Luna y cultura es un resumen de lo que ha significado la luna para nuestros antepasados. Desde tiempos inmemoriales, una esfera luminosa ha dominado el cielo nocturno, un faro plateado que emerge mientras el sol se retira. La Luna, con sus fases cambiantes y su misteriosa presencia, ha sido testigo silencioso de la historia humana, un constante en el firmamento que ha capturado nuestra imaginación, despertado nuestra curiosidad y, sobre todo, moldeado profundamente nuestras culturas. Pero la Luna es mucho más que un simple cuerpo celeste; es un arquetipo universal, una fuente inagotable de simbolismo que resuena en lo más hondo de nuestra psique colectiva.
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A lo largo de la historia y a través de las civilizaciones más diversas, desde las antiguas Mesopotamia y Egipto hasta las culturas indígenas de América y las tradiciones asiáticas, la Luna ha tejido un rico tapiz de mitos, tradiciones y creencias. Ha sido venerada como deidad, utilizada para medir el tiempo, asociada con la fertilidad y la noche, y vista como una influencia tanto benévola como caprichosa en la vida terrenal.
En este post, nos embarcaremos en un viaje fascinante a través del tiempo y el espacio para explorar el multifacético significado que la humanidad ha atribuido a nuestro único satélite natural. Desentrañaremos cómo ha poblado nuestras leyendas con dioses y criaturas místicas, dictado el ritmo de nuestras celebraciones y rituales, y permanecido como un espejo de nuestros temores, esperanzas y nuestra profunda conexión con los ciclos de la naturaleza y el cosmos. Prepárate para mirar a la Luna con nuevos ojos, entendiendo su inmenso legado cultural.
El Astro Que Nos Vigila: La Luna Más Allá de la Ciencia

Desde la perspectiva de la astronomía moderna, la Luna es un satélite natural: un cuerpo rocoso que orbita la Tierra, cuyo tirón gravitacional ejerce una influencia predecible sobre las mareas de nuestros océanos y cuya luz visible es meramente un reflejo de la radiación solar. Sus fases son el resultado directo de cómo la vemos iluminada desde nuestra posición a medida que se mueve en su órbita. Estos son hechos científicos, medibles y comprensibles.
Sin embargo, para la inmensa mayoría de la historia humana, y en un nivel instintivo que aún persiste, la Luna ha sido, y es, mucho más. Antes de los telescopios y las ecuaciones orbitales, nuestros ancestros miraban hacia arriba y veían no solo un objeto físico, sino una presencia viva y misteriosa en el cielo nocturno. Era el astro que nos vigilaba en la oscuridad, un compañero constante cuya sola aparición transformaba el mundo.
La simple observación de sus ciclos —el crecimiento gradual de una delgada hoz a un disco completo y brillante, su posterior menguar hasta desaparecer por completo, solo para resurgir días después— era un espectáculo de profunda significación. Este patrón visible y recurrente se convirtió en el primer reloj celestial, un calendario natural que dictaba ritmos mucho antes de la invención de cualquier instrumento. Representaba el cambio, la impermanencia, pero también la promesa de renovación y regreso.
Esta relación directa y empírica con los ciclos lunares, combinada con el misterio de la noche y el contraste con la luz diurna del sol, convirtió a la Luna en una pizarra en blanco sobre la cual la humanidad proyectó sus miedos, esperanzas y su comprensión incipiente del cosmos y de sí mismos. No era solo un “qué” en el cielo, sino un “quién” o un “por qué”, un ente con poder e intención. Es a partir de esta percepción primigenia, que va mucho más allá de la mera física, donde nacen y se ramifican los innumerables mitos, tradiciones y creencias que exploraremos a continuación.
La Luna en los Mitos Fundacionales y las Deidades Lunares

Si la Luna fue el primer calendario celestial y un observador silencioso, no tardó en ser investida por la humanidad con atributos divinos y un papel protagónico en las narrativas que explican el cosmos: los mitos fundacionales. A lo largo y ancho del globo, diversas culturas tejieron complejas historias donde la Luna emergía no solo como un cuerpo inanimado, sino como una entidad poderosa, a menudo una deidad con personalidad, intenciones y un lugar crucial en el panteón. Lo fascinante es que esta deidad lunar podía manifestarse tanto en forma femenina como masculina, reflejando las variadas interpretaciones culturales de su energía.
