El tema de este post es la infancia de Karl Popper, ese periodo al que muy pocas personas prestan atención pero que al menos personalmente me parece vital para entender la estructura de pensamiento ulterior de los grandes tipos. La disertación como tal de la infancia de Karl Popper, corresponde a un fragmento de un artículo titulado “Aproximación sin fin a Karl Popper” escrito por el ilustre profesor asociado de la Universidad del Tolima, José Efraín Herrera, publicado en la revista Aquelarre No2 del 2002 y que reproducimos aquí, con el visto bueno de su autor y con fines netamente académicos, dentro de nuestro homenaje a la obra de Karl Popper, coincidiendo con un aniversario más de su muerte ocurrida el 17 de septiembre de 1994:
“Nace en Viena en 1902. Sus primeras referencias tienen que ver con una anécdota banal que termina en un hecho crucial para su pensamiento. Su “maestro” de ebanistería parece conocer todas las respuestas a preguntas sin importancia; pero, como Popper las desconoce, reconoce su profunda ignorancia sobre las mismas y asume el aforismo socrático de que “sólo sé que nada sé”. Válido o no el recuerdo, el amor por Sócrates y por su actitud moral, que lo lleva a aceptar morir por unos principios considerados sagrados, serán un presupuesto en la actitud moral y científica del filósofo.
La infancia de Popper transcurre en el seno de un hogar protestante de origen judío, cuya cabeza es un hombre de profesión abogado, de tradición familiar en el ejercicio del derecho, con tendencias políticas liberales, quien en muy pocas ocasiones interviene en las tendencias de su hijo, excepto quizá, en discusiones de muy alto nivel y, por una madre, cuya formación musical será heredada por el hijo.
Sobre su relación afectiva con estos dos seres, lo mismo que con la que será su esposa, no tenemos datos suficientes. La relación con su esposa es por demás curiosa.
Sólo la menciona porque en alguna ocasión sus intereses intelectuales chocan con su interés en paseos y práctica de esquí y porque aprende mecanografía para ayudarle en la transcripción de trabajos.
Razón tiene su biógrafo al plantear que esta relación no fue muy feliz.(Raphael, 2000) Pregunta ¿No hay algún tormentoso affaire amoroso en la vida de este santo varón? Pero, limitémonos a lo que él se digna mencionarnos.
El muchacho, durante su infancia se mueve en un ambiente cultural lleno de libros, música, discusiones eruditas e influencias familiares de alto nivel cultural.
No parece que en su infancia sufriera por carencias materiales de importancia.
No se puede esperar en Popper un espíritu sensiblero con los recuerdos infantiles, pero, ¿tuvo Popper hermanos?, ¿jugaba a algo?, ¿en qué soñaba?, ¿tuvo novias?, ¿qué tipo de enfermedades sufrió?
Sabemos que lo operaron de los ojos, pero, ¿cómo no con esa manera de leer?, lo acosaron de algún modo? Esto que por él no sería aceptado, pues se parece mucho a una disquisición pseudocientífica del psicoanálisis, podría darnos luces sobre el hombre Karl, que nos permitirían tener una relación de empatía con el epistemólogo Popper.
Pero esa información, para nuestra desgracia nos está vedada. Tenemos que conformarnos con la imagen de un niño que, aparentemente no tuvo infancia, o que si la tuvo, la sobrellevó jugando con ideas filosóficas, con notas musicales y con gentes que en muy raras ocasiones se movieron junto a él como personas.
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Parecería que al niño lo acompañaran los espectros del que con el tiempo sería su mundo. Afortunadamente hacían paseos.
Algo que sí menciona y subraya, es la tremenda impresión que le produce la pobreza en que se encuentran algunos sectores sociales de su entorno. Pero su preocupación no está orientada hacia la comprensión de los porqués de esta situación, sino a las posibles formas de ayudar a sus congéneres. La solución es la caridad y el apostolado. Ya parece ser que en su actuar, no es el sentimentalismo el que lo orienta, muy normal en la infancia de un niño normal, sino, esa fórmula genial de detectar problemas y plantear soluciones. Claro que el método de ensayo y error todavía no se nos manifiesta pues sería mucho pedir. Es así como nuestro epistemologuito, a la tierna edad de diez años, considera que el problema más importante de la vida es cómo acabar con la pobreza sin meterse con el sistema que la produce.
A los doce años estalla la primera guerra mundial y el mundo tranquilo de Popper se desmorona junto con el de toda Europa. En un comienzo, Popper, considera que participar en esta guerra es algo justo, puesto que entiende, que es ético defenderse cuando se es atacado; pero, muy pronto, descubre que estaba equivocado; los agresores no son los enemigos sino los amigos. Se declara pacifista. Las únicas guerras aceptables son aquellas que responden a agresiones extranjeras y, como consecuencia de lecturas posteriores, que lo informan de la declaración de autoridades religiosas que aprueban el regicidio como respuesta última a los intentos de configurar dictaduras y totalitarismos, que pondrían en peligro la democracia, aprueba la insurgencia e incluso la guerra total contra las dictaduras y los totalitarismos La libertad, la democracia que la fomenta y la fortalece y la tolerancia que la permite, se serán los principios éticos que orientarán la vida de nuestro personaje
Inquieta sobremanera que un individuo de las calidades intelectuales de Popper no se preocupe de forma más profunda por las posibles explicaciones de la guerra, por sus múltiples manifestaciones, por la diversidad de formas como ésta es vivida y sufrida por los hombres dada su diferente posición social. Parece como si todos fueran igualmente afectados, pues como ahora dicen, “las guerras las perdemos todos”.
Pero, sabido es, que la guerra enriqueció sectores sociales y llevó a la crisis a países enteros, que lo que estaba en juego no era tan sólo la democracia, sino los mercados que estaban monopolizados por las potencias imperialistas y a los cuales no podían acceder los industriales y banqueros alemanes, rusos y de otras pelambres.
Claro, este mundo de la mísera vida política de los pueblos, que trastorna presentes y futuros, no puede ser objeto de atención para un epistemólogo que considera tal actividad como simple especulación profética de historicistas”.
Ver: Adolescencia de Karl Popper, Método científico
Ediciones 2010-18