desde Fenicia».

Dado que Creta ya no desempeñaba en aquel tiempo el papel de vínculo comercial, la importación se efectuaba principalmente a través de los negociantes fenicios.

Estos no fundaban factorías comerciales permanentes y se limitaban a descargar las mercancías en la misma costa, o bien a su venta directa a borde de las naves. Los mercaderes fenicios no se detenían durante mucho tiempo en un lugar. En el caso mencionado en la Odisea, su estado se prolongó cerca de un año, durante el cual «cargaban diligentemente su nave y comerciaban con sus productos».

No eran raros los casos en que, al abandonar puerto, los mercaderes fenicios saqueaban a la población local llevándose consigo, para venderlos como esclavos, a mujeres y niños.

En general, el comercio de aquellos tiempos se hallaba aún estrechamente vinculado con el bandidaje y la guerra, y los mercaderes fenicios no gozaban de las simpatías de las poblaciones.

He aquí una cita de la Odisea que puede servir de ejemplo: «… presentóse [en Egipto] un fenicio muy trapacero y falaz, perverso intrigante que ya había causado muchos males a otros hombres, y persuadiéndome con su ingenio, llevóme a Fenicia, donde tenía casa y bienes.

Un año estuve con él, y terminado que fue, urdiendo nuevo engaño me llevó a Libia en su nave, con el pretexto de que le ayudase a conducir sus mercancías, pero en realidad venderme allí por una crecida suma».

Víctima de la pérfida intención del fenicio resultó en ese caso un griego que había recibido como herencia una pequeña parcela, en virtud de lo cual había resuelto tentar fortuna en el comercio.

Ocuparse en el comercio era, en general, cosa poco desarrollada entre los griegos de los tiempos homéricos, y algo que no gozaba de popularidad. Así, uno de los representantes de la nobleza feacia, Euríalo, se dirige a Ulises, con el deseo de ofenderlo, con la siguiente «burla hiriente», «punzante»:

«Peregrino, veo que no eres hábil en ningún juego atlético de éstos en los que descuellan los hombres. En verdad, a mí me has parecido desde el primer momento un patrón de navío, un traficante que recorre los mares en nave de muchos remos, pensando sólo en vender sus mercancías y volver a cargar para obtener más lucro; pero en nada te pareces a los atletas o guerreros».

Los oficios

El predominio de la economía natural y el escaso desarrollo del intercambio en las relaciones económicas de la sociedad homérica están estrechamente relacionados con la situación de los oficios artesanales.

En efecto, siendo una de las caracterizaciones propias del Oikos la autarquía, la actividad artesanal no podía encontrar condiciones favorables para su desarrollo.

La Grecia homérica, a diferencia de la época micénica, apenas conocía contados oficios de artesanía. En los poemas se mencionan los caldereros, los carpinteros de obra, los curtidores y los herreros a la vez que armeros. La división del trabajo en el seno de cada oficio está ausente casi por completo.

Así, los herreros se ocupaban al mismo tiempo de la preparación de objetos de oro y plata, y los carpinteros de obra efectuaban todos los trabajos, comenzando por la preparación de la madera y terminando por la erección de la casa, incluso la confección de muebles y otros objetos de madera.

La falta de una especialización detallada se veía también en la labor de los curtidores. Referencias a la existencia de talleres aparecen en la epopeya sólo por excepción.

Por ejemplo, se habla de las fraguas del dios Hefaisto, protector de los herreros, el que había forjado las armas para Aquiles. Como regla general, los artesanos iban de casa en casa y efectuaban los trabajos utilizando el material de los propios clientes.

En este aspecto aparecen alineados con los adivinos, médicos y aedos: «… ¿Cómo se te puede ocurrir que nadie vaya a llamar a su casa sin necesidad? Sólo se busca a los artistas cuando se los necesita, a los adivinos, a los médicos, a los hábiles carpinteros o a los divinos aedos que nos hacen felices con sus cantos» (Odisea, XVII, 382 y sig.).

Al confeccionar los objetos, lo normal es que el cliente aporte la materia prima y el artesano los instrumentos propios de su profesión. Por lo menos, en el relato de la Odisea acerca de la llegada de un orfebre a la casa de Néstor, se menciona que había traído consigo todas las herramientas de su oficio.

Algunos artesanos muy hábiles gozaban de gran notoriedad en la Grecia homérica. En la Ilíada, por ejemplo, se habla de un artesano beocio de nombre Tiquio. Cuando el gobernante de Salamina, Ayax, tuvo necesidad de un escudo lo encargó especialmente a ese célebre artesano.

En general, el trabajo de los artesanos en la Grecia homérica estaba valorizado por debajo del de los agricultores, y los artesanos mismos, que, en su mayoría, procedían del número de los tetes y de los metanastes, estaban ubicados en las gradas inferiores de la escala social.» [1]
[1] STRUVE V.V. Historia de la antigua Grecia Tomo I. Biblioteca de Historia Sarpe, Madrid 1986.

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Ediciones 2011-18-20-21

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