En el mundo clásico, la Luna fue personificada por figuras femeninas icónicas. En la mitología griega, Selene era la titánide primordial que conducía su carro plateado a través del cielo nocturno, a menudo representada con una hoz lunar y velos. Más tarde, fue absorbida por la popular Artemisa, diosa virgen de la caza, los bosques, los animales salvajes y los partos, cuya conexión con la Luna (especialmente la menguante y la creciente) simbolizaba su dominio sobre los ciclos naturales y lo salvaje. Los romanos adoptaron esta asociación, con Luna y Diana desempeñando roles similares.
Pero la divinidad lunar no siempre fue femenina. En la antigua Mesopotamia, una de las cunas de la civilización, Nanna o Sin era un importante dios masculino de la Luna, venerado como el señor del tiempo y el calendario, la sabiduría y la iluminación. Se le consideraba el padre del dios sol Shamash y la diosa estrella Ishtar, invirtiendo a menudo el orden jerárquico que se ve en otras culturas. De manera similar, en el panteón egipcio, si bien había diosas como Isis con atributos lunares, figuras masculinas como Thoth, dios de la sabiduría, la escritura y la magia, y Khonsu, dios de la Luna, el tiempo y la sanación, estaban fuertemente ligados a los ciclos lunares y su influencia.
Las Américas precolombinas también albergaron poderosas deidades lunares. La diosa maya Ixchel era una figura compleja asociada con la Luna, la medicina, los textiles, el amor y la gestación, mostrando la conexión recurrente entre la Luna y la fertilidad/creatividad femenina. En contraste, la mitología mexica presenta a Coyolxauhqui, la hermana guerrera del dios sol Huitzilopochtli, quien fue desmembrada y cuya cabeza arrojada al cielo se convirtió en la Luna, perpetuamente persiguiendo a su hermano a través del firmamento, un mito de origen violento que explica el ciclo día-noche.
Otras culturas aportaron sus propias interpretaciones: Chang’e, la diosa china que reside en el palacio lunar junto a un conejo de jade; Hina, la heroína polinesia que a menudo se asocia con la Luna y los viajes; o Manni, el dios nórdico que conduce el carro lunar por el cielo, perseguido por un lobo.
A pesar de las diferencias culturales y de género, estas deidades comparten atributos comunes: están intrínsecamente ligadas a los ciclos (vida, muerte, renacimiento), la noche y sus misterios, la intuición, la emoción, la fertilidad y, a menudo, tienen una conexión con el inframundo o el reino espiritual. A través de estos mitos, la Luna se estableció como una fuerza cósmica fundamental, un ente divino cuya influencia se sentía en la tierra y en el alma humana, sentando las bases para las tradiciones y creencias que surgirían.
Rituales y Tradiciones: Marcando el Tiempo y la Vida con la Luna
La reverencia hacia las deidades lunares y la interpretación mítica de nuestro satélite no se quedaron solo en historias celestiales; se tradujeron directamente en la forma en que las sociedades humanas organizaban su vida práctica, sus ciclos agrícolas y sus celebraciones espirituales. La Luna, con sus ciclos predecibles y visibles, se convirtió en una herramienta indispensable para marcar el tiempo y, por ende, para dictar el ritmo de la existencia terrenal.
Uno de los usos más antiguos y fundamentales de la Luna fue en la creación de calendarios. Las fases lunares proporcionaban una forma fácil y universal de medir el paso del tiempo en unidades manejables (aproximadamente 29.5 días para un ciclo completo). Así nacieron los calendarios lunares y lunisolares (que combinan ciclos lunares con el año solar), cruciales para sociedades dependientes de la agricultura y las estaciones. La siembra, la cosecha, la migración de animales y la preparación para los cambios climáticos se regían por el ritmo lunar. Calendarios como el islámico (puramente lunar) o el hebreo y muchos calendarios asiáticos tradicionales (lunisolares) aún hoy determinan fechas clave religiosas y culturales, demostrando la perdurabilidad de esta conexión.
