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La mujer en America nos cuenta la situación de género en hispanoamerica en tiempos del descubrimiento de America.
La mujer en América, texto de Victoria Sau, Escritora Española[1]
“Sin la mujer, tanto española como india, la conquista española no hubiera podido ser sino una aventura bélica y comercial, que hubiera cristalizado en meras factorías a la manera de las fenicias, pero nunca en aquella pléyade de naciones…” (1)
La autora de la cita se asombra en su libro, una y otra vez, candorosamente, -¡mujer al final!- de que no uno sino todos los cronistas de Indias, desde Bernal Díaz del Castillo, Garcilaso de la Vega y Fuentes y Guzmán, hasta López de Gomara y Fernández de Oviedo, se olvidan misteriosamente de mencionar a la mujer en su relato de la empresa americana.
Acontecimientos casi insignificantes, que a la preocupación del hombre moderno parecen desprovistos de todo interés, son narrados con escrupulosa nimiedad.
Acciones contra los indios de muy escasa trascendencia, con todas sus idas y venidas, anécdotas curiosas y detalles pintorescos, ocupan largas páginas de los historiadores. Los movimientos más insignificantes de los conquistadores, sus rencillas y rivalidades, son tratadas con desmesurada extensión (…).
Pero se echa de menos ese cúmulo de temas ajenos a la actividad bélica (y masculina) sobre todo en lo que concierne a la vida social y familiar, al desarrollo de las instituciones, al desenvolvimiento económico, etc. (2)
Pero si los cronistas no mencionan a la mujer española más que para destacar una figura muy principal, casi siempre por su linaje y a las demás sólo casualmente cuando representan un suceso harto original o se hallan incluidas por casualidad en un hecho del que no son el núcleo, qué no sucederá con las de la tierra, con las propias indias. Carne de placer, de reproducción y de trabajo como las españolas, pero en una posición muy inferior debido a su situación de pueblo conquistado.
“…AVÍA MUCHA FALTA DE TALES MUGERES DE CASTILLA” (3)
Con ser las mujeres una mercancía preciosa para los conquistadores, no trascienden a pesar de todo dicho concepto, y son a menudo mencionadas después de la larga lista de objetos y herramientas con que se equipan unos bergantines, o a continuación del número de caballos con que se inicia una expedición.
Es imposible, pues, determinar en qué momento llegan Ias primeras mujeres españolas a Indias.
Parece ser que no se embarcó ninguna en el primer viaje de Colón, pero pudiera ser que sí lo hicieran en el segundo, según algunos autores deducen de la Historia del Almirante Cristóbal Colón escrita por su hijo Fernando.
Pero de lo que no cabe duda es de que las autóctonas, las del Nuevo Mundo, esas ya estaban ahí antes del 12 de octubre de 1492; porque de lo que se trata es de que las mujeres, blancas, negras o indias, están presentes ahí, y ejerciendo su rol, desde el primer momento.
Hasta 1502 no hay certeza de la llegada de españolas a Indias, las cuales fueron con el Comendador Ovando. No se conoce su número ni sus nombres, pero sí que formaban parte de “familias principales“. Sin pretender quitarles valor no a éstas sino a todas las mujeres que cruzaron el Atlántico durante un siglo, con sólo un 50% de probabilidades de llegar, y si llegando, expuestas a rudezas y esfuerzos sin cuento, es de suponer que antes que las que eran miembros de “familias principales” lo harían las más humildes, necesitadas, perseguidas y aventureras. Pero sobre ellas pesa el silencio; la Historia está escrita por Hombres.
El Catálogo de Pasajeros a Indias, (4) por otra parte, además de empezar a confeccionarse en 1509, aporta apenas datos, salvo el nombre y la procedencia, acerca de las mujeres. Como detalle curioso puedo decir que en el susodicho año de 1509 la lista es de 27 pasajeros, de los cuales sólo uno es mujer (Ana Rodríguez, negra cristiana, hija de Pedro Mateos y de Catalina Rodríguez) la cual figura con el número 21.
Pero leyendo detenidamente se encuentran tres mujeres más, dos que viajan en calidad de esposas y una tercera, de hija, lo cual eleva el número total a 4.
