Predecir los terremotos, no como acto de videncia sino empleando la más moderna tecnología, debería ser posible. Lo que los hace tan devastadores es su accionar imprevisto, cuando pocos están o estamos preparados.
El 6 de febrero 2013 tembló muy fuerte en las Islas Salomón (magnitud 8.0); el 9 del mes hubo un terremoto de magnitud 7 en Colombia. Ambos tiene en común que ocurrieron en zonas de subducción (cuando dos placas tectónicas chocan entre sí y una se sumerge bajo la otra).
La idea que ronda la cabeza de los geólogos y sismólogos en general consiste en creer que luego de cada temblor se libera toda la energía acumulada (el estrés tectónico si se quiere) a lo largo de las fallas en un momento dado. Es como si fueran, en este modelo, las placas, unos objetos de goma que crean tensión y luego rebotan en sentido contrario liberando toda la energía acumulada.
Derivaciones del modelo sugieren que entre más tiempo pase desde el último terremoto en una determinada falla, más fuerte será el sismo siguiente en la misma placa. ¿Y si luego de un temblor quedará un remanente acumulado de energía acumulándose con otros picos resultantes de terremotos anteriores? ¿Y si de pronto le diera el capricho a la naturaleza de soltar de una buena vez por toda tanta efervescencia, dando como resultado lo más cercano a un super-terremoto? Este tipo de planteamientos teóricos sugieren que tal vez hayan ciclos de años y superciclos entre cada episodio sísmico. Por ejemplo, por estos días en los círculos de los expertos se dice que la zona de subducción de Cascadia (desde el norte de California hasta la Columbia Británica) dentro de un superciclo, lo que la haría eventualmente candidata a que en dicho territorio ocurriera un terremoto muy grande y fuerte en los próximos años.
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Ediciones 2013-18