La agricultura, en particular, desarrolló una relación íntima con la Luna. La “jardinería lunar” o agricultura biodinámica basada en la Luna es una tradición milenaria que postula que las fases lunares influyen en el crecimiento de las plantas. Se creía (y en algunas comunidades aún se practica) que plantar semillas durante la luna creciente fomentaba un crecimiento vigoroso por encima del suelo, mientras que la luna menguante era mejor para cultivos de raíz o actividades como la poda y la cosecha. Esta creencia se basaba en la observación y la analogía, vinculando la creciente luz lunar con el crecimiento ascendente y la energía descendente de la menguante.
Más allá de la agricultura, los ciclos lunares marcaban el compás de innumerables festivales y ceremonias. El Año Nuevo Lunar, celebrado en diversas culturas de Asia (China, Corea, Vietnam, etc.), es quizás el ejemplo más prominente, basándose en la aparición de la primera luna nueva del año. Las lunas llenas, en particular, a menudo se consideraban momentos de alta energía espiritual, propicios para rituales de purificación, meditación, invocación o celebración.
En algunas tradiciones paganas y neopaganas, las lunas llenas (conocidas como Esbats) son momentos clave para reuniones y trabajos mágicos. La recolección de hierbas medicinales o mágicas a menudo se prescribía para ciertas fases lunares, creyendo que la potencia de las plantas estaba influenciada por la luz lunar.
Incluso actividades como la navegación se beneficiaron del ciclo lunar; los marineros utilizaban la posición de la Luna y la previsión de las mareas (directamente vinculadas a su gravedad) para planificar sus viajes. Las creencias sobre la influencia lunar también se extendían a momentos cruciales de la vida: en algunas culturas, se pensaba que la luna llena aumentaba los nacimientos, y ciertas fases se consideraban más auspiciosas para bodas u otros ritos de paso.
Estas tradiciones y rituales, que van desde la práctica agrícola hasta la celebración espiritual, demuestran cómo la Luna no era solo un objeto de contemplación mítica, sino una fuerza activa e integrada en la estructura misma de la vida diaria y cíclica de las comunidades humanas. Su ritmo se convirtió en el ritmo de la sociedad, un legado que persiste de diversas formas hasta el día de hoy.
Creencias Populares y Folclore: Entre la Influencia y la Superstición
Más allá de los mitos fundacionales y los rituales calendarizados, la Luna se filtró en el tejido mismo de la vida cotidiana a través de una vasta red de creencias populares y folclore. Estas no siempre formaban parte de una estructura religiosa formal, sino que eran saberes transmitidos de generación en generación, a menudo teñidos de superstición, pero que reflejaban la persistente convicción de que la Luna ejercía una influencia directa, y a veces caprichosa, sobre el mundo terrenal y sus habitantes.
Quizás la creencia folclórica más potente y extendida es la conexión entre la luna llena y el comportamiento errático o salvaje. La idea de la “locura lunar” dio origen a términos como “lunático” y alimentó la leyenda de la licantropía, donde la luna llena es el catalizador para la transformación de humanos en hombres lobo.
Esta asociación refleja el antiguo temor a la noche, la oscuridad y la percepción de que la intensa luz de la luna llena poseía una energía perturbadora capaz de alterar la mente y el cuerpo. Aunque la ciencia moderna ha refutado consistentemente la conexión entre las fases lunares y el comportamiento humano (como tasas de criminalidad, admisiones psiquiátricas o incidentes en salas de emergencia), la creencia persiste tenazmente en el imaginario popular y el folclore.
La Luna también ha sido vista como un importante presagio. La apariencia de la Luna en el cielo se interpretaba como una señal de lo que estaba por venir. Un halo alrededor de la Luna a menudo se consideraba una señal de lluvia o tormenta inminente. Una luna rojiza podía ser vista como un augurio de guerra, enfermedad o desgracia. El simple hecho de ver la luna nueva “sobre el hombro izquierdo” se consideraba mala suerte en algunas culturas. Estas interpretaciones convertían a la Luna en un oráculo cósmico, cuyo aspecto debía ser vigilado e interpretado cuidadosamente.
Otras creencias populares dictaban acciones cotidianas: cortar el pelo o las uñas durante la luna creciente para fomentar su crecimiento; evitar ciertas tareas durante la luna llena o nueva; o la creencia, aún viva en algunos lugares, de que dormir directamente bajo la luz de la luna llena podía ser perjudicial para la salud o la cordura. La influencia lunar se extendía a la salud, la jardinería (más allá de los rituales formales, como simple “sabiduría” popular) e incluso a la pesca, donde ciertas fases se consideraban mejores para capturas abundantes.