No hay un número por persona sino por cabeza de grupo; algunos hombres viajan con chicos, con escuderos y criados o con varones de su parentela.
También, por supuesto, con esposas e hijas. En el año 1510, de 108 pasajeros sólo cuatro son mujeres, pero otras tres viajan como esposas, dos como hijas y una como criada. En 1511, de 295 pasajeros 16 tienen número ellas mismas, pero otras 16 viajan como esposas, 6 como hijas, 3 como hermanas y una como criada, lo cual hace que sumen en total 42. Y así en los años siguientes, sólo que cada vez hombres y mujeres en número más crecido.
“LLEVO VEINTE INDIOS QUE TOMO DE YTARA Y POTANO…” (5)
Si alguna duda pudiéramos tener acerca del papel que han jugado -y juegan- Ias mujeres en la historia del hombre, no hay sino que hacer un análisis de hechos tan relativamente recientes como son el descubrimiento, conquista y colonización de América.
Las mujeres son tratadas en términos de ganado, y de hecho se las reseña a menudo entre las propiedades del hombre, después de aquél. Si sus virtudes son ponderadas a veces, esto es en la medida en que las mujeres proporcionan beneficios, solucionan, curan, salvan, alivian, colaboran, y hasta sustituyen al hombre con plena eficacia.
De alguna manera, pues, en tanto que sirven a sus fines. Y siempre dentro de un plano individual, porque genéricamente hablando las mujeres en América son robadas, secuestradas, regaladas, trasegadas, apareadas, casadas, descasadas, intercambiadas, fecundadas, violadas, distribuidas, adjudicadas, repartidas, torturadas y explotadas, como es obvio, sin su consentimiento. Tendríamos que visitar muchísimos pueblos primitivos para poder reunir la gran cantidad de formas de extorsión que hallamos de una sola vez por todas en las Indias, y ciñéndonos sólo a la primera mitad del siglo XVI.
En una ocasión en que corrió la voz de que Hernán Cortés y los hombres que lo acompañaban habían muerto, “el factor mandó que todas las mujeres que se habían muertos sus maridos en compañía de Cortés, hiciesen bien por sus ánimas y se casasen…”( 6).
Como la esposa de uno de ellos, Juana de Mansilla, no se quisiera casar porque tenía confianza en Dios y creía que su marido, Cortés y los demás estaban vivos, el factor “y porque dijo estas palabras la mandó azotar por las calles públicas de México por hechicera”. (7).
Cuando Cortés regresó, efectivamente, Ia volvió en su honra de la afrenta. Sobran comentarios.
Veamos cómo se expresa don Pedro de AIvarado, Adelantado y Gobernador de Guatemala, al referirse a un lote de mujeres cuya llegada anuncia y que vienen con su segunda esposa. Segunda no por viudez, sino porque la primera esposa de don Álvaro fue una india de sangre real, una de las que le tocaron en el reparto de las que habían sido dadas a Cortés por los mexicanos, no habiendo sido dicho matrimonio legitimado. Escribe Alvarado al cabildo de Guatemala:
…Doña Beatriz (su esposa) está muy buena, trae veinte doncellas, muy gentiles mujeres, hijas de caballeros y de muy buenos linajes. Bien creo que es mercadería que no me quedará en la tienda nada, pagándomelo bien, que de otra manera excusado es hablar de ello..(8).
En una de las fiestas en casa de Alvarado que se dieron por aquellos días, las doncellas, escondidas tras unas puertas por la honestidad, miraban a los que pronto serían sus maridos y una de ellas dijo:
Doylos al diablo, ¡parece que escaparan del infierno según están de estropeados: unos cojos y otros mancos, otros sin orejas, otros con un ojo, otros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una o dos veces!
A lo que contestó otra:
No hemos de casar con ellos por su gentileza sino por heredar los indios que tienen, que según están viejos y cansados se han de morir pronto, y entonces podremos escoger el mozo que quisiéramos en lugar del viejo… (9)
Pero tampoco las viudas lo tenían tan fácil como hemos visto por la afrenta a doña Juana de Mansilla, y podremos seguir viendo.