Finalmente, el folclore más simple dio forma a las marcas visibles en la superficie lunar. El “Hombre en la Luna” o el “Conejo en la Luna” son ejemplos universales de cómo las culturas proyectaron figuras familiares en los patrones de cráteres y mares lunares, creando cuentos sencillos que poblaron el paisaje celestial con personajes reconocibles.
Estas creencias, que a menudo se sitúan en la difusa línea entre la sabiduría popular y la superstición, subrayan cuán profundamente arraigada estaba la Luna en la comprensión del mundo por parte de la gente común. Era una fuerza omnipresente, misteriosa y potente, cuya influencia, real o percibida, marcaba el ritmo de la vida, advertía de peligros y se manifestaba en los detalles más mundanos del día a día.
La Luna Como Símbolo Arquetípico: Ciclos, Transformación y lo Femenino

Más allá de su papel en los mitos como deidad o en las tradiciones como marcador del tiempo, la Luna resplandece en la psique humana como un símbolo arquetípico de profunda resonancia. Sus características físicas —sus ciclos, su luz reflejada, su conexión con la noche— se han convertido en potentes metáforas que encapsulan aspectos fundamentales de la existencia, la naturaleza y la experiencia humana.
El simbolismo más evidente y universal de la Luna es el del ciclo. Sus fases perpetuas —de luna nueva invisible a creciente, llena luminosa, menguante y de regreso a la oscuridad— son un reflejo perfecto del ciclo de la vida: nacimiento (luna nueva/creciente), plenitud (luna llena), declive (luna menguante) y muerte o descanso (luna oscura), seguido inevitablemente por el renacimiento. Esta danza cósmica en el cielo ha servido como un recordatorio constante de la naturaleza cíclica del tiempo, las estaciones, las cosechas e incluso la propia existencia humana. Es un símbolo de la impermanencia, pero también de la renovación y la esperanza en el retorno.
Estrechamente ligada a la noción de ciclo está la poderosa asociación de la Luna con lo femenino. Esta conexión es casi universal y se manifiesta en innumerables diosas lunares y en la identificación de la energía lunar con cualidades femeninas: la intuición, la emoción, el subconsciente, el misterio, la receptividad y la creatividad. El paralelo más directo y significativo es el ciclo menstrual femenino, cuya duración promedio se alinea notablemente con el ciclo lunar (aproximadamente 29.5 días), forjando un vínculo ancestral entre el cuerpo de la mujer, la fertilidad y el ritmo cósmico de la Luna. Esta asociación lunar-femenina simboliza la capacidad de nutrir, la sabiduría interior y la conexión con los ritmos profundos de la vida.
Además de los ciclos y lo femenino, la Luna simboliza la transformación y el cambio. Sus fases son un testimonio constante de la mutabilidad; está siempre en movimiento, siempre cambiando de forma y visibilidad. Este simbolismo se aplica a las transiciones en la vida, el crecimiento personal, la evolución espiritual y la naturaleza siempre cambiante de la realidad. La luna oscura, por ejemplo, a menudo simboliza un tiempo de introspección, descanso o potencial latente, mientras que la luna llena puede representar la manifestación completa, la iluminación o un pico de energía.
Si bien la asociación con lo femenino es predominante, es importante recordar que, como vimos en la mitología, la Luna también ha sido simbolizada como masculina en algunas culturas, lo que añade una capa de complejidad y demuestra que el simbolismo lunar, aunque con temas recurrentes, no es monolítico a nivel global.
En esencia, la Luna como símbolo arquetípico encapsula la naturaleza cíclica de la existencia, la poderosa energía de lo femenino, la inevitabilidad del cambio y la transformación, y la profunda conexión entre los ritmos cósmicos y los ritmos de la vida terrenal. Estas capas de significado simbólico son el fundamento que ha permitido a la Luna impregnar tan profundamente los mitos, las tradiciones y las creencias humanas a lo largo de la historia.
La Luna en el Arte y la Literatura

La profunda resonancia cultural y el rico simbolismo de la Luna han encontrado un fértil terreno en las expresiones artísticas y literarias a lo largo de los siglos. Sirviendo como musa, telón de fondo y potente metáfora, la Luna ha iluminado incontables obras, reflejando y perpetuando su significado en la conciencia humana.
En la pintura, la Luna a menudo transforma el paisaje, añadiendo drama, misterio o una serenidad etérea, como se ve en las obras del Romanticismo o el Surrealismo. Los artistas la han utilizado tanto de forma realista como simbólica, pintándola como un ojo cósmico, un ciclo de vida o un simple foco de luz en la oscuridad.
La poesía y la música están repletas de referencias lunares. La Luna evoca la melancolía, el romance, la soledad, el misterio y la conexión espiritual. Sus fases y su luz han sido utilizadas para establecer atmósferas y como metáforas de emociones humanas y cambios en la vida. Canciones y poemas a través de géneros y épocas cantan a su belleza, su poder y su enigmática distancia.
En la literatura, la Luna puede ser un simple elemento del escenario nocturno, pero a menudo adquiere roles más significativos: es el catalizador en historias de transformación (como los hombres lobo), un símbolo del estado emocional de un personaje, un presagio de eventos, o un espejo que refleja temas de locura, sueño o el inconsciente. Desde los dramas de Shakespeare hasta la fantasía moderna, la Luna añade capas de significado y atmósfera.
En todas estas formas de arte, la Luna no es solo un cuerpo celeste, sino un símbolo cargado de historia, mito y emoción, demostrando su perdurable capacidad para inspirar y comunicar los aspectos más profundos de la experiencia humana.
Preguntas Frecuentes Sobre la Luna y la Cultura
Después de explorar el vasto impacto cultural de la Luna, es natural que surjan algunas preguntas comunes. Aquí respondemos algunas de ellas, basadas en los temas tratados:
¿Por qué la Luna se asocia a menudo con lo femenino en tantas culturas?
La asociación se basa principalmente en la correspondencia entre el ciclo lunar (aproximadamente 29.5 días) y el ciclo menstrual femenino promedio, así como en la naturaleza cíclica de la Luna que se relaciona con la fertilidad, la intuición, las emociones y la noche, cualidades a menudo vinculadas simbólicamente a lo femenino. Muchas culturas desarrollaron mitos con poderosas diosas lunares.
¿La Luna realmente afecta el comportamiento humano o las mareas?
La Luna tiene una influencia gravitacional real y medible sobre las mareas oceánicas. Sin embargo, la creencia popular de que la Luna (especialmente la luna llena) afecta directamente el comportamiento humano (aumentando la locura, crímenes, etc.) no está respaldada por evidencia científica sólida, aunque es una creencia folclórica muy arraigada (“lunacy”).
¿Existen culturas donde la Luna sea una deidad masculina?
Sí, aunque la asociación femenina es más prevalente globalmente, en algunas culturas importantes la Luna es masculina. Ejemplos notables incluyen a Sin en la mitología mesopotámica, Thoth y Khonsu en el panteón egipcio, y Manni en la mitología nórdica.
¿Cómo influyó la Luna en los primeros sistemas de calendario?
Los ciclos visibles y predecibles de la Luna (las fases) la convirtieron en una herramienta natural y fácilmente observable para medir el tiempo en unidades regulares (el mes lunar). Los calendarios lunares y lunisolares fueron esenciales históricamente para la agricultura, la navegación y la organización de festividades religiosas y sociales.
¿Qué papel juega la Luna en la astrología occidental?
En la astrología, la Luna es considerada un “planeta” clave que representa las emociones, el subconsciente, el instinto, la madre y el hogar. Su posición en el zodiaco y sus aspectos con otros planetas se interpretan como influencias importantes en la personalidad emocional de un individuo y en su reacción a los eventos de la vida.
¿Hay mitos o tradiciones lunares importantes en las culturas indígenas americanas?
Absolutamente. La Luna tiene gran importancia en muchas culturas indígenas de América del Norte y del Sur. Se manifiesta en mitos de creación, figuras de animales asociadas con la Luna (como el conejo), deidades (como Ixchel maya o Coyolxauhqui azteca) y rituales relacionados con los ciclos naturales, la cosecha y la espiritualidad.