…PORQUE LOS CASADOS EN INDIAS SON LOS QUE PERPETUÁN LAS INDIAS (10)
El Comendador Ovando dispuso desde el principio que se casaran no sólo los indios entre sí, según lo manda la Santa Madre Iglesia, sino algunos cristianos con indias y algunas cristianas con indios. Las españolas eran inferiores en número, y aunque los indios las deseaban, los conquistadores tenían prioridad. Así las mujeres son tratadas en términos de ganado, y de hecho se las reseña a menudo entre las propiedades del hombre, después de aquél. Todos los casos que se encuentran de blancas cristianas unidas a indios, es por razón de robo o secuestro. Los conquistadores en cambio casaban a veces con indias, pero las abandonaban cuando tenían la oportunidad de hacerlo legalmente con una española.
Al principio de la conquista la Corona española prohibió el traslado de las solteras a las Indias, pero la prohibición no debió de ser cumplida como se desprende de la Real Cédula de 1514 en la que se daba entera libertad a españoles y españolas de casarse con quien quisieran. Dicha Cédula fue confirmada por Felipe II en 1575.
Los hombres de la península que embarcaban hacia las Indias con su mujer, o que una vez allí la mandaban llamar, tenían muchos gajes: mejores cargos, mayor repartimiento de indios y distribución de tierras, etc. La insistencia de los Reyes era machacona y manifiesta, y aunque también se alude a veces a la moral y las buenas costumbres, el motivo era económico y político:
…Además de la ofensa que se hacía a Dios nuestro Señor, se seguía gran inconveniente a la población de aquellas tierras, porque no viviendo los tales de asiento en ellas no se perpetuaban, ni atendían a edificar, plantar, criar ni sembrar, ni hacer otras cosas que los buenos pobladores suelen hacer, por lo cual los pueblos no van en el aumento que conviene, como sería si vivieren poblados con mujeres e hijos como verdaderos vecinos…
El matrimonio se convirtió así en una razón de Estado, y no sólo el de las solteras sino también el de las viudas. Porque en Indias, si el marido moría, la mujer heredaba su repartimiento de indios y tierras, y a la Corona le interesaba que dicho lote no fuera a parar por un segundo matrimonio a manos de hombres menos dignos de confianza y poco serviciales a la Corona. La pureza de la sangre, el demostrar que se era castellano viejo, y la seguridad de que no se era hijo ni nieto de persona sancionada por la Santa Inquisición, eran las máximas garantías. Escribe el Inca Garcilaso:
…Es de saber que como en las guerras pasadas hubiesen muerto muchos vecinos que tenían indios, y sus mujeres los heredasen, porque ellos no casasen con personas que no hubieren servido a Su Majestad, trataron los gobernadores de casarlas de su mano, y así lo hicieron en todo el Perú.
Paridora oficial, vehículo de transmisión de la propiedad, perpetuadora de los usos y costumbres del Viejo Mundo, ¡y todo por cuenta de otros, de ellos!
¿Y las indias? Manipuladas también, pero de otra manera. En 1545 escribía al Rey el capellán González Paniagua:
Acá tienen algunos a setentas (mujeres); sino es algún pobre, no hay quien baje de cinco o seis; la mayor parte de quince y veinte, de treinta y cuarenta. (11).
…PORQUE ENSEÑARAN A LOS NUESTROS SU LENGUA… TRAJO COLON SIETE INDIAS A ESPAÑA (12)
La mayor preocupación, de Colón primero, de todo conquistador después, fue la de la lengua, el vehículo de comunicación y entendimiento.
Las mujeres de la tierra, las indias, además de concubinas y sirvientas hicieron un gran papel en esto. Se llamaban “ladinas“, por corrupción de “latinas“, las que aprendían el castellano y podían hacer de intérpretes. Giménez Caballero Cita unas pocas:
Hojeda tuvo de intérprete, guía y esposa a “Isabel”. Alvarado. “una india moza”… (13)
En Cartagena, en Venezuela, en Jamaica, en todo el continente. Pero cuando siglos más tarde se habla de Hispanidad nadie las coloca en el lugar que les corresponde. La traición viene de lejos, porque ya Hernán Cortés, al escribir al Rey de España, no le mencionaba a la Malinche, su amante, a la que había escogido antes que por su belleza por ser Buena Lengua.
En Cartagena de Indias la india Isabel Corral no se rindió de amor al hombre que había de utilizarla, como la Malinche con Cortés. El gobernador Pedro de Heredia informó de ella:
Si saben que la conquista y pacificación de esta tierra no se ha de hacer sin la dicha Isabel Corral, a causa de ser lengua de Hurava, y no haber otra… ( 14)
Mujeres, cualquiera que sea el color de vuestra piel, ¿dónde está vuestra gloria?
POR LA HONESTIDAD DE LA CIUDAD Y MUJERES CASADAS.
Puerto Rico, 1526. El Rey, Concejo, Justicia, Regidores… Hay necesidad de que se haga una casa de mujeres públicas. Y se hace. Las busconas también hacen Hispanidad.
Evitando personalismos no hemos querido hablar de la mujer. Las parejas de los famosos -sólo un recuerdo a la primera esposa de Cortés, la Marcaida, a la que él asesinó una noche-, sino de las mujeres, las indias, las negras, las españolas, en grupo, en conjunto, en sexo. Las que empuñaron la lanza y la rodela, las que sembraron el primer trigo de América, las ladinas, las prostitutas, las amantes, las aventureras, las brujas, las esclavas, las parturientas, las madres, las torturadas, las asesinadas, las suicidadas (como aquéllas que tomaron solimán en venganza de la afrenta que Diego de Carvajal les había hecho). Anónimas la mayoría, como aquélla que el propio cronista Fernández de Oviedo dice que mandó azotar y sacar los dientes porque acusó su marido falsamente. O como aquella Elvira hija de Aguirre, asesinada en algún recodo, ¡ay! del Amazonas, de la que sólo sabemos el nombre y que era mestiza. Y la mujer del Henríquez, que metieron los indios tierra adentro y que nunca más apareció. Y las que cita Cieza de León cuando dice: …y tomaron dos o tres mujeres vivas y les hicieron mucho mal. Y las que menciona Jaime Rasqui al escribir al Rey, que tengo por cierto que hay más de mil doncellas para casar. Y las criadas: Diego Núñez de Irala y Antonio de Irala y doña Ginebra Núñez de Irala, mis hijos y de María, mi criada; y doña Marina de Irala, hija de Juana. mi criada; y doña Isabel de Irala, hija de Agueda, mi criada; doña Ursula de Irala, hija de Leonor, mi criada; y Martín Pérez de Irala, hijo de Escolástica, mi criada; y Ana de Irala hija de Marina, mi criada; y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villaspando.(15)
NOTAS
(1) Nancy O’SuIlivan Beare: Las mujeres de los conquistadoras. Cía. Bibliográfica española, Pág. 58.
(2) Id. pp. 23-24.
(3) Fernández de Oviedo citado por N. O’SuIlivan p.41.
(4) Catálogo de Pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, Vol. 1 (1509-1534) Sevilla.
(5) Según la Relación del Fidalgo de Elvas, citado por N. O’SuIlivan op. cit. 291.
(6 y 7) Según Bernal Díaz del Castillo, citado por N O’SuIlivan, op. Cit. 67-68.
(8) Fuentes y Guzmán: Recordación Florida I Historia de Guatemala, Madrid 1882, tomo I p.108.
(9) Garcilaso de la Vega: Comentarios Reales, tibroll, cap.l, pp.113-114.
(10)Según Enrique de Gandía, citado por N O’SuIlivan op. cit. p. 252.
(11) Citado por Fco. Morales Padrón en Los con quistadores de América, Austral, p. 129.
(12) Cita de Giménez Caballero: Las mujeres de América, Ed. Nacional, pág. 69.
(13) Idem. pág. 69.
(14) Citado por N. O’SuIlivan, op. cit. pág. 216.(15) Del Testamento de Irala citado por N. O’Sullivan op.cit.256.
[1] Aquelarre. Revista semestral del Centro Cultural de la Universidad del Tolima. Año 2003 Volumen 2 No 3.
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