Texto anterior: Luna y Cultura
Para los seres humanos, de los cuerpos celestes visibles sin necesidad de telescopios, es la luna la que se nos parece ser la más cambiante. En los primeros tiempos la llegada de la luna nueva era saludada con gran alegría, por considerar que la luna renacía de entre los muertos; la luna llena, a su vez, era motivo de celebración y merma de la ansiedad, mientras que el eclipse de luna generaba temor.
En religión y mitología la luna tiene una variedad de roles. Es personificada por una divinidad masculina o femenina o, como el sol,ser considerado un objeto que ha sido lanzado al cielo por algún ente sobrenatural. Puede ser conjeturada como bienintencionada o malintencionada, mujer u hombre, perseguido o perseguidor, una divinidad de la destrucción o del nacimiento y el crecimiento.
Desde los albores de la civilización se asoció a la luna con la menstruación en las mujeres, dando lugar a que se reconociera la luna como guardiana del ciclo femenino y el nacimiento. En relación con la lluvia, el rocío y las mareas, la luna puede promover el crecimiento de la vegetación o traer funestas inundaciones.
De otro lado, la luna ha servido para medir el tiempo desde las sociedades de cazadores. En los climas tropicales, donde el inclemente sol se manifiesta en todo su esplendor, la luna se considera benéfica, sobre todo por los nómadas y conductores de caravanas.
Como un dios masculino, la luna aparece como el toro fuerte del cielo que cuida de sus vacas, las estrellas, o como la divinidad sacrificada, el hijo o amante de la diosa madre. En su rol divino, la luna trae medicina y alivio, facilita el parto, contribuye a la putrefacción de los cadáveres y recibe a los muertos.
Las fases de la luna, dieron pie a que se pensara que la luna moría y renacía, convirtiendose en parte de los rituales funerarios y de resurrección. El posterior descubrimiento de que la luna es el cuerpo celeste más cercano a la tierra, dio lugar a que se pensara que la luna era la morada de las almas, como una estación a la inmortalidad. Pero eso no fue todo.
El imaginario cultural asoció las fases de la luna con el ciclo de fertilidad de las mujeres y, por tanto, se establece un nexo con la luna como triple divinidad, que preside no solo el nacimiento y la muerte sino tambien con la iniciación.
La luna se convirtió en parte de la triada compuesta por Hekate, la diosa del inframundo y, Artemisa, la diosa cazadora cuyos perros eran las estrellas. a veces incluso la diosa Isis se sumaba a la agrupación. En este sentido las cualidades de la luna eran la fertilidad, la humedad, el cambio, la oscuridad y la magia.
En la china antigua, donde todo el universo se repartía entre dos tipos de energía, la luna se consideraba Ying (contrario al sol, que era Yang).
Las gentes tendían a creer que la luna creciente era una suerte de presagio, mientras que el menguante era algo peligroso.
La oscuridad de la luna era el momento para la recogida de hierbas para ser usadas en hechizos y maldiciones. La luna nueva o llena era en cambio el instante preciso para hacer magia blanca. Como araña, hilandera o tejedora, la luna se asemeja a las tres parcas que giran y tejen el destino del hombre.
La luna está a menudo vinculada con el sol, bien sea como padre, hijo, esposa, hermana o hija. A veces, dependiendo de la cultura, la luna y el sol son gemelos, siendo la luna la más débil y por tanto la encargada del inframundo mientras que el sol cabalga en lo alto.
Frecuentemente ambos son considerados como los barcos que cabalgan a través del éter como en el océano. A menudo, el sol viaja en un carro tirado por cuatro caballos blancos. La luna es tirada por dos caballos blancos, o por un toro, un ciervo, o un gallo.
El animal de la luna es generalmente el toro, por aquello de la media luna que evoca los cuernos, o la liebre, por su fertilidad; el oso, del mismo modo se asocia con la luna, al despertar de su hibernación, siendo como el ciclo muerte-resurrección, así como cambien se asocia a la luna con el caracol y la rana, puesto que se retira vuelve a aparecer o por ser una criatura acuática.
Leer también: mesolítico y neolítico religión; religión minoica; luna en la astrología occidental; Ejemplos de la cultura china; Super Luna de nieve o luna del hambre, qué es, definición, concepto, significado
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